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Joaquín Batista y BELÉN HERNÁNDEZ
Valencia
Domingo, 25 de septiembre 2022, 00:43
Corría 2015 y en casa Sergio (nombre simulado) disfrutaba con el estreno de 'El Ministerio del Tiempo'. En la arena política, el multipartidismo se batía ya el cobre en las urnas con Mariano Rajoy todavía en la Moncloa. Si la familia de este niño de entonces siete años quería comida para llevar en casa, tenían que recogerla ellos mismos. Ya habían nacido Uber o Glovo, pero su reinado aún no era el de ahora.
Sergio aún no tenía móvil pero las comunicaciones ya se regían por el hoy todopoderoso Whatsapp y las redes sociales empezaban a poblarlo todo. La música ya se escuchaba en Spotify. Pero en 2015 Sergio tenía otras muchas cosas en las que pensar. Tenía ocho años cuando aquel curso de 2º de Primaria comenzó su pesadilla. Hoy tiene 15 y aún siente las heridas. Empezó con empujones en el patio. Siguió con tirarle la mochila en un charco. Continuó con hostigamientos fuera de las aulas. Y el eco del bullying se redobló en la caja de resonancia que son las redes sociales. «Verás lo que te voy a hacer como vengas al instituto. Te voy a rajar al cuello».
Cada día lectivo se producen al menos tres casos de acoso en la Comunitat Valenciana, según se desprende de los datos que facilita la Conselleria de Educación en base al Registro Central de Incidencias, en el que debe notificarse cualquier episodio que tenga que ver con la violencia en las aulas. En el curso 2020-2021 los centros informaron de 515, lo que afectó al 0,07% del alumnado. Un porcentaje pequeño y que paradójicamente asusta y debe hacer pensar. Porque un solo caso, uno solo, evidencia un fallo social y educativo. Porque el hostigamiento no es un juego de niños. Mata. Causa estrés postraumático e induce a la idealización del suicidio, por citar las consecuencias más extremas.
Aunque son más que en el ejercicio previo (480) hay que tener en cuenta que entonces se redujo drásticamente la presencialidad por la pandemia, y el análisis de tendencias siempre es complejo porque influye la capacidad de detección o que se notifiquen las situaciones de violencia en lugar de que quedar entre las cuatro paredes del centro. Sin olvidar que en la región los protocolos de información han variado en los últimos años.
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En la actualidad la conselleria trabaja en una actualización definitiva que entrará en vigor en el 2023-2024, una vez se desarrolle el nuevo decreto de convivencia. Entre otras medidas obligará a aplicar estrategias con aval científico como la creación de espacios dialógicos o tutorías entre iguales y fomentará la formación docente y de familias en función de las necesidades que plantee cada centro, como puede ser el buen uso de las nuevas tecnologías. Hay que tener en cuenta que de los 515 casos informados en el curso referido, uno de cada tres (153) tuvieron componente digital (ciberacoso), lo que multiplica los efectos en la víctima.
Sergio, cuya historia no es más que un relato de un descenso a los infiernos, también sufrió hostigamiento que se vehiculó a través de las nuevas tecnologías.
Los inicios
Los motivos por los que empieza un acoso escolar son inescrutables. «Se metían conmigo por mi apellido y por mi forma de ser». Por su aspecto. «O simplemente porque no tenía madre». Sergio tiene hoy 15 años pero aún se forma la tristeza en sus ojos cuando recuerda los años y años de hostigamiento. «Yo sólo quería desaparecer de la vida y la directora no se interesaba por nada», lamenta el chaval de la provincia de Valencia. «Mi padre llegó a presentar una solicitud para cambiar de clase pero se la denegaron», dice. Eso después de esos primeros episodios. De que le empujaran en un charco. De que le tiraran la mochila al agua. O que le bajaran los pantalones hasta en dos ocasiones para mofarse de él.
La tecnología como arma
Antes el acoso acababa cuando dejábamos atrás el colegio. Ahora se enreda por redes sociales, móvil... Es una alerta que lanzan siempre los expertos. Y Sergio no ha sido una excepción en todo estos años. El chaval está en casa de su abuela con un amigo, divirtiéndose con la Play. «Llegó un mensaje al teléfono de mi 'iaia'. Ella me dijo, '¡oye, mañana te quieren pegar unos niños!'. Le habían mandado un mensaje que decía: «Dile a tu nieto que mañana va a saber lo que es la pelea. Va a morder el suelo». Aunque en este caso hubo una moraleja positiva: «La madre del niño le pidió luego a mi abuela perdón por la actitud de su hijo y nos quedamos siendo todos amigos».
Pero el veneno del bullying se torna en cibernético y se extiende por toda la unidad familiar. Cuando Sergio fue a su colegio, casi toda la clase estaba contra él. Casi todos le acusaban «de meter cizaña». Hasta pusieron en marcha una estratagema. «Un chico le dijo a otro que le mordiera para luego echarme las culpas a mí. Al final vieron las cámaras de seguridad y acabaron expulsándole». La historia también tuvo en esta ocasión final feliz para el adolescente valenciano.
