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José Vicente García, Enrique Cañada y José Sáez, compañeros de piso, en el balcón de su vivienda en Valencia. MIGUEL ÁNGEL POLO
Piso compartido en la tercera edad

Piso compartido en la tercera edad

Soledad, escasez económica o una complicada convivencia en familia empujan a mayores de Valencia a cohabitar con semejantes o a acoger a jóvenes en sus hogares. Compañeros de piso a los 70 reflexionan: «Mejor juntos que solos o en la calle»

Lunes, 10 de abril 2023

El concepto de piso compartido ha ido unido, tradicionalmente, a la idea de juventud: universitarios de pueblos que se juntan en la ciudad o jóvenes cuyos primeros salarios son tan bajos que no dan para un alquiler independiente. Sin embargo, en una Valencia en la que el envejecimiento de la población dispara la vida en soledad de mayores que enviudan o las pensiones no dan para más toma impulso el recurso de la vivienda compartida en la tercera edad.

Pepita y Antonia no son familia. Pero son casi como hermanas. Viven juntas en un piso del barrio de Monteolivete, en Valencia. Compañeras de piso. Lo mismo sucede con José, Enrique, José Vicente y Jorge, inquilinos en una vivienda alquilada del barrio de Zafranar.

La idea de auxiliar a mayores de este modo partió de Pilar Pardo, una exdirectora de residencias para la tercera edad, y Amparo Azcutia, trabajadora social. Hogares Compartidos nació hace una década con el fin de ofrecer «una vivienda digna a los mayores más vulnerables».

Y lo han logrado: su programa habitacional cubre hoy la necesidad de medio centenar de mayores repartidos por 13 casas de Valencia. «Buscamos propietarios solidarios que alquilen sus viviendas a un precio inferior al de mercado, a veces hasta a la mitad de precio. Nosotras aseguramos tanto el pago de suministros como el alquiler y mediamos con los seguros para que los propietarios se despreocupen», detalla Azcutia. Con preferencia por casas con condiciones óptimas para los mayores y una vecindad amigable. «Nuestra filosofía es elegir las mismas casas que serían buenas para nuestros padres», resume.

Los demandantes son mayores sin vivienda en propiedad o en situaciones personales que urgen un techo. Acuden a la entidad, abonan un porcentaje por participar en el programa (en función de sus ingresos) y la organización sin ánimo de lucro gestiona los pagos a los propietarios. «La selección de compañeros de piso se hace conjuntamente entre los mayores que van a ser inquilinos y Hogares Compartidos», detalla la profesional.

El perfil de los mayores en piso compartido es muy amplio. Así lo resume la trabajadora: «Hay personas con pensiones no contributivas que cobran en torno a 400 euros, otros que estaban viviendo en habitaciones alquiladas, en albergues, o rotando sin estabilidad entre casas de hijos o de amigos. Algunos proceden de desahucios». No auxilian a parejas y centran su labor en «aquellos especialmente vulnerables por la soledad», ya sea al haber enviudado, por divorcios o por haber llegado a la vejez en soltería o sin apoyo familiar. Acaban así bajo el mismo techo «desde personas en exclusión social severa a empresarios jubilados».

«Mejor juntos que solos o en la calle», reflexiona José Sáez, el mayor de los compañeros del piso de Zafranar. Es un electricista jubilado de 75 años que convive allí con Enrique Cañada, de 72, Jorge, de la misma edad, y José Vicente, de 62.

José se divorció a los 69 años. Con una pensión de 600 euros, acabó viviendo entre pisos alquilados, o cortos periodos con su familia afincada, en Asturias. «Allí hacía demasiado frío para mí y regresé a Valencia. Luego viví un tiempo alquilado en la habitación de la casa de una viuda, pero no me gustaba el plan. Era muy agarrada con el consumo y yo iba con una linterna para no gastar luz», recuerda. Tras frustrados intentos en servicios sociales, encontró la solución óptima gracias a Hogares Compartidos.

