La crisis del coronavirus se ha convertido en global, pero las soluciones para tratar de poner fin a la pandemia se están produciendo de manera muy particular según los distintos países que sufren sus consecuencias. La idiosincrasia de cada uno de ellos, sus costumbres y hasta sus religiones han llevado a los diferentes gobiernos a tomar medidas que varían el nivel de control desde confinamientos totales como España, Jordania o Malasia, a otros más laxos como el de México, Australia o Turquía. Otros, como Corea del Sur han conseguido hacer casi vida normal. Una veintena de valencianos, residentes fijos en distintos países de todo el mundo cuentan a LAS PROVINCIAS cómo están viviendo la pandemia desde sus casas y qué diferencia hay respecto a la vida en la Comunitat. Desde un cocinero que ahora prepara menús en Chicago para las familias de sus compañeros, a una joven que vive la situación más restrictiva en Amán, pasando por quienes en Seúl ya han conseguido casi olvidar al famoso Covid-19. Un viaje por el mundo, sin salir de casa, a través de Marcos, María, Manolo, Alejandra, Pablo, Malena, Lupe, Kike, Pau, Clara, Alejandro, Sandra, Javier, Eider, Esther, Ana y Claudia. Suban, que despegamos.
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Marcos llegó a Chicago hace siete años desde Torrent para trabajar en la cocina de un restaurante español, pero en la actualidad es el chef ejecutivo de uno de los grupos hosteleros más importantes de la ciudad. En Estados Unidos no hay confinamiento a nivel de país, pero explica que en el estado de Illinois han recomendado que la gente se quede en casa, aunque no es obligatorio. «La ciudad está como un lunes tranquilo», dice. Sigue habiendo coches, gente corriendo, cafeterías abiertas…»No somos conscientes, pero está claro que vamos tarde». Y con esa mera recomendación, se dan casos extremos. «Gente que pasa de todo y gente que se lo ha tomado como el apocalipsis y está montando búnkeres con comida para dos meses». Tanto él como su pareja, Paloma, trabajan en la misma empresa de restauración, que estos días ha tomado una decisión que les ha permitido ayudar a todos los empleados de la compañía. Y es que, aunque los restaurantes podían abrir para servir comida a domicilio en un principio, ahora por medidas de higiene, están cerrados. A ellos, la medida los pilló con las neveras de los cinco locales llenas de género porque sus establecimientos son muy populares en la ciudad. Así que decidieron aprovechar toda esa comida para hacer menús para las familias de toda la plantilla. «Muchos no van a tener acceso a desempleo o ayudas del gobierno, o sólo trabajaba una persona en casa y ahora se ha quedado sin ingresos», cuenta. Así que esos #familymeals para 400 empleados y sus familiares son una manera de cuidarse. Tres cocineros y tres personas de sala preparan y empaquetan comida casera dos veces a la semana para que los trabajadores del grupo la puedan recoger y tener un menú completo durante tres días. La acogida ha sido tan buena que la despensa se acabó, pero los jefes han decidido comprar de nuevo para ayudara su plantilla.
En Ankara, donde vive María, no hay estado de alarma, pero las autoridades turcas sí han recomendado a la población quedarse en casa. Así que esta joven valenciana está teletrabajando para la beca del ICEX que la llevó hasta las oficinas comerciales de la Embajada de España en Turquía. «Estamos confinados, pero sólo parcialmente», explica. Eso sí, todo está cerrado excepto supermercados y farmacias, aunque se puede salir de casa sin problema. Pero, los fines de semana, los momentos de más actividad en las calles de la capital, ahora está prohibido salir a hacer deporte y hacer picnics en el parque «porque la gente lo seguía haciendo». Como peculiaridad del confinamiento turco, pueden ir a comprar acompañados. Mascarillas y guantes no son obligatorios, pero si están recomendados. Aún así, la situación está calmada porque según explica, el Gobierno es bastante reservado con los datos. «La gente no está siendo consciente de lo que hay». Ella mata el tiempo libre que le queda después de trabajar con sus clases de turco, haciendo deporte y cocinando. De volver a España ni hablamos, porque el último avión de expatriados desde Rusia ya ha salido y su única opción ahora sería intentar volar por Tokio o Etiopía. «Así que me quedo aquí en mi casa con tranquilidad».
