ÓSCAR CALVÉ
Domingo, 24 de febrero 2019, 00:07
No hay moros en la costa. Con tal expresión advertimos la ausencia de personas que pueden representar un riesgo para llevar a cabo nuestros propósitos. La historia, cual cochazo alemán de última generación, ha adelantado al habla popular. Me explico. El dicho aludía al peligro derivado de los piratas procedentes de Mauritania, región histórica del norte de África. Especialmente en Edad Moderna, durante los siglos XVI y XVII, piratas y corsarios moros -y también turcos que atacaban previamente Mauritania- fueron azote impenitente del Levante. Paradigmático es el caso de Cullera. En 1550 sufrió el ataque del almirante otomano Turgut Reis, el corsario Dragut para sus enemigos. Su ensañamiento, amén de afectar durante décadas el imaginario colectivo de la escasa población que allí quedó, justificó la creación de una nueva torre para un modernizado sistema defensivo peninsular. Aquella amenaza era real como la vida misma. Mejor que no hubiera moros en la costa. Sus bergantines y galeras presagiaban vandalismo y muerte. Muchos de los 'moros' que llegan hoy a nuestras costas vienen en pateras, en su gran mayoría a la búsqueda de una esperanza esquilmada a base de hambre, penurias y violencia. Para este humilde redactor, 'no hay moros en la costa' es un anacronismo. Y ahora sí, una pizca de nuestra historia, en concreto de piratas en la Comunitat.
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Decía Rousseau que el hombre es bueno por naturaleza, que su mal deriva de la sociedad que le corrompe. En otras palabras, si hay sociedad, hay hombres malos. La piratería, entendida como hecho delictivo perpetrado por marineros, se remonta a los tiempos del catapum. Quizá a los propios inicios de la navegación. Un pirata, indistintamente de su procedencia cultural, era un malnacido dedicado al abordaje de barcos y a razias en poblaciones costeras que causaban catastróficas consecuencias. Que Jack Sparrow me perdone. La piratería ya era práctica corriente en la Antigüedad, y no lo digo por los desgraciados piratas que siempre se topaban con Astérix y Obélix. Puede deducirse de las palabras del historiador Tito Livio. En los primeros años de la era cristiana narraba hechos acaecidos durante la segunda guerra púnica (218 a.C.- 201 a.C): «Hispania habet multas turris et positas locis altis, quibus utuntur et speculis et propugnaculis adversus latrone...». Por cierto, ¿Sabían que el mismísimo Julio César cayó en manos de piratas? Les dejo con la curiosidad, que esa es otra historia.
Volvamos a Tito Livio, quien en su cita refería un precedente de las construcciones más representativas de nuestro litoral: las torres de guaita. Estas estructuras aisladas, ubicadas en lugares elevados y seguros, se convertirían siglos más tarde en la mejor defensa contra los piratas.
La defensa no estaba perfeccionada cuando a finales del año 858 los líderes vikingos Bjorn y Hastein -dos vástagos del televisivo Ragnar Lodbrok- llegaron a Guardamar del Segura. El palo que dieron en Uryula (Orihuela) fue de dos narices. Quedó registrado tanto en la literatura nórdica, a través de las llamadas 'Sagas islandesas', como en la andalusí. Vaya usted a saber si un milenio atrás los musulmanes que poblaban nuestro territorio usaban una expresión árabe del tipo «no hay vikingos en la costa».
Casi contemporáneamente, la fama de la llamada piratería sarracena o andalusina -por su procedencia de la España musulmana-, alcanzaba cotas insospechadas. En gran parte porque, además de hacer canalladas enormes, también comerciaban y, puntualmente, colaboraban en la expansión del dominio islámico. Estudios recientes realizados por los investigadores del Grupo Harca han puesto en valor la figura de Fargalús. Este señor, cuyo nombre completo era Asbag ibn Wakil al-Hawwarí, fue un líder bereber con gran protagonismo en la conquista islámica de Sicilia en la primera mitad del siglo IX. Lo curioso del caso es que hasta cuatro nombres de lugares de la Ribera Baja podrían evocar a su figura, razón por la cual el citado grupo investigador sostiene la tesis del origen valenciano de este pirata-mercader.