Sus únicas pertenencias hoy las hallamos en su habitación: unas fotos de su familia, tres libros, una caja de manzanas y unos cascos para escuchar a Nino Bravo, Plácido Domingo o zarzuela con su móvil por vía Youtube. «En eso soy como un joven», bromea.

«Me vi en la calle, y luego en un colchón»

En 2018, José comenzó la convivencia con tres de los actuales compañeros. La vida también ha sido complicada para Enrique. Hijo único y soltero, estuvo al amparo de sus padres, en Valencia. «Pero murieron hace muchos años y llegó la falta de empleo, sin ningún apoyo familiar… Pasé un tiempo en la calle, en un banco de la gran vía, y una década viviendo en un piso en un colchón». Pero los días más tristes han pasado y ahora, acompañado, se siente «mucho mejor».

«Estoy bien. Con lo poco que tengo y la buena compañía voy tirando», asegura en un cuarto donde cuelga su decena de prendas, un cuadro de la Virgen de los Desamparados y poco más. «No tengo ni ordenador, ni móvil, ni coche, ni bicicleta… Me muevo con el bonobús». Un viejo reproductor le vale para escuchar el fútbol, una de sus pocas aficiones.

Muchos baches han jalonado el camino de José Vicente, el tercero en la casa, diseñador gráfico divorciado y padre de tres hijos. A su ruptura sentimental en 2016 siguió la depresión y dificultades económicas por el desempleo. «Dos años después me vi en la calle. Dormía en la sala de espera de un hospital o en la estación de autobuses. Después recibí ayuda de una entidad y pasé otro periodo en habitaciones alquiladas. Hasta ahora», describe. Habita con sus nuevos compañeros desde hace tres meses. «Y en mi barrio de toda la vida, donde la gente me conoce».

A pesar de compartir piso, «hacemos vidas muy independientes y nos solemos refugiar en nuestros cuartos, cada uno con su tele, a lo suyo. Cada cual cocina cuando decide y solemos comer también en las habitaciones», reconocen. La experiencia de haber vivido en cuartos mucho tiempo fija estas costumbres.

«¿Riñas?, ninguna. Máximo respeto», describen. Lo más parecido a un conflicto fue cuando a Jorge se le antojó un gato. «Tampoco entonces hubo lío», recuerda José. «Se meaba, se subía por todos sitios, era un incordio… Pero nos aguantamos un poco y ya está. Al final atacó a su dueño y el pobre Jorge acabó en el hospital».

Los pisos suelen ser mixtos, a no ser que las necesidades personales de los habitantes lo impidan, y Hogares Compartidos fomenta el encuentro entre los usuarios de su red de pisos con quedadas. Gracias a estas citas, una pareja acabó enamorándose a los 70, abandonaron el proyecto y se independizaron alquilando una nueva vivienda con sus propias pensiones.

400 mayores

Es la cantidad de solicitantes de pisos que Hogares Compartidos atendió el año pasado. Y este 2023 ya son 170.

Solicitudes de toda España

¿Sigue habiendo necesidad económica y habitacional entre mayores a pesar del aumento de pensiones de principios de año? Azcutia no lo duda: «Constantemente nos dicen que hacemos algo que debería hacer la Administración». Y aporta cifras: «El año pasado solicitaron entrar en los pisos nada menos que 400 mayores y pudieron hacerlo sólo 10 porque no tenemos más capacidad. Este año ya nos han llamado 170 y superaremos la demanda de 2022. La necesidad va a más».

Y no sólo les llegan peticiones de mayores de Valencia. «También de otras regiones como Albacete, El Ferrol, en Galicía, o Madrid. Y es que sólo hay algo parecido en Barcelona, LLars Compartits», destaca Azcutia. Por eso, ahonda, «animamos a propietarios a que ofrezcan sus viviendas para la iniciativa solidaria, pues hay cola de mayores esperando poder vivir de este modo».