Manolo trabaja como profesor de inglés en Seúl desde hace años. El país asiático está siendo uno de los más observados por las medidas que ha tomado para hacer frente al virus. Como él nos explica «no hay confinamiento como tal, pero se han cerrado colegios, se han prohibido espectáculos y celebraciones y, aunque no ha habido medidas extremas, se ha pedido cautela». En Corea del sur todo el mundo lleva mascarilla, aunque la costumbre ya estaba arraigada antes del Covid-19. Pero en lo que se han volcado es en el seguimiento extremo de los casos y posibles contagios. Desde el caso cero se ha estudiado a todos los infectados y los sitios donde han podido estar, además de las personas con las que han podido coincidir. «Hay una página web que hizo un estudiante, (coronamap.net) en la que puedes ver dónde han estado esas personas y dónde están ahora, sin desvelar datos personales. Dónde está su familia o personas con las que han coincidido, qué autobuses has usado, qué gente iba en ellos, tus compañeros de trabajo». Eso sí, echando mano de grabaciones de seguridad en las que la línea de la privacidad está muy difusa. «Se han hecho muchísimas pruebas a las personas en contacto o con síntomas», nos cuenta desde la capital. Él y su pareja, que es surcoreana, están en casa, pero está permitido salir a cafés o restaurantes, que funcionan con normalidad. «La gente no suele salir por responsabilidad. Nosotros salimos lo justo para airearnos y tomando las medidas de seguridad: mascarilla y lavarnos las manos». En casa matan el tiempo con películas, series y ordenador. «No varía mucho de nuestra vida anterior», bromea.
La idiosincrasia de cada país del mundo ha influido mucho en las medidas de confinamiento que cada uno ha decretado para combatir la pandemia. Por ejemplo, en Jordania, donde vive y trabaja esta joven valenciana, las autoridades llegaron a imponer pena de cárcel de hasta un año a quienes se saltaran el confinamiento y salieran a la calle. Alejandra explica que el Gobierno se encargó durante días del suministro básico de comida para la población y citaban a los ciudadanos en un determinado lugar para ir a recoger alimentos como pan, leche, agua o medicamentos porque cerraron todos los establecimientos. «Tenías que enterarte por el boca a boca de dónde era el reparto. Fue un absoluto desastre. Cuando fui a por la ración de pan, la gente estaba dándose abrazos y amontonada. Prácticamente sólo había hombres, por lo que me benefició en la cola, separada por razón de sexo», cuenta. En otros sitios hubo avalanchas humanas, así que el Gobierno cambió el sistema al quinto día y permitió salir a comprar a pequeños comercios de 10 a 6 de la tarde. «Ahora la gente pasea con tranquilidad. Hay policía, pero solo he visto poner una multa a una pequeña verdulería que intentó aprovechar la situación subiendo los precios. Los supermercados, que están cerrados, están empezando a vender online, pero los pedidos son por teléfono y whatsapp». A diferencia de en España, los aplausos de las ocho de la tarde, en Jordania son principalmente por el ejército, «por el que personas aquí se sienten muy orgullosas». Pero ya han dejado de hacerlos. Los días de reunión en familia, que en el país árabe son los viernes, vuelven a impedir salir de casa. «Aparentemente la sociedad de aquí está orgullosa de que cómo se está llevando todo. Al final te acostumbras a respetar lo que no entiendes. Además, ante la complejidad, cada gobierno intenta hacerlo lo mejor posible. No existen instrucciones para salir de este desastre», justifica. Alejandra, becada en la oficina comercial de la Embajada de España, teletrabaja como el resto de compañeros y trata de hacer deporte en casa, pintar, escribir, ver películas o, simplemente, mirar por el balcón, además de hablar con sus amigos y familiares de la Comunitat.
El periodismo forma parte de los genes maternos de Pablo, que ejerce esta profesión desde la delegación del diario El País, en Ciudad de México. El valenciano es durante estos días narrador, pero también protagonista de una de las centenares de cuarentenas decretadas por los distintos gobiernos. «Aquí todo son recomendaciones enfáticas, no prohibiciones. Al menos en la capital», cuenta. En los estados más al norte y al sur se han puesto más estrictos para que la población se quede en casa. «Pero no se hace mucho caso porque aquí la gente vive al día y no hay forma de subsistir si no es saliendo a la calle a vender lo que tú ofreces». Pablo pasa estos días teletrabajando, «sin salir a reportear». Con la crisis sanitaria ha asumido labores de edición y de redacción de historias que cubre a través del teléfono, como muchos periodistas en estos días. Como no hay una cuarentena muy estricta no hay una hora en la que salir a aplaudir por nada en concreto, explica. Sin embargo, sí se han acentuado las reclamaciones. «Los médicos sí han salido a protestar por falta de material de protección y herramientas para trabajar». En la zona en la que él vive con su familia, de ocio y paseo durante los fines de semana, la bajada del turismo interno se ha notado mucho y se han ido cerrando cafeterías, comercios, y los establecimientos que quedan han colgado el cartel de «para llevar». Aunque conforme pasan los días, las calles se van viendo más vacías en la concurrida Ciudad de México.
