Pablo Alcaraz
Miércoles, 20 de septiembre 2023, 01:03
Las vacaciones son sinónimo de felicidad para muchos por el fin de la rutina y el comienzo de los tan ansiados días de descanso. Hay ... quienes son más de pueblo o de ciudad, de refrescarse a base de interminables baños en la playa o en la piscina o de perderse en largas rutas por las montañas. También los hay que optan por visitar ciudades del extranjero y quienes prefieren disfrutar del patrimonio histórico y cultural repartido por los rincones del territorio nacional. Está claro que no hay dificultades relacionadas con la oferta de planes para evadirse de la vorágine laboral del día a día. El problema es de demanda. Hay colectivos que, por diversas circunstancias de distinta naturaleza, no pueden regresar del periodo vacacional porque no han llegado a irse. Entre estos tipos de perfiles, se encuentran personas de diferentes generaciones como los estudiantes regresados de la universidad, los desempleados o los jubilados.
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Los alumnos recién graduados de los distintos centros de enseñanza postobligatoria acaban el curso de manera formal con las últimas pruebas académicas. Si las aprueban, reciben el título que acredita que han cursado una carrera y cerrando así su etapa formativa para adentrarse de pleno en el mundo laboral. La vida adulta se convierte en una realidad para ellos y el número de responsabilidades se multiplica. Una de las principales preocupaciones de los jóvenes es encontrar trabajo, algo que comparten con otro de los grupos sociales que no vacacionan como son los desempleados. En el otro extremo se encuentran los pensionistas a quienes persigue a diario la alargada sombra de la monotonía al no tener que trabajar.
Recién aterrizado de Londres, Sergio Amoraga ha podido sacarse por fin la espinita de conocer de primera mano cómo es vivir en el extranjero. La pandemia provocó que se cancelase el erasmus universitario que tenía programado en los Países Bajos. El Covid obligó a este estudiante de Magisterio Primaria, ahora graduado, a cambiar de planes. Gracias a una beca como auxiliar de conversación, Sergio residió durante nueve meses en Londres, donde pudo retomar su propósito de vivir fuera de España, trabajar de lo suyo y juntar el mundo de la enseñanza con el inglés, sus dos grandes pasiones.
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Desde pequeño, a este joven valenciano le ha gustado ver películas y series anglosajonas y sus listas de reproducción de música han concentrado siempre una gran cantidad de canciones en inglés. Sergio ha encontrado en la docencia la manera de unir su facilidad con el aprendizaje de idiomas con la responsabilidad que supone «causar impacto en la formación de las futuras generaciones».
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Han pasado muchos años desde que Sergio estaba sentado en el pupitre y admiraba a los jóvenes de prácticas que asistían a aprender el oficio de ser profesor. Ahora él se ha convertido en uno de ellos y su manera dinámica de impartir clase ha cautivado al alumnado inglés de todas las edades después de haber trabajado en dos colegios y un instituto. «En el centro de Secundaria, la diferencia de edad con algunos alumnos era sólo de un par de años», cuenta Sergio. Para sacarse un dinero extra, optó por dar clases en una academia de español en la que una única clase le bastó para ganarse a una niña de ocho años. La pequeña lo llegó a invitar a su fiesta de cumpleaños y le gustaría continuar con las clases de español vía online. La clave de su éxito está en su manera de entender la docencia: «No se trata sólo de que los alumnos aprendan, sino que también tienen que disfrutar».
Conseguir la motivación de los estudiantes es siempre un reto para el profesorado de cualquier nivel educativo y en los cursos de Primaria todavía lo es más. El trabajo de docente no es fácil y, pese a que muchos aspirantes opositan con la meta de tener estabilidad financiera, Sergio lo hace por vocación. El joven de San Isidro confiesa que ha gozado de unos pocos días de vacaciones, pero reconoce también que ha descansado con la mosca de las oposiciones detrás de la oreja. Entre sus principales preocupaciones han estado buscar información, encontrar una academia, matricularse y echar currículums ya que se plantea como objetivos anuales opositar mientras aprende francés y trabaja para pagarse sus estudios. No tiene referencias de gente que haya opositado en su círculo más cercano pero, de oídas, dice que lo pintan muy complicado: «Hay mucha gente para pocas plazas».
