Bienvenido, Vicente y Braulio, su abogado. Irene Marsilla

El primer regreso al horror de Peñíscola

Tragedia. Bienvenido y Vicente vieron como el derrumbe del edificio devoraba a su familia. Tres años después, aún piden que se haga justicia

Manuel García

Peñíscola

Sábado, 14 de septiembre 2024, 00:21

Se acercan en medio del silencio que reina en la zona. Ellos tampoco hablan. Se nota que les cuesta dar esos pasos sobre la calzada. Sus pisadas se escuchan con nitidez. Es la primera vez que visitan de nuevo el lugar donde la vida les ... golpeó de manera despiadada el 25 de agosto de 2021. Y no les resulta nada sencillo.

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Una tarde de verano junto al mar, en un paisaje idílico. Todo se quebró en unos segundos. Más de tres años después reúnen fuerzas de no se sabe dónde y vuelven a lo que para ellos es una especie de camposanto. Son las dos víctimas más graves del derrumbe de un edificio en la urbanización la Font Nova de Peñíscola, a los pies de la sierra de Irta. Las que pueden contar su historia y la de quienes quedaron atrás.

Un total de 18 de las 51 viviendas que componen el complejo se vinieron abajo y el resto están en un equilibrio inestable. Hoy, más de tres años después, todo permanece congelado en el tiempo. Los accesos al complejo están vallados y una señal reina en las dos calles por las que se puede acceder al mismo: «Prohibido el paso. Peligro de accidentes».

En una terraza de la parte opuesta donde se produjo el derrumbe permanecen una mesa y unas sillas de plástico. Aunque la vivienda en la que están no se derrumbó, el riesgo sigue ahí, por lo que los ocupantes del resto del complejo también tiene prohibido el acceso. Únicamente se les permitió, y de manera controlada, poder acceder para recuperar las pertenencias más necesarias.

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Dolor intenso

Bienvenido es el primero en llegar a este lugar de dolor procedente de la localidad de Vinaroz, en la que reside vendiendo cupones. A sus 52 años, apenas desea dar explicaciones. Está callado pero los recuerdos le recorren la cabeza. Ese maldito día, sólo tres años después de haber comprado su apartamento, perdió a Ángel, su hijo de 15 años, y a Odalis, su pareja. No ha tenido fuerzas para ir al cementerio ni puede todavía ver fotos de su hijo. El dolor es demasiado intenso.

«La justicia que lo solucione y los culpables que paguen», sentencia sin muchas ganas de decir nada más mientras lanza una mirada perdida a la zona y queda en silencio en unos segundos que se hacen eternos para quienes comparten este momento tan íntimo y doloroso con quien perdió a dos seres queridos en unas circunstancias tan trágicas.

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Pocos minutos después Vicente llega al lugar al que no había podido regresar antes.

A sus 29 años, tiene sobre sus hombros una doble tragedia. Al hecho de perder tanto a su madre (Odalis) como a su hermanastro (Ángel), están las secuelas físicas que aún sufre. Porque a él, aquel día, se le cayó el edificio encima. Literalmente.

«Me gustaba ir a la playa. Ahora tengo el cuerpo lleno de cicatrices y sufrí un desprendimiento de retina. Parezco un soldado después de haber ido a una guerra», se lamenta.

Vicente llega acompañado por Braulio Castillo, su abogado. Los tres posan serios con el esqueleto del edificio de fondo. En un momento dado, Vicente se derrumba. No puede más. Tiene que sacar todo lo que lleva dentro.

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«Fui rescatado y lo viví todo desde el principio hasta el final. Nadie se imagina lo duro que es. Tuve que contar todo lo que pasó. Es tan injusto lo que pasó con mi madre y con mi hermanastro», explota entre sollozos.

Y es que sólo tres personas, las dos fallecidas y el herido, estaban en el primer piso de la finca. El resto de los ocupantes de las otras plantas habían salido, era la última hora de la tarde, para cenar fuera. Eso les salvó la vida.

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Después de haber sido rescatado de entre las ruinas, Vicente estuvo dos semanas ingresado en el hospital, de donde pensaba que podría salir sin rostro. Hoy aún conserva una cicatriz en una parte de la cara, que no tiene reparo en mostrar. Pero la otra herida que le queda es la derivada de saber que, por el momento, no hay ningún culpable por todo lo ocurrido y que las dos muertes siguen sin ser responsabilidad concreta de nadie.

La titular del juzgado 4 de Vinaroz concluyó, en su auto del pasado mes de febrero, que «no queda suficientemente justificada la perpretación de infracción penal».

Hoy, la esperanza a la que se aferran los afectados es el recurso ante la Audiencia Provincial que pueda devolver la causa a la casilla inicial «y que se hagan todas las diligencias que solicitamos y que no se practicaron en su momento», explica el letrado, quien desconoce el tiempo que puede pasar hasta que reciban una respuesta.

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«¿No hay una negligencia grave en un caso en el que fallecen dos personas, otra resulta herida y otras pierden su casa?», se pregunta Castillo entre sus dos clientes, quienes desean aferrarse a la esperanza de una sentencia favorable.

El representante legal insiste en que las pruebas que solicitó, peticiones ante las que afirma sólo encontró el silencio, hubieran podido determinar más concretamente el principal responsable de los hechos, «si el arquitecto, el constructor o quién».

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El mal mantenimiento de las tuberías o la utilización de materiales no incluidos en el proyecto, como ladrillos de menor tamaño al indicado en el mismo, son sólo dos de las posibles causas del hecho. Pero ninguna de ellas se ha determinado como la causa determinante del derrumbe del edificio.

La vía penal está cerrada en un primer término a la espera de que la Audiencia Provincial de Castellón se pronuncie. Si hubiera un segundo portazo, las opciones, según el propio abogado, podrían ya ser mínimas y reducirse a un recurso ante el Tribunal Supremo, cuyas opciones de triunfar serían aún menores.

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La complicada vía civil

Y, junto a la vía penal, la civil, para exigir una posible responsabilidad económica por los daños humanos y materiales, aún parece más complicada.

En primer lugar porque no se sabe hacia quién dirigir la petición al no haber señalado todavía la justicia a un responsable concreto.

Y en segundo lugar por el plazo transcurrido. La licencia de obra fue concedida por el Ayuntamiento de Peñíscola el 28 de octubre de 1989, el certificado de final de obra es de 10 de julio de 1990 y la licencia de ocupación del 29 de noviembre de 1990. Han pasado más de tres décadas. El fantasma de la prescripción está ahí.

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Vicente no es muy optimista visto cómo han transcurrido estos tres años: «Espero poco ya. ¿Cómo se puede cerrar un caso así? Si le hubiera pasado a ella (a la jueza) seguro que no hubiera actuado igual».

Los tres, los dos afectados y su abogado, se quedan unos minutos más en la zona después de atender amablemente a LAS PROVINCIAS. En silencio, hablando en voz baja. Con el dolor por lo ocurrido hace tres años aún intacto.

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