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Hay un síndrome muy común entre quienes abandonan sus lugares de origen y establecen su vida en un nuevo destino, que convierte a los expatriados en una especie de apátridas. Sucede cuando pasan un número considerable de años en un país o ciudad distintos al de origen. Ahí, pasan a ser extranjeros en todos lados. En los lugares en los que han nacido empiezan a ser los españoles y en España, nunca dejan de ser los franceses, holandeses o colombianos, por muy integrados que estén. Y entonces, todos ellos pasan a tener algo en común que sobrepasa nacionalidades y los atrae como un potente imán: han dejado de ser de ningún sitio y lo son de todos a la vez.
Cuando citamos a los protagonistas de este reportaje, de nueve nacionalidades distintas y cuatro idiomas diferentes, para reflexionar sobre cómo Valencia se ha convertido en una gran ciudad de adopción, todos están encantados de haber conocido al resto de participantes, aunque casi ninguno se conocía de nada hasta ese momento. Apenas diez minutos después de habernos despedido, tras una breve sesión fotográfica en plenas navidades, los once montan un grupo de whatsapp para intercambiar mensajes y convocar una quedada, al margen del reportaje, en el que poder conocerse mejor, tejer una red y, por qué no, dar a conocer sus trabajos al resto. Todo eso, entre cervezas.
Los hay que ofrecen su local, otros, su producto. Otros, su compañía. Porque todos saben lo que cuesta hacerse un sitio cuando llegas a una nueva ciudad. En este grupo los hay que llevan 35 años en la capital del Turia, otros, sin embargo, llegaron el año pasado. Algunos han emprendido, con lo que eso conlleva. Otros, han formado aquí su familia y han echado raíces. Incluso algunos se han nacionalizado.
Todos están ahora en su casa, en una Valencia que quiere crecer y hacerse más internacional sin perder su esencia. Y todos son ahora los mejores embajadores de un territorio que ya consideran propio. De hecho, la ciudad se ha colado de un tiempo a esta parte en decenas de ránkings internacionales en los que se ha elegido el mejor destino para vivir o para visitar. ¿Por qué hemos escalado posiciones? Lo intentamos resolver con Jorne, Will, Cata, Alejandra, Emmanuelle, Bogdan, Gui, Bertrand, Freya, Julien y Alex. Todos ellos nacidos fuera de Valencia y ya vecinos de una ciudad que quiere comerse el mundo.
País de origen: Inglaterra
País de origen: Francia
País: Francia
País de origen: España, pero ha vivido en Estados Unidos.
Cada persona es un mundo. Y nunca mejor dicho en este caso. Porque cada uno de los protagonistas de este reportaje tiene una historia propia que ha acabado desembocando en el mismo lugar: Valencia. A la capital del Turia han llegado desde Holanda, Inglaterra, Colombia, Francia, Argelia, Australia y desde Madrid (pasando por Estados Unidos). Ninguno ha nacido aquí, pero todos han hecho aquí su vida. ¿Qué los trajo aquí?, ¿por qué Valencia y no otro lugar? ,¿les costó asentarse?, ¿ha merecido la pena?
Emmanuelle Malibert es la veterana del grupo. Lleva 35 años aquí y es una de las caras conocidas de la ciudad, donde tiene una famosa braserie. Pero no todo ha sido fácil. «Me costó adaptarme porque cuando llegué, no había Comunidad Económica Europea y nos hacían la vida imposible a los extranjeros. Incluso los propios vecinos».
Gui de Mulder es un famoso corresponsal de cine. Es madrileño, aunque ha vivido décadas en California, desde donde hacía las alfombras rojas de los Oscar para algunas televisiones españolas. Pero hace un año y medio, él y su pareja decidieron volver a Europa y eligieron Valencia sobre mapa, como quien elige piso. «Nos pareció parecido a California, pero con más valores, más tolerante, abierta, cosmopolita. Además, es una ciudad muy bien comunicada», cuenta. Ni tiene familia ni amigos que lo atrajeran a Valencia. Tan sólo recuerdos de veranos en Gandia. Suficiente para haberse instalado en Ruzafa y ser ya un vecino más de los que pasean por el río o frecuentan los mercados.
