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Enrique Molina, practicando tiro con cerbatana en una tribu. LP

Un valenciano en la selva del milagro

Enrique Molina ha viajado 16 veces a la Amazonia y en una de sus aventuras se integró en Araracuara, donde cuatro niños han sobrevivido sin ayuda durante 40 días tras un accidente de avioneta. «No me sorprende», afirma el escritor de Burjassot

Jueves, 22 de junio 2023, 00:34

El pasado sábado, cuando cuatro hermanos fueron hallados con vida en la selva amazónica de Colombia 40 días después de haber sufrido un terrible ... accidente de avioneta, Enrique Molina sonrió en su domicilio de Valencia. Pero no lo percibió como un milagro. Este maestro de Burjassot, ya jubilado, tiene un alma de aventurero que le ha llevado hasta en 16 ocasiones a viajar por el bosque tropical más extenso del mundo. Una de las primeras veces, pasó 14 días en Araracuara, la región donde habitan los pequeños indígenas que sobrevivieron en solitario. Se trata de un recóndito lugar que, por su aislamiento, sirvió mucho tiempo atrás de penal. Los tres adultos que ocupaban la aeronave estrellada a principios de mayo, entre los que se encontraba su madre, fallecieron. Los críos, de entre uno y trece años, resistieron juntos, aplicando todo aquello que habían aprendido de sus padres para subsistir. Pertenecen a la tribu de los huitotos. «En cierto modo a mí no me sorprende, por la clase de educación que les dan», afirma el docente, enamorado de una cultura tan lejana.

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Enrique, de 71 años, publicó en 2021 el libro 'Selva en las venas', en el que narra una de sus últimas aventuras: un viaje que duró siete meses. El propósito fue la unión de dos territorios con nombre muy familiar. «Ya estaba jubilado. Me di cuenta de que donde el Amazonas empieza a llamarse Amazonas es en Requena de Perú. Y hay una ciudad en el Caribe que se llama Valencia. Indagué y vi que era posible hacer el recorrido de Requena a Valencia por la Amazonia. Era posible mediante navegación. Eso hice. Recorrí 7.000 kilómetros en solitario», cuenta este maestro de escuela y orientador. Ha aprendido a sobrevivir en condiciones extremas, valiéndose exclusivamente de la naturaleza.

Lleva 30 años explorando el Amazonas, integrándose en tribus indígenas. Su paso por Araracuara ocurrió hace 25. Su conexión con aquella región, bañada por el río Caquetá, le dejó una huella que se ha hecho notar durante los últimos días. El pasado sábado, los soldados encontraron con vida a Lesly (13 años), Soleiny (9), Tien Noriel (7) y Cristin (1) a unos cinco kilómetros del punto del accidente. La mayor se había echado a la espalda a sus tres hermanos. «¡Milagro!» gritaron los militares.

Enrique no muestra sorpresa. «Cuando localizan la avioneta, ven que hay tres muertos pero no están los cuatro niños. Ven restos de comida y heces y empieza la gran búsqueda por parte de cientos de militares e indígenas», explica antes de confrontar dos modelos educativos: «¿Qué funciona en España? La sobreprotección de los niños. Aquí a los niños no se les deja solos, juegan en el parque con sus bicicletas siempre con la madre allí, con los juegos que han comprado en una juguetería... En cambio, allí la palabra clave es la responsabilización. La niña que tenía 13 años seguro que estaba entrenada para cuidar a sus hermanitos. Allí, los hermanos mayores cuidan de los pequeños. La madre a lo mejor tiene que irse a cultivar a dos o tres kilómetros del poblado mientras el padre se va a pescar».

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En el Amazonas, los niños aprenden a subsistir bien pronto: «Les enseñan que este árbol sirve para esto porque tiene tales propiedades, que esta planta es venenosa, que de la otra puedes beber... Allí hay lianas que cortas con el machete y chorrean agua como si bebieras del botijo. Están llenas de agua fresquísima. Hay otras lianas que lo que tienen es veneno. Los niños saben cuáles son las buenas. Hay hongos que se pueden comer y hay hongos venenosos. Los indígenas suelen tener bastantes hijos y los hermanos mayores se responsabilizan casi tanto como la madre del cuidado de los pequeños. Los llevan a cuestas, los alimentan…». Lesly se vio obligada a ejercer de cabeza de familia y, durante 40 largos días, aplicó todo lo aprendido. Su historia ha dado la vuelta al mundo.