A sus 25 años, Malena no imaginaba que trabajar como asesora comercial en la oficina de la Embajada de España en la República Dominicana iba a convertise en la aventura que ha acabado siendo con la crisis del coronavirus. Esta alicantina de Beneixama vive en Santo Domingo, donde hace apenas quince días se celebraron las elecciones municipales con apenas un centenar de infectados por el Covid-19. Los datos no impidieron ir a votar a los dominicanos y los gobernantes estaban centrados en esa campaña, por lo que los datos no comenzaron a despuntar hasta el día siguiente, cuando se tomaron medidas más serias. Las clases están suspendidas y los desplazamientos se han restringido drásticamente. «No es cuarentena obligatoria, pero hay toque de queda», explica desde su casa en el país del Caribe. El Gobierno no obliga al confinamiento, sino que nos insta a sus ciudadanos a salir lo menos posible. Eso sí, de cinco de la tarde a seis de la mañana está prohibido salir a la calle bajo pena de arresto. Las medidas se fueron endurenciendo a medida que subían los contagios y muertos. «Si sales en toque de queda te detienen y pasas la noche en el calabozo. En este tiempo llevan ya 22.500 detenidos. Aquí por la noche se sale mucho...para evitar eso se hizo toque de queda», explica. Además, la sanidad es precaria y hacerse la prueba cuesta casi 100 euros. Ella pasa el aislamiento con otras dos compañeras de piso, con las que ha instaurado una rutina. «Nos hemos puesto un horario para levantarnos pronto, desayunar juntas, trabajar, comer juntas, hacer cada una su ocio y cenar y ver una peli a la vez». Aplaudir también aplauden, como en España, «pero la gente no sabe muy bien a qué. Un poco a todos los que trabajan estos días».
Lupe y Kike se llevan la palma en número de kilómetros que los separan de la Comunitat. Desde Brisbane pasan estos días de pandemia con su bebé de 16 meses, confinados parcialmente. Hasta el 24 de marzo todo funcionaba a su marcha normal aunque en las empresas empezaban a mandar a los trabajadores a casa para trabajar desde allí y en ese momento ya se aconsejaba limitar las salidas, aunque se podía salir a hacer deporte con una distancia de seguridad. Pero desde ese día se ha ido cerrando todo lo no esencial durante 6 meses. Bares y restaurantes pueden hacer comida para llevar, pero no atender. Ahora sólo se puede salir a hacer lo esencial, a hacer deporte y solo dos personas juntas que no sean de la misma familia. Australia ha restringido fronteras incluso entre sus propios estados para limitar el tránsito a motivos justificados. Los colegios, por ejemplo, son de asistencia libre para que quienes necesiten un sitio en el que dejar a sus hijos, como sanitarios, puedan hacerlo. Aunque la idea es que queden cerrados en los próximos días. «Lo estamos viviendo un poco con nerviosismo por un lado pero con algo de tranquilidad por otro, puesto que a Australia solo se puede llegar en avión o en barco y aquí se tomaron medidas bastante rápido y pronto, cancelando vuelos desde China por ejemplo, así que por ese lado parece que lo podrán controlar bastante rápido». Sin embargo, incluso cuando no había confinamiento, la gente se puso nerviosa y comenzó a abastecerse de todo tipo de productos de comida y limpieza. «Nosotros viendo cómo ha evolucionado en España, nos estamos haciendo a la idea de que más pronto o más tarde el confinamiento total nos va a venir», aseguran. Mientras, ellos intentan hacer diferentes tipos de actividades para entretener al pequeño en casa, con clases de música online, ejercicio siguiendo algún vídeo, cocinando...pero es complicado». Aún así, viendo las noticias que llegan de la Comunitat y de España, creen que no se pueden quejar porque está siendo «más duro y complicado». Y de aplausos en balcones, por el momento en Brisbane, no hay ni rastro.