Will McCarthy salió de Londres hace casi 29 años. Llegó a Valencia con tres palabras de español y una guitarra que aún hoy toca. Es periodista, músico y profesor de inglés. Eligió esta ciudad porque quería alejarse de las grandes urbes como Madrid o Barcelona, porque ya había tenido bastante con la city. «Valencia tenía un tamaño más manejable», dice. Ahora, está adaptado al modo de vida de aquí, habla español con fluidez y se siente «como en casa». «Estoy aquí para ayudar a promocionar Valencia en el mundo angloparlante y par ayudar con mi música, que para eso es el idioma universal».
Julien Gerbi llegó primero a Alicante. Pero un amigo había montado una empresa de formación y preparación de pilotos en Valencia y se unió en 2012. Ahora está nacionalizado y es director deportivo de un equipo de carreras.
Con tan sólo tres meses viviendo en la ciudad, Bertrand Boullay es ya un enamorado de Valencia, escenario que lleva visitando sin parar desde 2017. Aquí ha abierto un hotel hace nada con su pareja porque las opciones que encontraban para alojarse no les convencían. Y no se han arrepentido. «Valencia y sus alrededores son un tesoro. Despertar cada día con el cielo azul, disfrutar del buen clima y la tranquilidad, la deliciosa gastronomía, la arquitectura... lo tiene todo. Nos ha cautivado».
Freya Cobbin no es la que más tiempo lleva en Valencia, pero sí la que viene de más lejos. En concreto, de las Antípodas. Llegó a la ciudad en un momento complicado, en 2020, en plena pandemia. Y a pesar de las restricciones, se sintió tan cómoda aquí que se quedó. Eso sí, se encontró con varios choques culturales. El primero, la burocracia de las administraciones y el segundo, lidiar con la siesta y el parón que se produce a esas horas en muchos negocios y particulares. Ahora está «perfectamente adaptada a las costumbres españolas».
Alex Nicholson es ya uno de los ilustradores de Valencia. Es su particular manera de contar al mundo que ha encontrado su sitio. «Venía de enseñar inglés en Corea y quería un país con buen cima, buena comida y paisajes praa dibujar. Lo encontré aquí», cuenta.
Alejandra Trejos aterrizó en Valencia el año pasado, tras pasar una etapa en Barcelona. Como allí era imposible pagarse la vida, decidió mudarse a Valencia, ciudad a la que ya venía mucho por trabajo en su campo, el de la innovación. Valora «que no es una ciudad de paso, sino que ayuda a crear vínculos duraderos. Hay mucha calidez humana, buen clima y seguridad».Pero no todo es positivo. Asegura que le ha costado adaptarse porque no encuentra un piso asequible en el que sentirse cómoda. El transporte tampoco le convence. «La ciudad no está bien conectada. Obliga a tener coche privado, sobre todo para trabajar en las afueras, donde están las grandes compañías».
Catalina Valencia hizo click con la ciudad de su apellido «muy rápido». «Sentí que había llegado al lugar en el que tenía que haber estado hacía tiempo», dice. Una de las cosas que mas le sorprendió fue la sensación de gran libertad que sintió. «Era posible conocer y compartir con personas de distintas nacionalidades. Eso en mi país no lo había sentido».
Bogdan Tapu llegó a Valencia con una maleta y un montón de sueños por cumplir. Venía de México, donde había pasado unos años, y se acercó a Europa para estar más cerca de su Rumanía natal. La adaptación le resultó ligera y rápida. En cuestión de días encontró nuevas amistades con visiones similares a la suya. «Una de las cosas que más me sorprendió fue que el proceso que debe seguir un emprendedor está muy consolidado. Hay apoyo a las nuevas empresas, aunque mucha burocracia».