Diferentes historias, un mismo hogar, el de Pepita Medina y Antonia Jorques en Monteolivete. MIGUEL ÁNGEL POLO

En el barrio de Monteolivete conviven otras dos compañeras de piso. Son Pepita Medina, una sevillana de 76 años afincada en Valencia, y Antonia Jorques, leridana de la misma edad. «Al principio dudas... Hay algo de miedo. ¿Cómo saldrá esto?, ¿cómo será la convivencia? De visita todos somos agradables, pero vivir con alguien que no conoces de nada es otra cosa. Pero no ha habido ningún problema. Nacimos en el mismo año, tenemos los mismos hijos en común, nos gusta la misma música...», reflexionan.

Tras residir muchos años en Picanya y enviudar hace una década, la vida de Pepita se tornó en una dura cuesta: el cuidado de una madre enferma le llevó a buscar un alquiler en un espacio distinto al de sus hijos. «Viví en Sevilla, Quart de Poblet, Buñol...». Tras sufrir la precariedad laboral de tantas mujeres que cobraban en negro acabó en la vejez con una pensión de 600 euros para hacer frente a los alquileres. «No me llegaba», confiesa.

Madre de dos hijos, decidió que quería independencia y «no interferir en su vida familiar», por lo que optó por el camino del piso compartido, aunque fuera con desconocidos. Antes de ocupar la casa de Monteolivete gracias a la gestión de Hogares Compartidos Pepita vivió «en una habitación, con una señora y su familia, en otro piso de Valencia».

Las dificultades también han marcado la vida de Antonia. Trabajó como auxiliar administrativo, limpiando y cuidando a sus dos hijas. Pero al enviudar se quedó «con una pensión muy bajita, teniendo que trabajar y sacando adelante a una hija embarazada a los 16 años». Al final, los pisos familiares han acabado ocupados por sus hijas, surgieron problemas de convivencia «y decidí poner tierra de por medio en 2021».

Pepita y Antonia llevan ya año y medio juntas y el balance no puede ser más positivo. Se sienten seguras y aliviadas. «Estoy viviendo una vida que no sabía que existía», celebra. «No había ido a un teatro en mi vida y desde que estoy aquí, varias veces. Al fin respiro después de cuatro años muy duros», zanja la leridana.

Al principio de unirse bajo el mismo techo, «parecíamos siamesas, salíamos juntas a la calle para ir a todas partes porque no conocíamos la zona y estábamos desubicadas». Ahora, ahondan, «nos hemos vuelto más independientes y cada una se compra y se cocina lo suyo». Eso sí, «coincidimos mucho en la música». Les encanta la copla, Nino Bravo, los Brincos, Los Diablos o la clásica. Se sienten libres y en paz, dejando atrás agobios pasados.

Habitaciones alquiladas a desconocidos, un riesgo

Otro perfil existente es el de mayores que alquilan por su cuenta habitaciones a desconocidos, empujados por la necesidad económica o la soledad. La trabajadora de Hogares Compartidos no lo considera una buena opción. «Es peligroso hacerlo sin una mediación, porque no sabes bien a quién puedes meter en casa y hay personas que se han aprovechado de los mayores en este contexto», alerta.

Hace sólo un año, uno de estos alquileres de habitaciones acabó en crimen. Alfredo Balaguer, de 55 años, residía en el barrio valenciano de la Fuensanta, pero el 29 de junio del año pasado apareció quemado y descuartizado en un paraje de Gestalgar, junto al río Turia.

La Guardia Civil arrestó a una mujer a la que Alfredo había alquilado una habitación, Pilar C. E., de 52 años. También fueron detenidos su novio, la hija de la mujer, de 19 años, y el compañero de ésta, de 23. Si bien el caso sigue su instrucción y está pendiente de juicio, la investigación ha permitido establecer que había una mala relación entre la inquilina y su novio, por un lado, y el propietario de la vivienda víctima del asesinato. Además, había desaparecido dinero de su cuenta bancaria.

232.000 mayores solos

Es la cifra estimada de hogares con mayores de 65 años sin compañía en la Comunitat, según el INE.