Pau ha cambiado los campos de fútbol de la Comunitat por los de Malasia, donde trabaja actualmente de entrenador. En el país del sudeste asiático están confinados totalmente, de manera muy parecida a como lo estamos en España. Hay permiso para ir a la compra, farmacias y nada más. Los restaurantes están abiertos para pedir comida a domicilio pero no se puede ir porque la circulación está restringida y no se puede ir más lejos de 10 km desde tu domicilio, señala. Así vivirán hasta el próximo 14 de abril, al menos de momento, porque van extendiendo la fecha conforme aumentan los casos. Pau vive solo, aunque tiene compañeros valencianos cerca. Eso sí, antes de entrar al supermercado te toman la temperatura y si das fiebre, te mandan a casa. «Lo llevo como puedo, es lo que toca vivir y es la medida para intentar paliar esta situación. Es aburrido a ratos. Hago muchas videoconferencias para hablar con la familia y amigos». Y es que claro, con un trabajo como el suyo, teletrabajar es imposible. «No puedo porque mi actividad no se puede hacer online. Estoy en contacto con el resto de miembros del staff, preparadores físicos, nutricionistas… para que los jugadores sigan el entrenamiento en casa. y se hagan controles de temperatura y si tienen síntomas. Es casi una labor de control», explica. En su ciudad no hay nada de acción social. «Ni se sale a aplaudir, ni el vecindario tiene nada puesto. Tampoco en redes sociales, más allá de jugadores o personalidades colgando vídeos animando a la gente a quedarse en casa». Él se entretiene como puede y sigue haciendo deporte casero para estar activo mientras consume muchas películas y series.
Clara vive desde hace dos años y medio en Praga, donde trabaja como project manager para Amazon, pero estos días de pandemia ha cambiado las oficinas de su empresa por el despacho de su casa. Curiosamente, tenía un vuelo comprado para pasar unos días de descanso en Valencia, pero dos horas antes del despegue se decretó el Estado de alarma. Así que se quedó en tierra. «Había 100 casos en República Checa solo e intentaron controlarlo antes de que se desmadrara. Sabían que aquí no había camas suficientes si la cosa empeoraba», cuenta. Las medidas allí fueron cerrar colegios y todo tipo de actividades: gimnasios, teatros.. de más de 30 personas. Todo cerró, excepto supermercados y farmacias. Las fronteras están cerradas y no se puede entrar al país, excepto con nacionalidad o residencia checa. La cuarentena es obligada durante dos semanas. Clara trabaja desde casa desde el 16 de marzo. Como curiosidad, para poder salir a la calle hay que taparse la nariz y la boca. «Como no hay mascarillas te puedes tapar con un pañuelo o bufanda. Si vas sin tapar te pueden multar y no se puede entrar a supermercados. «Aquí no hay histeria colectiva, hay de todo en los supermercados y la gente lleva mascarilla. La gente está muy concienciada», explica. De hecho, están testeando a la población a través de una app para tener localizados a los contagiados. Ella asegura estar cumpliendo bien con las medidas, haciendo deporte y viendo series. «Al principio estaba más desmotivada, pero ahora como todo el mundo está igual, te consuelas». La solidaridad es también un elemento común en Praga. La gente se ha volcado en fabricar mascarillas. «Una vecina nos puso un cartel porque tiene una máquina de coser y ha cosido muchas para la comunidad. Nos las dejó en bolsas individuales para que cogiéramos», cuenta. Hay webs colaborativas para los que tengan telas o puedan coser en casa, pra poder compartirlas, y también distintos mapas donde vas pidiendo u ofreciendo ayuda. Eso sí, en Praga no se sale a aplaudir. De momento estarán confinados hasta el 11 de abril y después se verá la evolución. Por lo pronto, han vuelto las mascarillas a las farmacias y la gente está calmada, nos dice.