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Francisco Esteves se encuentra en paro desde hace un mes. De hecho, acaba de regresar de una sesión formativa como teleoperador y, pasadas las cinco de la tarde, aun no ha podido sentarse a probar bocado. Este joven venezolano nacido en el 2000 reside en Valencia desde hace un año y medio y comenta que esta semana ha asistido a tres entrevistas de trabajo encontradas a través de plataformas y aplicaciones de empleo. Por diferentes motivos, ha declinado dos de las ofertas y espera que lo elijan en la tercera tras haber realizado el curso formativo. El joven tiene claro el requisito indispensable que debe reunir su empleo: tiene que ser entre semana para reservarse su tiempo de descanso los fines de semana. Francisco salió de Caracas, la capital de su Venezuela natal, para ganarse la vida junto a su padre en 2020 por la mala situación económica que sufría el país. Él mismo estima que la equivalencia entre el sueldo quincenal medio percibido por los trabajadores venezolanos es de unos cuatro o cinco euros al cambio.
Francisco reconoce que en su corta pero intensa estancia en el mercado laboral no ha encadenado más de un mes sin trabajo y, por lo tanto, nunca se ha sentido agobiado por estar desempleado. En su currículum consta experiencia en países como Portugal, donde trabajó como encargado de logística en una fábrica de reciclaje textil, o en los Países Bajos, donde estuvo empleado en un almacén de paquetería de ropa. Además de estos trabajos, el joven regresó al norte de su continente para trabajar en un autolavado de Miami, en los Estados Unidos. Sin embargo, la coincidencia de la cancelación de su visado a los tres meses y la mudanza de su madre a Valencia lo mandaron de vuelta a Europa.
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«He notado que en España gusta el acento de Latinoamérica a la hora de las ventas por vía telefónica», comenta Francisco. Le gusta el oficio de teleoperador, tanto es así que ejercía como tal hasta hace un mes, momento en el que fue despedido. «Los resultados mandan», manifiesta. La empresa donde trabajaba lo echó a la calle justo antes de que pudiera disfrutar de las primeras vacaciones pagadas de su carrera. Si se volviese a ver en la necesidad de tener que buscar trabajo en otro punto del país o en el extranjero, Francisco admite que valoraría la opción de irse pero hoy en día se siente cómodo en la ciudad donde tiene a su familia y amigos: «El dinero no lo es todo», sentencia.
Carmen San Esteban es una valenciana de toda la vida a la que siempre le ha gustado la cercanía del mar. Julio es el mes que más disfruta gracias a un apartamento en la playa mientras que agosto lo pasa envuelta por la calma de un pueblo de Teruel. Esta vecina advierte de la necesidad de preparar la jubilación como cualquier otro proceso en la vida y encontrar cosas gratificantes que, al hacerlas, satisfagan. Carmen vivió el hito que marca la llegada de la vejez como «un tiempo para vivir el presente». Esta pensionista tuvo una carrera profesional de 46 años de duración, la mayoría de ellos en el servicio de atención al cliente de una compañía de seguros. A los 40 años, con una familia de tres hijos y un trabajo a media jornada decidió estudiar Psicología para «obtener respuestas» a las preguntas que se hacía. Los conocimientos adquiridos en la carrera le sirvieron para «empatizar y saber escuchar a la gente», una faceta muy preciada a la hora de trabajar cara al público.
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Las vacaciones de Carmen antes de jubilarse consistían en desconectar y dedicarle todo aquel tiempo al resto de miembros de la unidad familiar que no se le había podido dedicar por culpa de la rutina diaria. Desde que es pensionista, esta vecina remarca que el cambio de actividades relacionadas con el ocio es vital para la gente mayor, sobre todo para activarse, no sentirse solos y poder hacer ocupaciones que eviten que la monotonía se apodere de sus vidas. «Las personas jubiladas nos volcamos con el resto de la familia y eso conlleva una serie de obligaciones que necesitamos dejar de lado durante las vacaciones», reivindica.
Carmen mantiene intacta su ilusión por viajar y descubrir mundo pese al paso de los años. Por ello, esta jubilada pone de manifiesto la labor que se realiza desde el Instituto de Mayores y Servicios Sociales, coloquialmente conocido como Imserso. «Viajar ha sido la revolución de los mayores», apunta. De hecho, ella misma señala que necesita hacer una escapada cada verano para activarse de cara al invierno. Ya la tiene planificada y sabe que volverá algo cansada, pero es conocedora también de que nadie le va a 'quitar lo bailao'.
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