Urgente Óscar Puente anuncia un AVE regional que unirá toda la Comunitat en 2027
Un día cualquiera. Manuel necesitaba ayuda para todo. Al final ni siquiera era capaz de mover un dedo. Se comunicaba con los ojos. TXEMA RODRÍGUEZ

La última vida de Manuel

Crónica sobre los meses finales de Manuel Roca, enfermo de ELA, y de la mujer que se hizo cargo de su cuidado, Raquel Corbí

Sábado, 3 de septiembre 2022

Raquel le ha puesto los calcetines de rayas, el pantalón nuevo que le gustaba y la camiseta del Valencia que le regalé en Navidad, firmada por Carlos Soler. Es 15 de agosto y estamos en un lúgubre tanatorio de Buñol. Todo me parece oscuro ... en este día de sol salvaje, uno más del verano. Por la mañana Manuel se ha puesto blanco y Cenen se ha dado cuenta de que algo no iba bien y ha llamado. Unos minutos después de que ella llegara a su casa ha muerto en sus brazos. Ha abierto los ojos y la ha mirado por última vez. El médico ha tardado una hora, pero hubiera dado lo mismo. Eso pensamos. Porque hace tiempo que respiraba con mucha dificultad y solo nos podía decir las cosas parpadeando. No hace mucho, por el mes de mayo, le llevaron un cacharro de esos que te permite escribir con la mirada pero hacía el paripé cuando se lo pedíamos aparentando interés por comunicarse con él, aunque ya no tenía ganas y se lo notábamos en los ojos. Ella lo ha dispuesto todo, como siempre desde que lo conoció hace más de dos años, cuando Manuel todavía andaba. Cenen (un señor colombiano, recio, de una pieza, al que contrató para estar siempre acompañado) se ha ido al Consum a por una botella y se la ha bebido a sorbos rápidos para matar el dolor y yo estoy aquí intentando escribir, porque el tiempo ha corrido mucho durante estos meses y parece que fue ayer y ya es hoy. Cada cual cura el dolor de la ausencia como buenamente puede. Raquel sonríe y hablamos un rato junto al ataúd cubierto de coronas. Pensamos que ahora está mejor, que ya ha dejado de sufrir y que se estará riendo de nuestras caras desde el más allá. Ha sido un suspiro y hace más de diez meses del día en que me dejó entrar en su vida para contar esta historia de enfermedad y de amor. Esta paradoja de hallar la belleza cuando todo parece perdido, en medio del triste paisaje de abrir cada día los ojos sabiendo que tienes ELA.

Publicidad

Hospital. El doctor Vázquez, neurólogo, inyecta toxina botulínica a Manuel para aliviar la rigidez muscular y los dolores que causa. T. RODRÍGUEZ

Todo comenzó con la ayuda de otra mujer fundamental en esta historia. Se llama Amparo Martínez, pocas veces un nombre estuvo tan bien puesto. Es psicóloga y trabaja en el Hospital La Fe con este tipo de enfermos. Contacté con ella porque quería vivir de cerca cómo es esta dolencia y costó casi un año dar con alguien que estuviera dispuesto a abrir las puertas de su intimidad en semejante trance. Un día me habló de Manuel Roca, «creo que te gustará», me dijo, «es un amor». El trabajo que realiza Amparo me impresionó, en un escenario sin esperanza es ella la que está presente cuando a un paciente se le da el diagnóstico, que es como entregar una sentencia de muerte, y también la que les acompaña durante todo el proceso hasta el día del último latido de sus corazones. Algunos de ellos deciden poner fin a sus días antes de tiempo, normalmente cuando ya necesitan una máquina para poder respirar, y ella está en la habitación. Les coge de la mano y les habla. Es lo que hubiera hecho con Manuel llegado ese día, él había decidido donar sus órganos. Aunque no llegó ese momento. De todas formas ya le había dicho a Raquel que le acompañara en la próxima consulta, tenía fecha el 6 de Octubre, y sospechamos que había tomado la decisión de poner fin a sus días. Se iba apagando. Ya no tenía ganas, ni fuerzas.

Una mañana fría de noviembre llegamos a Alborache. Por el camino Amparo me fue poniendo al día. El hombre tenía 47 años, había sido conductor de ambulancias, fallero, tocaba en una banda de música, divorciado y con un hijo adolescente. Había accedido a que fuera a su casa siempre que me apeteciera y a que contara cómo era la etapa final de una vida con esta enfermedad.

Alimentación. Manuel recibía la comida y la medicina a través de una sonda flexible que llega directamente al estómago. La capacidad de tragar es una de las primeras limitaciones que causa la ELA en los enfermos. T. RODRÍGUEZ

Vínculo afectivo

También me habló de Raquel, una auxiliar social que al principio acudía unas horas por la mañana para ayudar pero que había establecido con Manuel un fuerte vínculo afectivo hasta el punto de convertirse en la persona más cercana y querida. Un vecino le había alquilado una pequeña casa de una planta, que tuvieron que adaptar tirando una pared y ampliando el baño. Ya no podía hablar pero sí manejar la silla y enviar mensajes con el móvil. Por aquella época ya le costaba mantener vertical la cabeza.