César vive en Munich, donde estos días acaba su máster en ingeniería aeroespacial con trabajo práctico en una empresa. En Alemania hay confinamiento en casa, pero se permite salir por diversos motivos como ir a comprar, a dar un paseo, hacer deporte. La condición principal es hacerlo todo solo, tratando de evitar a la gente, o únicamente con las personas con las que vivas, y siempre manteniendo una distancia social de dos metros. La región de Bavaria, en la que vive, fue la primera de Alemania en implantar el estado de catástrofe el 16 de marzo, por lo que son aventajados en el país. En su empresa, además, tuvieron tres contagios al principio de la crisis y se tomaron medidas muy pronto, por lo que teletrabaja desde hace semanas y al menos hasta el 19 de abril, cuando volverán se volverá a evaluar la situación. Eso sí, en Alemania no se nota el calor ciudadano y no hay aplausos a los sanitarios ni a los trabajadores que se vuelcan estos días. Pero tampoco problemas de movimiento, . «Salgo para ir al supermercado a comprar y suelo salir unos tres días a la semana a correr o dar un paseo por un bosque pequeño por la zona donde resido. Me encuentro muchas familias y gente en parejas, por lo que parece que no se lo están tomando muy en serio», cuenta. La cuarentena la lleva bien y explica que no le ha cambiado mucho en sus costumbre. Como llegó en enero, tampoco ha tenido mucho tiempo de hacer demasiadas amistades, así que su vida social no se ha resentido mucho.»Vivo en una casa con mi casera, una señora mayor que tiene alrededor de 70 años. Cuando empezó a empeorar el tema por el coronavirus tanto en España como en Alemania, me planteé seriamente volver a España a pasar la cuarentena. Sin embargo, lo hablé con mi supervisor y concluimos que lo mejor era quedarme aquí a esperar cómo se desarrollaban los acontecimientos, porque al volver a Alemania tendría que guardar otros 14 días de cuarentena preventiva, lo cual perjudicaría un poco el trabajo en la empresa», relata.
Sandra vive en Cork, donde trabaja como supervisora en un centro recreativo para niños. Además, esta valenciana estudia también un curso de terapia neuromuscular. Pero la crisis del coronavirus ha puesto su actividad en stand-by. Y es que en Irlanda, desde el pasado 13 de marzo, todo está cerrado menos los supermercados y farmacias, aunque salir a pasear estaba permitido hasta hace pocos días. Ahora han impuesto turnos de entrada y salida de los supermercados y cadenas de comida rápida con una muy alta demanda han suspendido hasta sus servicios para llevar. En su casa no hay problema de desabastecimiento, porque su pareja trabaja en una empresa de alimentación y mantiene su actividad con normalidad, pero con precauciones. El gobierno está pagando a los desempleados 350 euros por semana y lo mantendrá durante las próximas doce. «Lo bueno de Irlanda es que si no vives en la ciudad tienes muuuucho campo para pasear», cuenta. «Nosotros vivimos a 1 kilómetro de nuestros vecinos más cercanos por lo que no tenemos mucho contacto con mucha gente. El gobierno ha sugerido que los paseos deben ser de no más de 2 km alejados de tu propiedad». En Irlanda se dieron cuenta pronto de que la cosa iba en serio y cuando llegó el Día de San Patricio, el pasado 17 de marzo, ya estaban suspendidas todas las actividades desde hacía semanas, así que no hubo duda. Algo insólito. A cambio, «lo que hizo la gente fue pasear por ciudades y pueblos con la bandera irlandesa en los coches y asomarse a los balcones».
Javier vive en Ciudad de México desde hace siete años con su mujer, Eider. Este periodista valenciano especializado en responsabilidad social empresarial y sostenibilidad tiene la suerte de poder teletrabajar en un país en el que la mayoría de la vida se hace en la calle. Las medidas del país empezaron el 30 de marzo. Implicaron solicitar a las actividades no esenciales que se pararan. «Hay confinamiento, pero para grupos de riesgo (embarazadas, diabéticos…) el resto es más responsable que obligatorio», explica. Javier y su pareja tienen la suerte de convivir con una perra, una pastora belga, a la que pasean tres veces al día sin límite de distancia y tiempo. «Tenemos cuidado en respetar la distancia social y la higiene. Estamos los dos teletrabajando, nos hemos montado un coworking». En su ciudad no hacen aplausos ni hay respuestas conjuntas de la ciudadanía, cuenta. « Este país vive mucho en la calle y se está movilizando la ayuda para el comercio callejero, mariachis, organilleros… que no tienen ahora a sus clientes en la calle y se quedan sin dinero». Ellos están confinados desde el dia de San José, pero porque están «sensibilizados», no porque sea una obligación.