Jorne Buurmeijer lleva 19 años en España.Tiempo suficiente para poder tener una imagen de la ciudad en la que tiene su negocio. Sobre todo, a nivel gastronómico, su sector. Vino por amor y se quedó porque la ciudad es cómoda y amable. Con sus cosas, claro, como la falta de puntualidad, pero también con la posibilidad de comer fenomenal y barato en cualquier bar. «Tiene el tamaño ideal. Con todos los servicios pero con la comodidad de un pueblo».
País: Australia.
País de origen: Francia, de familia argelina
País: Rumanía.
Una mirada exterior siempre es de utilidad a la hora de poner en perspectiva las cosas. De retratar una sociedad. Y ahí, nuestros once protagonistas tienen una lupa muy bien graduada que les ha permitido radiografiar el perfil social de los vecinos con los que conviven. ¿Cómo ven a los valencianos quienes no siempre han estado entre ellos?
«Nunca he considerado a la gente de una manera determinada por vivir en un sitio. El clima puede influir en el carácter y en una ciudad con 300 días de sol al año, se es más abierto porque se vive mucho en la calle», dice Emmanuelle. Gui ve en la ciudad una sociedad «tolerante, abierta», llena de gente «simpática, fiestera, con muchas ganas de disfrutar, de comer bien, de vivir bien». Will va en la misma dirección. «La gente es muy generosa, me han ayudado mucho en estos años de muchas maneras distintas. He vivido en cuatro países, pero sólo me he quedado en Valencia», cuenta.
Coincide en el buen carácter de los valencianos Julien, que habla de pueblo «amistoso, simpático, de tradiciones fuertes que se respetan y se disfrutan», cuneta. «Me resultó muy fácil integrarme», dice. A Bertrand, por ejemplo, los vecinos de Valencia lo han «cautivado desde el primer momento». «Son muy accesibles y muy amables. Me encanta el sentido de comunidad, cómo se vive el barrio, la mezcla de generaciones en las terrazas de los bares». Eso sí, reconoce que hacer amistades «cuesta su tiempo y los tiempos para algunas cosas son muy largos». A Freya le sorprendió cómo un pueblo tan relajado y bueno para divertirse «puede ser tan impaciente conduciendo», y habla de personas muy familiares, disfrutones, y muy orgullosos de lo suyo. «De la paella, de su obsesión por el fuego y del sagrado almuerzo». Alex, por su parte, también ve gente «muy relajada y amigable». De hecho, está tan integrado que este año incluso participará en el proyecto de la falla Santa María Micaela.
Alejandra, sin embargo, no ha podido profundizar demasiado porque no trabaja para una empresa valenciana y no ha conseguido aún generar demasiado vínculo con gente de aquí, pero resalta la calidez y la amabilidad de quienes la rodean.
Cata, sin embargo, los tiene más calados. «Me es difícil describir a los valencianos como un solo grupo, porque conozco a personas con carácter tan distinto... Son un pueblo diverso, alegre, abierto y acogedor. Son muy directos y a veces parecen algo toscas. Priorizan el disfrute, el ocio, la familia y los amigos», dice.
Para Bogdan, una de las cosas más destacables de quienes viven aquí es «la unidad como comunidad, por ejemplo en sus fiestas regionales». «Aunque no se conozcan, tienen un fuerte arraigo», y pone como ejemplo la reunión frente a una paella o el ambiente en un partido del Valencia en Mestalla. Para Jorne, por contra, son honestos, aunque tienen su carácter y son muy orgullosos. «Si conoces bien a un valenciano son leales y son buena gente». Eso sí, como detalle de color.... «van mejor vestidos que los holandeses y son muy limpios».
País de origen: Colombia
País de origen: Holanda
País de origen: Colombia
País de origen: Inglaterra
Algunos de nuestros protagonista llevan ya tanto tiempo en la ciudad que han sido testigos de la evolución de Valencia en las últimas décadas. Han conocido ya la urbe del pasado. Pero todos tienen una idea clara de cómo ven el futuro en el lugar en el que han elegido como hogar.
