Alejandro Shuvalov vive actualmente en Valencia LP

«La propaganda rusa ha transmitido el mensaje de que Occidente quiere destruir Rusia y llevarla a los años 90»

Alejandro Shuvalov tiene la doble nacionalidad rusa y española y, desde Valencia, recuerda su última visita a Kiev retratando una ciudad «donde no había animadversión hacia los rusos»

Nicolás Van Looy

Valencia

Viernes, 25 de febrero 2022, 14:03

Alejandro Shuvalov vive en Valencia. Es fisioterapeuta y tiene la doble nacionalidad rusa y española. Su trabajo le llevó a Ucrania por última vez en 2018, un momento en el que, pese a que las relaciones entre ambos países ya estaban muy deterioradas, «no pensé que las cosas pudieran estropearse tanto. Una invasión como la que está habiendo o un derrocamiento del gobierno por la fuerza no lo veía y creo que la mayoría no lo veíamos hasta hace unas dos semanas», asegura. Shuvalov comparte la idea de que «nadie sale ganando en una situación así. Ni Rusia, ni Ucrania, ni la Unión Europea tienen nada que ganar».

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El fiosioterapeuta español echa la vista atrás a su última estancia en Kiev y trata de poner algo de contexto para comprender la actual realidad. En sus palabras, la capital de Ucrania «es una ciudad en la que la gente se siente mucho más cómoda hablando en ruso que en ucraniano y, en general, no había una animadversión generalizada hacia los rusos».

En ese sentido, Shuvalov considera que, «al menos hasta ahora, los ucranianos han tenido muy claro que el sentimiento de la ciudadanía rusa hacia ellos no ha cambiado. Entienden perfectamente que son maniobras del gobierno y que la población se ve arrastrada hacia donde quiere el presidente».

Sin embargo, una vivencia personal puede dar alguna pista de cómo las cosas se han ido deteriorando de forma silenciosa a lo largo de los años. «Normalmente, siempre viajaba a Ucrania usando el pasaporte español, pero una vez tuve que hacerlo con el ruso. Pese a tener todos los permisos y todos los papeles en regla, me pararon en el aeropuerto y me interrogaron de una forma bastante acusatoria. Nada agresivo, pero sí intimidatorio».

Todo porque «ya se hablaba mucho de los infiltrados, de los agentes rusos que viajaban a Ucrania… en ese momento, la implicación del estado ruso, al menos de manera oficial, no existía. Era algo que se intuía y se sabía, pero no había nada oficial». Pese a ello, «los ciudadanos rusos estaban bajo vigilancia. En cualquier caso, hablamos de los servicios de seguridad. Luego, en la calle, la gente era muy abierta».

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Shuvalov reconoce que esa percepción podría estar cambiando por el férreo control que el estado ruso tiene sobre los medios de comunicación y, por lo tanto, de los mensajes que recibe su ciudadanía. Preguntado sobre si los rusos podrían estar siendo víctimas de la propaganda del gobierno de Putin y, por lo tanto, estar percibiendo a los ucranianos como enemigos, el fisioterapeuta español matiza las cosas.

«Es verdad que en Rusia no hay libertad de expresión ni de reunión. De hecho, si una sola persona circula por la calle con una pancarta, ya se considera manifestación y, por lo tanto, tiene que pedir permiso para hacerlo. Lo único que da algo de libertad, muy entre comillas, son las redes sociales, aunque están vigilados y si te pasas de la raya, te acaban pillando», explica.

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Todo ello hace que haya que «dividir Rusia entre jóvenes y viejos y la gente de las grandes ciudades y las provincias. En general, la población de hasta 30 años o un poco más, no ve con buenos ojos la autocracia y preferirían vivir en una democracia plena y ser un país mucho más occidental, algo que también pasa en las grandes ciudades. Sobre todo, Moscú y San Petersburgo. Allí, la mayoría son muy antiputin», afirma Shuvalov.

Sin embargo, «la gente mayor y de las provincias. En Rusia no hay nadie que celebre esta invasión, pero ellos lo ven como que se les ha obligado a llegar a esta situación. Que, como país, no tenían otra opción para defender su lugar en el mundo y su posición como gran potencia».

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Algo que en lo que esa falta de libertad de prensa y, por lo tanto, la efectividad de la propaganda tiene mucho que ver. «Mi abuela, que vive en Canarias desde 2002, tiene la televisión por satélite y ve los canales rusos y dice que Occidente quiere destruir a Rusia como país y que vuelva a los años 90». En opinión del nieto, «esto es algo muy grave. La herida que deja la década de los 90 en la población rusa de más de 40 años, que son los que lo vivieron de verdad, sigue siendo muy profunda».

Shuvalov es muy gráfico: «para ellos, sólo hay dos opciones. O ser los malos de la película, o que se rían de ellos y que se aprovechen de los recursos del país para expoliarlos como, desde su punto de vista, sucedió en aquella década».

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Un grupo de población, el más cercano a los postulados de Putin, que «considera que en los últimos diez años Rusia está recuperando el sitio en la mesa que realmente merece por población, por extensión y por recursos. Consideran que ahora es cuando a Rusia se la está teniendo en cuenta. Lo que dicen tiene cierta lógica: hemos tenido que volver a ser los malos para que nos tomen en serio. Cuando hemos intentado establecer relaciones comerciales abiertas y la democracia, no ha funcionado».

Shuvalov no tiene muy claro si la ciudadanía media de los dos países podrá seguir conviviendo de forma normalizada en mucho tiempo. En su opinión, ahora mismo «todo depende de hasta dónde quieras llevar la discusión. En este momento, son posturas irreconciliables. Los ucranianos quieren vivir mejor y piensan que lo pueden conseguir acercándose a la Unión Europea. Los rusos que apoyan a Putin, que son la gran mayoría en Rusia, ven a los ucranianos de a pie como los pobrecitos con los que la Unión Europea y Estados Unidos está jugando y usando en su contra».

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Una situación que, como dice Alejandro Shuvalov, no sólo es complicada, sino que hunde sus raíces en cuestiones sentimentales e históricas muy profundas. «No creo que vaya a haber una animadversión especial entre los dos pueblos porque hay demasiados lazos de parentesco, históricos y culturales como para que en un periodo tan corto, hayan podido desaparecer por completo. El nivel de inmersión es todavía demasiado grande. Para que eso se pierda tendrán que pasar, al menos, una o dos generaciones».

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