Varios niños, cruzando el río en Araracuara. Enrique Molina

«Beber no es problema porque llueve prácticamente todos los días y pueden tener agua. Y sobre la comida, ella -Lesly- saca un kilo de yuca y algunos alimentos y parece que encontraron algún paquete con comida que tiraron desde el helicóptero. La yuca es como un boniato grande y hay que pelarla con un machete. Racionando bien, sobreviven. Pero cuando les encuentran, lo primero que dicen es que quieren comer. Tiene mucho hambre. Y muchas picaduras», cuenta Enrique. Las noches también resultaron duras: «Ella sabe hacer un vivac. Llevaría un cuchillo o algo. Las hojas allí son gigantescas y cortaba pequeñas ramas y hacía una especie de cabañita y dormían allí para resguardarse de la lluvia. Dentro de la selva, como tienes tres o cuatro capas de árboles, cuando el agua llega al suelo lo hace muy suave». Para alimentarse, también tuvieron un papel clave los frutos silvestres. «Hay una palmera que les da el chontaduro. Es una especie de dátil grande. Es muy alimenticio», comenta.

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Enrique destaca la dureza de los niños indígenas: «Desde bien pequeños caminan descalzos por la selva. Allí no hay zapatos. Luego ayudan a traer agua, a limpiar... Los niños tienen que ser de hierro. Tienen mucha fortaleza. Los niños débiles mueren. Viven en consonancia con la naturaleza. Aquí los niños juegan con videojuegos y tienen sedentarismo. Como mucho tienen alguna actividad extraescolar. En cambio, allí es actividad total en la naturaleza. Y aprenden los secretos de la naturaleza. La naturaleza es su libro». Hay un deporte que no tiene fronteras: «Les encanta el fútbol. El fútbol llega hasta a la aldea más remota. He visto niños que emplean una especie de sandías como balón. Juegan a la pelota, a la comba, y con arcos y flechas».

En Araracuara, Enrique conoció dos tribus principales: los andoques y los huitotos. Los niños formaban parte de esta última. Su abuela Fátima, en su lengua indígena, trató de comunicarse con los pequeños hablándoles a través de altavoces mientras realizaban la búsqueda en helicóptero. También entienden el castellano.

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«Araracuara era un lugar súper aislado. En los años 30 el gobierno colombiano puso allí un penal, donde llevaba a los peores criminales. Ese penal no tenía muros ni garitas, sino que ponían a los criminales en chozas. Había una guarnición militar, pero los presos podían cultivar pequeños trozos donde plantaban yuca, plátano y arroz. Yuca, plátano y arroz son los tres alimentos básicos de los indígenas. Ellos no tienen pan. Su pan es el casabe, que es una especie de torta de gazpacho manchego. Aquí se hace con harina y agua, allí se hace con fariña, que es la yuca exprimida para que el jugo venenoso se extraiga y rallada. Se deja secar y con eso y agua se hace una especie de torta. Luego van cortando en trozos y comiendo. De hecho los niños, cuando los rescatan, lo primero que piden es casabe», destaca.

Una niña pelando yuca. Enrique Molina

Enrique rememora el viaje que realizó hace 25 años: «La vida sigue igual. Allí no hay absolutamente nada, tienen que vivir de la pesca y la agricultura. Varios kilómetros dentro de la selva, donde sigue habiendo comunidades indígenas, no hay luz y siguen viviendo como hace cientos de años. Viven en cabañas. En la selva hay una humedad enorme, de más del 90 por ciento, y todos los días llueve un montón. Y hay una temperatura alta, de 30 grados más o menos todo el año. Eso propicia la existencia de insectos. Duermen en hamacas dentro de la choza, de madera y palma. El río Caquetá es afluente directo del Amazonas. Los ríos amazónicos son riquísimos en pesca. La selva les da lo que necesitan para vivir. Y en cuanto a medicinas, la selva amazónica es la gran farmacia del mundo. Tienen plantas medicinales para todo».

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En cambio, sí hay una tendencia alarmante: «El cambio que yo veo es que cada vez se extienden más los narcotraficantes. Ancestralmente, los indígenas mastican coca que pulverizan y mezclan con yarumo. Cada vez hay más consumo de cocaína en el mundo y los narcotraficantes han engatusado a los indígenas a base de regalos y dinero. La guerrilla se ha convertido en una narcoguerrilla». Ha trascendido que el padre de los niños, Manuel Ranoque, había huido al ser amenazado de muerte por uno de estos grupos: «Parece que se había opuesto a la cada vez mayor penetración de la guerrilla». Su esposa y los niños viajaban en avioneta para reunirse con él en San José del Guaviare. A mitad de camino, se produjo el accidente.

Enrique hizo un máster en cooperación para el desarrollo. Y en las prácticas, eligió como destino Colombia: «Vi el Amazonas me quedé impactado. Sentí la llamada de la selva». Ya la ha visitado en 16 ocasiones. La última, el pasado mes de febrero: «Vivo con ellos, como con ellos, duermo con ellos... Los misioneros católicos son fundamentales en mis viajes de aventura. Facilitan mucho que yo pueda contactar con tribus. Para mi es más fácil ir a la selva amazónica que a París, que es una gran capital que me abruma». En la experiencia que inspiró su libro, la que arranca en la Requena de Perú y termina en la Valencia de Venezuela, vio la muerte de cerca: «Cada día era plantearte no vivir, sino sobrevivir».

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