Esther es de Vinalesa, pero trabaja en una empresa de marketing digital en Lisboa, la capital del país vecino. En Portugal están confinados, pero de forma flexible. Los comercios están todos cerrados menos supermercados y farmacias, aunque se puede salir a hacer deporte, pasear… La policía no multa. «Algún día se ha escuchado a la policía con un megáfono avisando a la gente de que se fueran a casa, pero no hay un confinamiento obligatorio», dice. En su casa hay varios compañeros teletrabajando, por lo que tienen algunos problemas con internet. Aunque la prueba de trabajar en remoto está funcionando perfectamente. Para sobrellevar el confinamiento con sus compañeros han creado un plan de actividades juntos. «Preparamos cenas más especiales los fines de semana, juegos y una vez al día intentamos dar un paseo para despejar la mente». En Portugal están confinados desde mediados de marzo, a la par que en España. Ese primer fin de semana sí salieron al balcón a aplaudir, pero ya no se ha vuelto a hacer.
Claudia ha cambiado los soleados cielos de Valencia por los de la lluviosa Gante para ejercer como arquitecta en un estudio belga donde comparte despacho con alrededor de 40 compañeros. Sin embargo, estos días, todos se han trasladado a casa para teletrabajar con seguridad. En Bélgica no están confinados totalmente, sólo parcialmente. Está todo cerrado, pero pueden salir a pasear. Sobre todo se han prohibido las aglomeraciones de gente y se puede hacer deporte si vas solo o con tu compañero de piso. Las librerías siguen abiertas para comprar, pero no para ojear, como detalle. En el país que ejerce como capital administrativa de la Unión Europea llevan en esta situación desde una semana después de que España decretara el Estado de alarma. Claudia trabaja mucho entre semana y el tiempo que le queda libre lo emplea en hacer deporte casero,skypes como todo el mundo y para cocinar. «No había cocinado en mi vida y estoy haciendo muchas recetas diferentes y estoy muy orgullosa». Además, se ha apuntado a dos cursos de Illustrator para diseño gráfico porque estaban de rebajas. Respecto a las acciones sociales, asegura que en Bélgica son «muy sosos».»Aquí nadie sale al balcón para nada. Cuelgan sábanas blancas de las ventanas por apoyo al personal sanitarios, pero nadie hace nada más», cuenta. «Noto que aquí no se lo toman tan en serio como en España», explica y asegura que el pequeño resquicio de que te dejen salir a la calle «es un alivio». «Aunque la gente es poco responsable porque he visto grupos. Se ve mucha gente con guantes y mascarillas. Pero se sigue viendo mucho movimiento». Ella, sin embargo, intenta no salir absolutamente para nada. Quizá por el influjo de las noticias que llegan desde España.
Ana vive en Italia, donde enseña lengua española en la Universidad de Bolonia. Allí están confinados totalmente desde el día 9 de marzo, una semana antes que en España. Pero desde el 21 de febrero, las clases ya estaban suspendidas. Durante dos semanas aún se podía ir a la facultad, salir a la calle e ir a bares si se guardaba la distancia social. Pero con el mensaje del presidente Conte todo cambió y todo quedó cerrado. «Las medidas son las mismas que en España, se puede salir para comprar lo esencial y poco más», cuenta. También hay disponibilidad por parte de muchas tiendas «para traerte todo a casa para que no tengas que salir y facilitar que se reduzca la movilidad». En su caso, los profesores siguen dando clase en línea para no perder el ritmo. «Sigo enseñando a 160 estudiantes y su respuesta está siendo muy buena. Es un aprendizaje para todos para que la tecnología esté en favor de la educación y la enseñanza». A la vez ella está estudiando un máster desde casa que le ocupa buena parte del tiempo. Suele hacer yoga también y algún ejercicio de estiramiento y respiración. «Estoy quedando con amigos a través de aplicaciones online para contarnos lo que hacemos. Así transcurre nuestra vida ahora, con mucha tranquilidad». Como algo positivo, destaca que el cielo «está espectacular y se respira muy bien», pero dice estar muy preocupada por la situación, la cantidad de fallecidos y la cantidad de contagiados. «Pero son medidas transitorias que harán que todo vuelva a estar en equilibrio». Será progresivo para adaptarnos al escenario post-coronavirus. «Estoy deseando poder vivir con tranquilidad, pero esto nos marcará para toda nuestra vida. No lo olvidaremos», cuenta desde Bolonia.
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