La carretera serpentea sobre la colina cubierta de adosados. En lo alto, junto al chasis de hormigón de chalés malogrados por alguna crisis, corre el aire fresco. Se divisa el mar brumoso y se escucha el rumor del tráfico entre Benidorm y La Nucía. ... Es un lugar extraño para un gimnasio dedicado al boxeo, con una pared de cristal orientada al este por la que entra una luz blanca y brillante que dibuja el contorno de Sheila mientras salta a la comba. Se mira en el gran espejo, concentrada, ajena a cualquier otro pensamiento. Apenas pasan unos minutos de las dos. Al fondo, un hombre alto y desgarbado golpea con un ritmo cansino un gran saco hasta que suena una especie de timbre cuyo sonido marca los descansos y los cambios de actividad, el hombre le da a ahora a una 'puching ball' mientras la joven lanza golpes al aire, a un rival imaginario al que trata de ver y tumbar en la lona. Si no sabes, crees que alguien que ha sufrido tanto como ella quiere borrar a golpes ese dolor del pasado. Pero no, dice, «cuando estás boxeando solo piensas en tu rival, tienes que estar totalmente concentrado en eso, en sus movimientos, en cómo esquivarlo, en cómo ganarle; eso es lo mejor, desconectas de todo lo demás, en especial de ti mismo».
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Ahora tiene veintidós años y hace solo cinco vivió una larga temporada en la calle, dormía en un banco del parque cercano al mercado del Cabañal, donde trabajaba; en el horno Estellés, para más señas. Cuenta que hizo amistad con un sintecho y que al caer la noche se contaban las penas. Sheila esconde un poco la cara cuando habla del pasado y carraspea porque ha sido capaz de perdonar, pero aún le cuesta expresar sus sentimientos. De modo que caminamos dando pasos de baile irreales, ese juego de pies que tanto se trabaja sobre el cuadrilátero, con tal de esquivar los detalles. Nació en Paterna y a los trece años ya la pusieron a trabajar en un obrador, «dieciséis horas al día y el dinero para casa». Una familia compleja, digamos. Luego vino una separación traumática de los padres, ella se quedó con su madre y su hermano se fue con el padre, cada uno en una esquina del ring y ella en medio, enfrentada también finalmente a una madre que la puso de patitas en la calle porque no supo gestionar los problemas de otro modo. Sheila habla de ella con cariño, no la culpa, ni a su padre, ni a su hermano. Aunque desde niña se sintiera como una esclava del resto, como alguien insignificante, «siempre me sentía como una mierda y aún ahora tengo ese problema, siempre me han tratado mal; también en el colegio, me llamaban topo». Y concluye, como si esa frase resumiera su vida, mientras mira de frente, con inocencia, «es que soy fea».
De un par de altavoces brota alguna música difícil de identificar, eso que en las emisoras antiguas hubieran llamado ritmos actuales. Resuena como una especie de latido grave, parecido a unos tambores africanos. Dos grandes carteles presiden la sala. A un lado Muhammad Ali, al otro Mike Tyson; a la derecha la bella y a izquierda la bestia. En un póster mucho más pequeño, una escena del famoso combate ficticio entre Rocky Balboa e Iván Drago de 'Rocky IV'. Sheila pide ayuda a su compañera Katharina para ponerse los guantes. Y ojo con ella, dice, que es campeona del mundo. Aunque la mujer, de apellido Thanderz, nacida en Oslo, de padre español y madre noruega, luce una sonrisa permanente. Luego, cuando suelta las manos, deja de parecer tan amable. Lo mismo que Sheila, que descarga unos golpes secos y durísimos contra un saco enorme que ha de pesar más de cien kilos y que un humano normal apenas movería de su eje. «Gente buena», dice entre guantazo y guantazo, mirando a Katharina de reojo mientras se cubre la nariz chata en un gesto de defensa ensayado miles de veces, «me la rompí en una pelea, así que mejor, porque cuando te dan un golpe en la nariz y tienes el tabique bien duele muchísimo».
Da un paso atrás, descansa. «Mi madre ahora me ha pedido perdón y la quiero un montón, estuve tres años sin hablar con ella. Al final, creo que todo pasa por algo, pero lo pasé tan mal que sufrí estrés postraumático , convulsiones...». Ahora un paso al frente y otro golpe, el de alguna relación tóxica que ya quedó atrás. De eso mejor ni hablar. Hay seres humanos que pasan su vida buscando a personas vulnerables a las que machacar. Pero entonces apareció al boxeo. Combinaba el trabajo con los entrenamientos, desde el Cabañal a Picaña todos los días. Y con la indepencia porque el salario ahora, por primera vez, no era para otros, «a los quince años jugaba al fútbol y no lo hacía mal, pero me resultaba frustrante el deporte de equipo porque aunque tú lo hagas muy bien si otro lo hace mal pierdes y encontré en el boxeo algo distinto, me di cuenta de que esto es lo mío». Tanto empeño puso por pelear que nada más empezar que el primer día ya se quiso subir a un ring y bajó de él con un ojo morado, «pero al cabo de un mes disputé mi primer combate y gané». Un par de años después, después de un primer intento fallido en el que no le dieron el título «por un robo» se proclamó campeona de España. Luego conoció a Katharina y siguiendo su pasos llegó a La Nucía y a entrenar con 'Xule', como todo el mundo en el boxeo profesional conoce a Jesús Labrador, por quien Sheila profesa una devoción especial. Ahora vive instalada aquí, tiene su casa, su independencia, su trabajo en una cafetería por las mañanas y su entrenamiento por las tardes, aunque reconoce que en este país es muy complicado vivir del boxeo, pero «trabajo todo el día para ello, me levanto cada mañana diciéndome a mi misma que hago lo que quiero y pensando que el boxeo es igual que la vida. Si caes te levantas, siempre te levantas, y en ese proceso aprendes a no cometer errores. Así que hago mi vida y pienso en mis objetivos». Es ambiciosa y dice sin dudar que llegará a ser campeona mundial, como su amiga Katharina.
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Llega 'Xule' y se suben al ring. Él se protege las manos con las patas de oso, esas manoplas grandes que reciben los impactos y con las que marca el ritmo y los golpes, las esquivas y los pasos de su pupila. Sheila se transforma en otro ser humano. Ahora es una boxeadora ambiciosa y fiera. 'Xule' cambia de posición y se lleva un derechazo en la cara, pero ni pestañea. Tampoco Sheila, aunque en ocasiones su mirada parece perdida por el cansancio, como el sonido de su voz cuando se refiere a quienes creen que éste no es un mundo para las mujeres, «somos como uno más, están muy equivocados, también los que creen que aquí se cultiva la violencia, un boxeador sabe medir los golpes, no tenemos instinto de hacer daño a nadie precisamente porque sabemos pegar y somo conscientes de ese poder».
La luz hace brillar el calzon de raso naranja atravesado por dos franjas blancas sobre el que está escrito su nombre. Sheila, sobre el muslo derecho. Martínez, sobre el izquierdo. Quedan muchas peleas por delante y su energía parece no tener fin. 'Xule' la deja descansar, «que si no la voy a reventar». A veces, un mechón de cabello se suelta de la coleta y flota sobre las pestañas de su ojo izquierdo. Esconde el cuello, sube los hombros, baila. Sólo alquien sin alma podría no ver la belleza de su corazón.
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