Urgente La juez de la dana imputa a la exconsellera Pradas y al exsecretario autonómico Argüeso
Este mojón, en medio de un campo de almendros, marca en triángulo fronterizo de la Comunitat Valenciana, la Región de Murcia y Castilla-La Mancha. LP

El triángulo de las Bermudas de la Comunitat Valenciana

Valencianos en la frontera ·

A un paso de donde Carlos Alcaraz se forjó como número uno, la vida se para en Las Virtudes, pedanía de Villena fronteriza con Murcia y Castilla. Un mojón marca el vértice donde se une las tres autonomías.

Héctor Esteban

Valencia

Sábado, 8 de abril 2023, 23:57

Había una vez un valenciano, un murciano y un castellanomachego... En la calle Diseminados 940 de Caudete (Albacete) hay un mojón de piedra que marca ... el vértice del triángulo que dibujan las fronteras de la Comunitat Valenciana, la Región de Murcia y Castilla-La Mancha. Con una sola vuelta de cuatro pasos alrededor del pedrusco se visitan tres autonomías. La ruta: Villena-Yecla-Caudete. Al mojón, ubicado en mitad de un campo de almendros, sólo se puede acceder por caminos de tierra. Está en medio de la casi nada. De hecho, a la vista quedan las obras de ampliación de la A-33 para llevar el progreso a esas zonas rurales donde se ganan pocos votos. Lo que no renta, no importa.

Publicidad

A pocos kilómetros de allí, Carlos Alcaraz se pulió a base de raquetazos en la academia de Juan Carlos Ferrero. En el epicentro de donde casi nunca pasa nada, salió un número uno del mundo cincelado a base de cabezonería, reveses y trabajo. De El Palmar al triángulo fronterizo.

Por esas carreteras de Dios, en las inmediaciones de la laguna de Villena, está Las Virtudes, pedanía alicantina a tiro de piedra del mojón fronterizo. Para llegar hasta allí hay que dejar atrás lugares inhóspitos como Los Cabezos, algún conejo o liebre aplastado sobre el asfalto y señales de tráfico quemadas por el sol.

Al llegar a Las Virtudes el silencio se impone al ruido. Uno de los pocos bares de la pedanía está cerrado a cal y canto, lo que es una declaración de intenciones. No es lugar para el invierno, sino para el verano, al calor de su majestuoso santuario. Un chaval permanece sentado en el parque sin niños esperando a saber qué y a lo lejos, Ana pasea a sus dos perros. Ella es de Sax y su marido de Villena. Pasan en la pedanía seis meses al año. Al preguntarle por el sentido de pertenencia, lo primero que sale a relucir es la lengua: «No me gustan las imposiciones. Debería ser optativo. ¿Si me siento valenciana? Yo soy alicantina». Lo de siempre por esos lares y otros parecidos. Que nadie vaya con milongas porque allí interesan otras cosas. Y eso en Villena el lenguaje es casi híbrido: castellano, una pizca de valenciano, aromas aragoneses y envoltorios murcianos. El 'ansa' es el asa y la 'pansa' la pasa. Allí no se agachan, sino se 'acachan', la bandeja es una 'llanda' y hay 'pescateros, torrateros y correcheros'. En aquellos lindes se entienden mejor con los de Cheste que los de Alcoi, pese a que la primera está más lejos. En las fronteras, los idiomas pierden sus reglas para hacerse propios sin academias ni académicos.

Publicidad

Al final, con poco que hacer por Las Virtudes, los hombres con mono de trabajo te guían al lugar donde puede haber algo de actividad en una mañana fría y lluviosa de invierno. El destino es el Mesón de los Reyes Magos, el único lugar abierto en un sitio donde no hay colegio o farmacia. Detrás de la barra está una familia al completo. Irenia es la hija, que atiende mientras su madre,Bego, se fuma un cigarro en la puerta. El padre está en la cocina. Se le oye pero no se le ve. En la mesa, tres señores mayores almuerzan y conversan en valenciano, y sólo cambian al castellano para pedir algo a la camarera.

Arriba, Bego e Irenia, tras la barra del único bar abierto en Las Virtudes. Un cartel en la pared del santuario. LP

La familia es de Benejama, porque así lo dicen ellas, aunque hay quien atiende por Beneixama. El bar es un lugar para todo. Punto de descanso, de encuentro para romper con un carajillo el tedio de la rutina, y en una esquina, una especie de ultramarinos para comprar olvidos o recuerdos. Este año, como es el centenario de la coronación de la Virgen de las Virtudes, hay algo más de ambiente, pero nada parecido a echar cohetes.

Publicidad

El bar es de una asociación, la de los Reyes Magos, y hacen un casting para elegir a sus propietarios. La familia de Irenia y Bego ya había trabajado allí a jornal, y ahora, se han atrevido con la oportunidad. En Las Virtudes la vida pasa tan despacio como monótono es circular por esas carreteras sin marcas que hay que buscar una vez el conductor abandona la autovía.

Allí no se siente ni más ni menos valencianos, porque allí, a un paso del triángulo fronterizo, son de todos y de ningún sitio. Da la sensación de que a la primera oportunidad, el que puede vuela lejos para volver en verano a ver si las persianas de la horchatería se han abierto al calor de la devoción y la fe que envuelve al santuario. Mientras tanto, los segundos no corren en la pedanía de Las Virtudes.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias: 3 meses por 1€

Publicidad