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Aunque sorprendente desde una actual perspectiva territorial, un grupo notable de piratas que golpearon los intereses valencianos fueron los castellanos. En 1414, Ramon Mercader, 'Batlle General del Regne de València', solicitaba por carta al monarca de la Corona de Aragón Fernando de Antequera, que acabara de una vez por todas con un «niu de pirates castellans» que, con sus naves en Cartagena, impedían el fructífero comercio entre Valencia y el norte de África, especialmente de pasas e higos. El asunto tenía su miga. El rey de Aragón era, a la sazón, regente en funciones de Castilla. Tal vez por eso, la misma misiva denunciaba más abajo a «los cossaris qui son en les mars de Cartagénia». La cita viene al pelo para recordar un aspecto importante desde la terminología moderna.
El pirata era un personaje violento, tiránico y abyecto dedicado al saqueo de naves y ciudades. Como sus colegas, no obedecía a autoridad alguna. A lo sumo, acatarían ese código de conducta pirata, que, ya en Edad Moderna, aparece documentado. Por su parte, el corsario podía ser tan violento, tiránico y abyecto como el pirata. Su principal ocupación también era el saqueo de naves y ciudades. Sin embargo, en teoría, únicamente actuaba en tiempos de guerra y bajo licencia gubernamental. Sus objetivos sólo podían ser los enemigos del reino bajo el que se amparaba 'su oficio'. En resumen, la legalidad de los actos del corsario venía avalada por un contrato con un gobierno. Cosa muy distinta es que el corsario respetara ese documento, y así, de forma natural, se convertía en pirata.
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El avance del imperio otomano en el siglo XV generó un estado de shock en todo el Mediterráneo, sobre todo tras la caída de Constantinopla (1453). Al creciente peligro de los piratas moros procedentes del norte de África se unía el de los corsarios que defendían los intereses otomanos. Por no hablar de la propia armada turca. El acabose. No es broma. Cada vez que nuestros antepasados cristianos avistaban estas naves se temía lo peor. En el antiguo reino muchos eran 'sarraïns'. La posible colaboración de los moriscos valencianos con los invasores marítimos tenía en jaque a las autoridades.
En ese contexto emergen figuras como las de Jeireddín Barbarroja (1475-1546). Sea como almirante turco o como corsario, puso en vilo el 'Mare Nostrum'. El más aventajado discípulo de Barbarroja fue Turgut Reis (1514-1565), Dragut para sus rivales. Un verdadero dolor de muelas para Carlos I de España (y V del Sacro Imperio Romano Germánico). Dragut lideraba una flota de entre 20 y 30 bergantines. ¡Ay de aquella población que entrara en sus objetivos! Por ejemplo Cullera. El 25 de mayo de 1550 Dragut se hizo allí con un escandaloso botín de bienes y rehenes. Estos últimos fueron liberados tras el pago de grandes cantidades por parte de las autoridades cristianas. De este modo, Cullera se quedó casi sin población por el temor a una nueva incursión del corsario Dragut. Visiten la cueva homónima, que ya llega el solecito.
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Este y otros ataques similares motivaron que en las Cortes de Monzón (1552) se determinase la renovación y construcción de las defensas mediterráneas, torres de guaita incluidas. En 1563 Giovann Battista Antonelli realiza un informe para el rey Felipe II al respecto. La batalla de Lepanto (1571) en absoluto acabaría con el peligro procedente del mar, así que los informes para mejorar la defensa marítima se sucedieron. Sólo 4 años más tarde de la histórica lucha, Vespasiano Gonzaga Colonna escribía desde Valencia al monarca: «Otra torre me pareçe que seria muy neçessaria en Cullera, a la entrada del Río Xúcar, assó por estorbar embarcaçiones de Moriscos, que suelen ser allí las mayores, commo porque quitasse el hazer aguada a los cossarios, los quales con esta ocasión, teniendo tan çerca a Cullera, pueden intentar de entralla...». Este y otros documentos similares han sido publicados por Antonio Gil Albarracín en «Vespasiano Gonzaga Colonna y las fortificaciones españolas del siglo XVI».
Las fuentes hablan genéricamente de moros, turcos y sarracenos, pero en el siglo XVII los piratas venían esencialmente de Argel. Como hicieron los vikingos mucho tiempo atrás, sus fechorías impactaron en mar y en tierra firme. Eso sí, la selección de sus objetivos parecía estar avalada por una oficina actual de turismo: Benidorm, Canet, Oropesa... Para que digan que cualquier tiempo pasado fue mejor.
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