Foco en los defectos
Dicen que hay poca crueldad mayor que la que acaban protagonizando algunos menores de edad. Muchas veces obsesionados en dar donde más duele. En aquellos defectos físicos que causan más complejo. Meter el dedo en la llaga. Sergio también era 'patapalo'. Así lo llamaban los compañeros de recreo. Sobre todo cuando jugaban al fútbol. «Tengo una cicatriz en el muslo izquierdo. De pequeño me costaba mucho andar y siempre me llamaban así». Pero también encontró buenos samaritanos. «Siempre había una persona que me ayudaba en todo. Me ponía el brazo, me agarraba y así iba rápido, como si su pierna fuera la mía».
Pero luego volvía la pesadilla. Con el tiempo Sergio fue cogiendo soltura y en clase de Educación Física ya no necesitaba prácticamente ayuda. «Había un chico que se ponía siempre detrás de mí para hacerme la zancadilla, que me cayera y los demás se rieran». En este caso sí hubo actuación de una profesora. «Habló con sus padres». Y el bullying acabó congelado en este caso.
El castigo
La falta de respuesta por parte del centro educativo en el que estaba el menor acosado y la ausencia de soluciones para paliar el acoso que sufría acabaron degenerando en lo que muchas veces acaba siendo la última salida. El uso de la violencia se convierte en el callejón en el que terminan muchos menores hostigados por sus compañeros. El último recurso de los acorralados.
Para Sergio eso llegó cuando dos hermanos del instituto se enfrentaron con él. Uno de ellos empezó a empujarle. «Te voy a arreglar el tabique de una hostia», fue la amenaza que lanzó el 'abusón', una de las denominaciones con la que los escolares se refieren a los que cometen acoso en las aulas. Al final el tabique lo acabó perdiendo el que amenazaba. El chaval vivía con su abuela. Otra familia rota. Nadie se hacía cargo y acabó en un centro de menores. «Ahora no voy a dejar que nadie me ponga la mano encima». Ley de hierro entre pupitres.
La escapatoria
La vergüenza, la impotencia o la incapacidad de solucionar el bullying por parte de los menores, unido a la falta de respuesta, muchas veces por parte de educadores o de incluso las familias, hace que muchos acaben buscando alternativas, como fingir problemas de salud. Sergio no fue una excepción. «Más de una vez he tenido que fingir diciendo que me dolía la cabeza para no sufrir bullying. Así conseguía no ir al instituto», sentencia.
El sindicato docente mayoritario plantea, para mejorar la prevención y la intervención, separar las funciones de los coordinadores de Igualdad y Convivencia, pues «con el volumen de trabajo actual no se da abasto», más formación específica para el profesorado y las familias, reducir ratios «para atender mejor a la diversidad» o reforzar la plantilla de profesionales especialistas, como los orientadores.
«Aprender valores cívicos, a resolver conflictos o educar en las emociones y la empatía debe ser tan importante como aprender matemáticas o a leer», dice el presidente de la confederación de Ampas. Además plantea el fomento de las tutorías -«que no sólo traten aspectos académicos, también de comportamiento»-, recurrir a la mediación y a proyectos de éxito como las tutorías entre iguales, o disponer de protocolos efectivos reduciendo la burocracia. Y nunca «relativizar un conflicto puntual, una señal o un cambio de ánimo». Además, rechaza que la solución pase por la salida del centro: «Es un fallo enorme».
La lucha contra el acoso «pasa por sensibilizar a toda la sociedad, que nunca se diga que es una cosa de niños, sino un problema real que puede tener consecuencias muy graves», explica el responsable de la oenegé, que destaca que una víctima tiene una probabilidad 2,55 veces superior de intentar suicidarse. «Cualquier alumno debe saber que puede y debe pedir ayuda, y necesitamos entre todos generar espacios seguros, y para ello hay que formar a profesores y padres, por ejemplo en el uso de nuevas tecnologías», añade. Considera clave el coordinador de Bienestar, que sea un profesional capacitado para la prevención.
El defensor del pueblo, en una reciente resolución, plantea a la administración la realización de estudios para conocer la evolución de esta lacra (actualmente la comparación de datos no es posible por los cambios en los protocolos de notificación de la conselleria), la puesta en marcha de programas específicos de formación para equipos docentes para la pronta detección, facilitando también la inclusión de alumnos y familias, que se promuevan proyectos globales de prevención en los centros, el fomento de la figura del mediador o la creación de aulas de convivencia para aplicar medidas correctoras.
Educación ultima el nuevo decreto de convivencia que prevé una serie de medidas para los centros, como programas de mediación, tutorías entre iguales (alumnos mayores que guían y escuchan a los más pequeños), prácticas restaurativas para los agresores (un servicio a la comunidad) o iniciativas dialógicas en todas las etapas, especialmente en Secundaria. Es decir, que los alumnos hablen y se conozcan, facilitando sus relaciones. Como explica la directora general de Inclusión también se potenciará la competencia socioemocional desde Infantil incidiendo en la autoestima o la empatía como factor preventivo.
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