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Juicio.El parricida de Sueca, en la Ciudad de la Justicia. EFE
La peor pesadilla

La peor pesadilla

José Antonio A. El parricida de Sueca, que ha ejercido una ferocidad pocas veces vista, tiene dentro el demonio de una incapacidad profunda para amar

Sábado, 13 de enero 2024

Por mucho que se quiera evitar un crimen tan inhumano, la lógica de aquello que resulta posible impone sus propias reglas. Se ha comentado con indignación en innumerables tertulias y se ha escrito que si hubiera habido coordinación entre los juzgados que se ocupaban de este caso en materia civil (régimen de custodia de los padres) y en la penal (la violencia del padre hacia la madre) este crimen no hubiera ocurrido, porque el asesino no se hubiera llevado a su hijo. Pero yo lo dudo mucho. Cuando alguien te quiere matar, te mata, salvo que esté preso en la cárcel o tú dispongas de medios de defensa para repeler el ataque.

Lo que hace tan triste este asesinato es el odio brutal, descarnado, que impulsa el brazo del asesino con una ferocidad pocas veces vista. Docenas de golpes de cuchillo, un ataque coincidente con la conversación por teléfono (la última y terrorífica) entre el chico y su madre, este sabedor («Jordi, voy a por ti») de que su padre no es el ser que, ese día, más le quiere en el mundo, sino que presagia en sus palabras, en su tono de voz, en su mirada ida, el deseo de ajusticiarlo, de matarlo porque su madre le ha repudiado.

Este miserable representa la peor pesadilla de una familia. Te casas con alguien que dice que te quiere, que comparte un hijo, pero que dentro tiene el demonio de una incapacidad profunda para amar. Es el estado mental de la personalidad psicopática, desconectada de las más profundas emociones humanas, que vive para el control de los demás, porque está privado de sentir las emociones profundas que nos hacen a todos definitivamente humanos, porque no basta con tener la morfología de la persona para serlo de modo cabal, sino que se requiere de emociones que nos liguen a los otros, que haga que su vida nos importe hasta el punto de sentirnos abatidos si les ocurre alguna desgracia importante. Ausente ese diccionario de la vida que son las emociones, porque da color y significado a los hechos que experimentamos, ¿qué queda? Queda el yo, mi mundo, desde el que he de levantar el andamio que me permita parecer del todo normal, un ser humano como cualquier otro.

Lo que hace tan triste este asesinato es el odio brutal, descarnado, que impulsa el brazo del asesino

Pero el psicópata común y corriente (que no se mueve en las altas esferas, que no ha estudiado ni es particularmente inteligente ni presenta un control maquiavélico de sus deseos hasta el momento de convertirlos en hechos) no puede disfrazar todo el tiempo quién es en realidad. En cuanto su mundo precario se empieza a venir a bajo recurre a la violencia, primero psicológica: intimida, acosa, controla, amenaza... pero si con ello no logra nada se frustra de un modo que le lacera, y deja en su lugar que su verdadera naturaleza le domine, fuera ya la careta. Dicen que el asesino quería a su hijo, que era un buen padre, y yo no lo creo en absoluto, de la misma manera que nunca quiso a la madre de Jordi. Si tú amas a alguien no lo matas y, desde luego, no lo matas de un modo tan cruel y cobarde («Jordi solo pudo decir con un grito desgarrador 'mamáááááá« antes de que el teléfono se apagara»). Entonces, ¿por qué decían que era un buen padre? Porque el asesino sabía lo que tenía que hacer para que su mundo permaneciera estable: atender a su hijo y controlar a su madre. Cuando esto ya no fue posible por el divorcio, su hijo dejó de tener importancia para él.

El caso de Bretón presenta un perfil similar. Lo deja su mujer, y él ya no tiene el control de la situación. Mata a los niños e inventa la historia del secuestro porque puede pasar ante el público como un padre doliente y (piensa) así poder recuperar a su mujer. El asesino de Jordi no se ha querido suicidar, como tampoco el asesino cordobés. No es un crimen que nazca de la desesperación, sino de la frustración: el psicópata no quiere a nadie, pero es muy celoso de su imagen, y si apareces ante los demás como un perdedor, te cambia la vida, porque no tiene modo de encontrar un propósito real a su vida. En ese día de terror, el asesino mató con esa violencia porque eso le permitió sentirse más vivo que nunca.

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