Publicidad

Cada día Raquel llegaba cuando todavía era de noche. Ha llenado la casa de cartulinas con palabras clave para se pueda comunicar en caso de emergencia. Basta una leve señal, aunque se entienden casi intercambiando una mirada. Cuando conoció a Manuel se apañaba con una muleta para caminar, le regaló para su cumpleaños una manta con una foto que se hicieron hace tiempo, junto a la imagen se lee: «Te quiero Manuel». Pero a él no le gustaba usarla porque no quería ensuciarla, prefería tenerla doblada en el armario. A veces, si es muy pronto, Raquel se tumbaba a su lado en la cama y le abrazaba. También le daba besos. Le llama 'nene', también yo acabé llamándole así.

Y Manuel, ya privado del habla, sonreía de un modo impropio en alguien que vive con los días contados, su rostro se iluminaba como si fuera un niño y detenía, por unos instantes, el avance mortal del tiempo. Siempre de buen humor movía con rapidez los dedos sobre la pantalla del teléfono y buscaba una canción, «El día que yo me muera, no me corten ni una flor. Traigan la plantita entera, pongan un jardín en mi honor...». Una canción de Rozalén que sonó en su despedida y con la que él acostumbraba a quitar hierro al asunto de la muerte.

Publicidad

Esperanza. Los cuidados de Raquel dieron a Manuel una visión de la vida y le ayudaron a superar el dolor. | Vikingo. Un día Manuel decidió teñirse el pelo de rubio, dejarse barba y llevarla al estilo del personaje de la serie 'Vikingos' Ragnar Lodbrok, del que Raquel es fan. T. RODRÍGUEZ

Dependencia total

Sabía que seguía con vida gracias a ella, porque cuando Raquel comenzó a ir a su casa, tres horas y media cada día, él había decidido irse al otro barrio en cuanto necesitara algún tipo de ayuda exterior y fueron su cariño y su insistencia las que hicieron que cambiara de opinión y se sometiera a una gastrotomía, una intervención en la que se coloca al paciente un tubo flexible que va directamente al estómago y por el que se le alimenta y recibe la medicación. Le dijo un día: «Que te mueras del ELA, vale, pero de hambre no, nene». Así doblegó sus ganas de irse en aquella primera crisis. El segundo momento crítico llega para estos enfermos el día en el que no pueden respirar solos y han de ser conectados a una máquina.

Guardo como un tesoro muchas conversaciones con Manuel, de cuando podía mover los dedos. La del día que cumplió 48 años. Llueve y no puede quedarse a tomar el sol en el patio y me escribe, «tengo que coger vitaminas (...) luego bajaré al gimnasio». Siempre estaba haciendo bromas y la sonrisa asomaba con facilidad a su cara. Ponía mensajes tristes en el Facebook o en el Whatsapp para llamar nuestra atención y luego se partía de risa al ver que nos preocupábamos. O decía que quería un bocata de morcilla con alioli en el bar.

Publicidad

Recuerdos. Una foto vestido de fallero, el omnipresente escudo del Valencia CF y una placa de sus compañeros de trabajo. T. RODRÍGUEZ

Los Abetos. Allí íbamos a tomar un café después de que, como cada día, Raquel y Cenen lo desnudaran, lavaran y ella hidrata su piel con crema. Después venía la difícil tarea de vestir un cuerpo inerte y de colocarlo en la silla. Y todo el día allí, inmóvil, sin poder hacer nada. Ver la tele o leer algo, como mucho y, al final, ni eso. A menudo, Raquel se lamentaba de lo cruel que es esta enfermedad, pero enseguida se nos olvidaba al ver el rostro de Manuel, que nunca se emitió una queja. Le gustaba tocar la trompa en la Primitiva de Alborache y echaba de menos poder conversar, trabajar, ir a almorzar con los amigos. Luego, lo mismo me enviaba una canción de Melendi o un vídeo en el que lleva a Raquel subida en la silla de ruedas y ella le pregunta: «¿El sábado dónde me vas a llevar a cenar?». La incombustible mujer que se lo trajo a su casa a pasar las Navidades con su familia, que organizó su último viaje, el de sus sueños, para ver la Sagrada Familia, que fue cada día a acompañarle durante más de dos años, por trabajo primero y luego por amor.

Ella fue a buscar médicos, fisioterapeutas o lo que fuera preciso, siempre pendiente del teléfono por si Cenen llamaba. La mujer que renunció a muchos días con su marido, con sus hijas y amigos y me admitió, como uno más, en este extraño grupo unido por la inminencia de la muerte pero también por la última fortaleza de la vida.

Publicidad

La manta. Raquel le hizo una manta con la primera foto que se hicieron juntos, a él no le gustaba usarla porque no quería que se ensuciara. T. RODRÍGUEZ

Hablé mucho de Raquel con Manuel. Nos dábamos los buenos días o comentábamos los partidos del Valencia. Siempre iba vestido con camisetas de su equipo (un día pudo ir al palco de Mestalla a ver un partido que ganaron 2-1 al Cádiz), aunque también tenía una de la selección española. En una ocasión le pregunté cómo influía ella en su vida y me dijo que si no fuera por su presencia «ya estaría en el otro barrio», que su cariño le había hecho más fuerte, «es una gran persona con un corazón enorme». Son las eternas paradojas de una vida como la suya, siempre dedicada a hacer lo que querían otras personas, que de pronto se encuentra con esta terrible enfermedad. Manuel comenzó a ser él mismo con la ELA, a ser dueño de su destino y sus palabras. También recibió regalos inmateriales que nunca antes tuvo. Es cierto que la esclerosis le quitó la vida, pero también lo es que le enseñó la existencia del amor.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€

Publicidad