A Emmanuelle, por ejemplo, le preocupa el peso que el turismo pueda tener en la ciudad. «No me gusta que vengan unas horas a arrasar. Me gusta el turismo lento, el que vive y disfruta la ciudad». Y plantea un espacio más verde y más auténtico, con en el que espera que haya menos problemas de vivienda. Gui de Mulder cree que Valencia será un destino «aún más internacional», con incluso más diversidad. Augura también un polo de crecimiento industrial basado en la agricultura, el diseño y la creatividad y sueña con un espacio de convivencia y tolerancia. Y avisa: «Yo de aquí ya no me muevo».
Will cuenta que la ciudad era mucho más española cuando él llegó en 1995. Ahora, dice, se ha vuelto muy internacional. «Mi esperanza es que siga siendo respetuosa con el medio ambiente, con un buen transporte público y que las zonas verdes crezcan. Pero también que la vivienda deje de ser un problema», explica.
Para Julien, Valencia ha ido a mejor a un ritmo rápido desde que él llegó, pero apunta a que es responsabilidad de todos la de generar negocios y crear empleos que reviertan en el bienestar del resto de la sociedad. «Tirar del carro para llevar a Valencia a lo más alto», pide.
Para Bertrand, Valencia está camino de convertirse en un referente aún mayor en cuanto a arte, cultura, deportes, gastronomía y eventos. Aunque también espera «que continúen las iniciativas ecológicas y que la creciente escena de startups florezca aún más. Tiene todo para ser una gran ciudad, pero el crecimiento debe ser equilibrado y bien gestionado». Pero le preocupa la creciente gentrificación y la limpieza de calles. «Espero que no se convierta en otra Barcelona», pide.
La Valencia que imagina Freya es una ciudad en el mapa internacional, pero sin perder su carácter español. Pero también una en la que se ponen límites a las licencias turísticas que evite un exceso de turismo y una en la que se combine movilidad y sostenibilidad. «Un proyecto que me entusiasma es la ampliación del Parque central en combinación con la reorganización de las estaciones del Norte y Joaquín Sorolla para unir ambos lados de las vías con un espacio público».
Alex cree que Valencia, sin duda, va a cambiar. «Desde que vivo aquí no paro de ver gente que viene de visita o a quedarse. Un montón de nómadas digitales. Aún la siento como una ciudad pequeña, pero lo malo es que no será para siempre».
Alejandra ve clarísimo que la ciudad está creciendo y está ya en el foco de los expatriados de Europa y del resto del mundo. Pero lo que sucederá en unos años es que «será otra Barcelona», augura. Dice que crecerá el turismo, el coste de vida y la inseguridad. «Si es pasa, será mi momento de pensar en una nueva ciudad para vivir», lamenta.
Cata echa la vista atrás y recuerda su llegada a Valencia, una ciudad «que estaba despertando a muchas cosas». «A veces me preguntaba si era una ciudad muy pequeña y tuve incluso intención de irme a Madrid. Pero no pasó porque me hice a la ciudad e incluso me casé». Ahora, sigue teniendo una escala «manejable y humana» en la que se puede ir caminando a muchos sitios. «Creo que la Valencia del futuro se debatirá entre el auge del turismo, su autenticidad, el gran reto de los que quieren vivir e integrar todo eso de forma armónica con los que ya viven aquí. Espero que siga conservando su esencia».
Bogdan también ha visto crecer Valencia de manera «exponencial» en pocos años. «Como una ciudad que no quiere perderse nada ni quedarse atrás». Eso sí, ahora cree que va a seguir su propio camino, con gente emprendedora, donde resulte más sencillo posicionarse gracias al apoyo, acuerdos, facilidades y apertura mental de la gente. «He visto ideas increíbles a las que nos se les han cerrados las puertas aquí. Al revés, las aceleradoras las han impulsado», dice.
Jorne, por ejemplo, ve «un gran futuro» para Valencia siempre y cuando «los coches sigan sin entrar al centro y se fomenten las bicis». « El futuro es así. En 2024 no se puede ir al centro en coche. Es un atraso. La ciudad ha cambiado en poco tiempo. Si Valencia quiere ser el Miami de Europa tiene que ir en la dirección de respeto al medio ambiente. El futuro es verde. Lo contrario es volver a los 50», dice.
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Patricia Cabezuelo | Valencia
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