¿Qué nos dicen las cifras? Por un lado, constatan la necesidad. Según datos de la Seguridad Social, el pasado año comenzó con 375.000 jubilados cobrando menos de 1.000 euros. Son un considerable 60% en la Comunitat. La situación todavía es más penosa en el caso de las mujeres. Son cerca de 200.000, casi un 80% del total, las que alcanzan la jubilación con cobros que, en la mayoría de los casos, están por debajo del salario mínimo.

El último informe de Foessa y Caritas, del año pasado, estima en más de 100.000 la cantidad de mayores en riesgo de exclusión social en la región. Apuros económicos, pero también soledad. Mientras, la Encuesta Continua de Hogares del INE muestra que en la Comunitat hay 232.000 mayores de 65 años que viven solos, la cifra más elevada en una década.

Mayores y universitarios bajo el mismo techo

Una tercera posibilidad de compartir piso en la tercera edad es la que brinda el programa Conviu del Ayuntamiento de Valencia. Gestado a principios del milenio, une a propietarios mayores de 60 años que viven solos y pueden valerse por sí mismos y jóvenes universitarios menores de 35 que vienen de fuera de la ciudad y no pueden pagarse un alojamiento.

Los mayores, tanto hombres como mujeres, solicitan entrar en el programa a través de los servicios especializados del consistorio. Y los jóvenes interesados, por vía de sus respectivos centros: Universitat de València, Politécnica y Católica.

«Hemos llegado a tener hasta siete parejas conviviendo juntas en la ciudad, en 2019, sin embargo las solicitudes se han venido abajo tras la pandemia», describe Carmina Busó, jefa de la sección de Personas Mayores, departamento municipal que gestiona el programa. «Las vacunaciones de los jóvenes tardaron y los mayores tenían miedo de contagios. Ahora animamos a la gente mayor a recuperar la confianza y participar en la iniciativa», añade.

Cartel promocional del programa Conviu que une a propietarios mayores con estudiantes de universidad en Valencia. AYUNTAMIENTO DE VALENCIA

Actualmente hay una sola pareja de compañeras de piso con esta modalidad, una mujer mayor que cohabita en Valencia con una joven estudiante de Derecho y Criminología. La propietaria, Renata, lleva ya siete años conviviendo con estudiantes. «Leí en la prensa que muchos estudiantes que elegían carrera lejos de sus casas acababan renunciando por los costes de alojamiento y mantenimiento. Y como tenía una habitación disponible se me ocurrió entrar en el programa».

¿Ventajas? Muchas. «Tener a alguien en casa con quien hablar, discutir problemas sobre lo que ocurre en el mundo, estar al día, no estar aislada de la sociedad...». Con este modo de convivencia, «aunque envejeces la mente se mantiene más tiempo joven. Vemos juntas películas, me siento útil y siento un apoyo si hace falta».

Lorena, su compañera de piso, tiene 22 años y procede de Canarias. «Esto es una gran ayuda para mi familia. Gracias a este sistema llevó cuatro años estudiando la carrera y también mi hermano ha podido estudiar fuera». A nivel humano, «me siento acompañada, hablo con Renata de un amplio abanico de temas, nos cuidamos la una a la otra y he aprendido a ser más resolutiva».

En lo que va de año ya hay una solicitud de una persona mayor para admitir estudiantes en su casa y cinco universitarios interesados en este modo de convivencia, agregan desde el departamento municipal, que analiza siempre los perfiles para gestar el mayor beneficio posible para ambas partes.

La iniciativa no ha estado exenta de dificultades. «Se han producido problemas con mayores que concebían al estudiante como una especie de ayudante doméstico o personal. Y no es eso. Se trata de mitigar la soledad y fomentar la comunicación en mayores que pueden valerse y son autónomos», aclara Busó. También ha habido «experiencias muy buenas de las que han salido relaciones de amistad entre generaciones muy diferentes», detalla.

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