Pablo, uno de los tractoristas de Chiva, vitoreado por su pueblo. EMILIO NAVARRO

Los tractores, la infantería del pueblo contra la DANA

Los agricultores valencianos, a los que el Gobierno multó con 1.200 euros en febrero, son los héroes que cargaron con el barro

Héctor Esteban

Valencia

Viernes, 8 de noviembre 2024, 00:51

El despertador no marca ni las seis de la mañana en Chiva. En la habitaciones ya se escucha el ronroneo del diésel de los tractores, los blindados de esta DANA, lo más parecido a una guerra sin bombas. No hay colores para diferenciar el verde de un John Deere del rojo de un Massey Ferguson, el azul Landini del naranja Kubota. Ahora sólo hay un color, el 'pantone barro'.

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Han pasado escasas horas desde que la tarde-noche del martes 29 el agua arrasara a dentelladas el casco viejo de Chiva. Es de noche, y en la oscuridad ya se ven las sirenas intermitentes de las monturas de los agricultores. Saben que el día va a ser durísimo, unas jornadas que no se van a olvidar nunca y que se van a grabar en las fachadas para la eternidad con azulejos que marcan el terrible 'hasta aquí llegó el agua'. Hay que actuar de inmediato en el kilómetro 0 del desastre, donde empezó todo.

Chiva está incomunicada. No se puede llegar. La A-3 está cortada y la salida por Cheste es imposible porque han caído los dos puentes. Sólo el pueblo puede salvar al pueblo. No es un dicho sino la pura realidad. A Chiva sólo se puede llegar por el aire y no hay helicóptero al que se espere. Incomunicados: ni luz ni agua ni gas ni cobertura.

Los vecinos salen a tratar de reconocer sus calles después de una noche de miedo, mucho miedo. Fango y dolor. Los tractores empiezan su procesión, como orugas, lentos pero sin descanso. Y empiezan a cargar con la mochila de muchas familias. La vida pasada y la nueva. Muebles, camas, juguetes, somieres, libros, álbumes de fotos, lámparas, sofás, puertas... En cada remolque va una historia, el relato de una familia destrozada por el agua.

Alberto 'El Bombo' ha perdido bajos, coches y campos. Pero no se queda en casa a llorar. No hay lamento. Se agarra fuerte al volante para salvar a los suyos. Igual que David Faraña, cetrino, siempre serio, que no para arriba y abajo. Rodrigo Margós, de Las Bairetas, cocina y luego salta al volante de su tractor para no parar ni a descansar. O los hermanos Carrión, Diego y Santi, que conducen y cargan. De Alberto, que llega desde Cheste para ayudar a Ramón en el polígono. No son héroes anónimos: Alfredo Boullosa, Pablo, Pajero, Magras... Y Gabriel, que nadie se olvide de Gabriel, que aparca el dolor de la pérdida para hacer de tripas corazón y ayudar a su pueblo. A falta de ejército que consuele a la población, de los militares que llegaron tarde y escasos, los vecinos se arremangan para ayudar a su gente.

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Los tractores de Chiva son los de Utiel, los de Godelleta y Cheste, los de La Ribera, los de todos aquellos municipios afectados por la devastación. Saben que sus campos están arrasados, destrozados por una lluvia torrencial y el agua estancada. Podrían quedarse en casa, lamentando los daños, mirando seguros, maldiciendo al cielo pero salen a trabajar, a quitar lodo con sus palas, a sacar agua con sus bombas, a cargar barro.

Las primeras horas de la catástrofe son clave. Y ellos lo saben. También salen los dumper, como el de Iván, y las máquinas de Rafita, Quique y Julio, entre otros.

Esos agricultores, esos tractoristas son los mismos a los que en febrero el Gobierno puso 1.200 euros de multa por cortar la carretera, por reclamar sus derechos, por exigir justicia con sus productos. Los mismos que se llevaron algún porrazo por defender su pan nuestro de cada día. Unas multas que ahí siguen, sin que haya un indulto que valga. ¿Por qué la delegada del Gobierno, Pilar Bernabé, no pide una amnistía general para todos aquellos que han salido a la calle a luchar gratis? Lo que han hecho vale mucho más que esos 1.200 euros por barba.

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Los agricultores de hoy, los tractores, son los mismo que en la pandemia pusieron su fruta al servicio del pueblo. Durante estos días, han hecho lo mismo.

Chiva, el domingo, estaba atento a la llegada de los Reyes, pero al final vitorearon a sus tractoristas que trabajaron de sol a sol, con el Perchas, un vasco que se ha quedado a vivir en Chiva como agitador de masas. Un homenaje espontáneo, sincero, lleno de aplausos, por encima de cualquier ideología política.

El tiempo recordará a los agricultores y a sus tractores, el verdadero ejército de infantería que sacó a los vecinos del lodo de la desesperación.

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