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Cuando en la tarde del jueves Marta atravesó una de las pequeñas bocacalles que se abren desde la urbanización Masía de Traver, en Riba-roja, a la ribera misma del Turia en el parque natural, el infierno se derramó sobre ella. Las llamas, enormes, ... rozaban las casas. En realidad, ni eran tan grandes ni estaban tan cerca, pero las sintió así. Como es habitual en víctimas de incendios forestales, tiene el fuego en los ojos mientras nos atiende. Ella, y otros vecinos, cogieron las mangueras de sus jardines y las apuntaron hacia el fuego que ardía al otro lado del río, que es algo parecido a intentar evitar el naufragio del Titanic achicando agua con un pozal de playa. Los 19 minutos que pasaron entre que se dio el aviso hasta que se encendieron los cañones de agua le parecieron eternos. Mientras, a unos pocos metros de ella y del resto de vecinos, el fuego devoraba una miríada de cañas secas que prendieron como... bueno, como cañas secas.
En Masía de Traver no se habla de otra cosa. «No he dormido», dice Noelia mientras enseña al presidente de la asociación de vecinos, Ray las quemaduras de una pavesa en su mobiliario de jardín. Huele a madera quemada y casi nadie habla, con el silencio reverencial que se adueña de las zonas cercanas a un incendio forestal. Entre la zona que ardió el jueves (y en la madrugada del viernes, pues a las 4.30 horas se declararon otros dos focos) y las casas hay casi medio centenar de metros, con el Turia de por medio y una ladera cubierta por una lona plástica que podía haber ardido. Los cañones, elevados casi veinte metros sobre el suelo, tardaron 7 minutos en funcionar a pleno rendimiento, pero se encendieron a los 2 minutos de recibir el aviso. Gracias a ellos se evitó una tragedia.
Ferran Dalmau, ingeniero forestal encargado del sistema SIDEINFO (el mismo, por cierto, que se ha instalado en la Devesa del Saler), explica esta mañana de viernes a los vecinos que el sistema funcionó bastante bien. «Estamos satisfechos, aunque siempre puede ir mejor», asegura. A las 19.14 horas, Noelia escuchó dos fuertes detonaciones en el bosque. «Las había oído también dos días antes, y no les di demasiada importancia, pero entonces vi un hongo de fuego», cuenta. Su testimonio, por cierto, parece apuntalar una de las teorías de los bomberos, que creen que es provocado. Sendos retenes de Policía Local y de Bomberos vigilaban la zona cuando de madrugada se avivó el incendio, por lo que parece poco probable que esos, al menos, fueran obra de un pirómano o de un incendiario.
Desde que Marta llamó al 112, pasaron 23 minutos hasta que los cañones se encendieron. Fue a las 19.35 cuando la Policía Local dio el avis y menos de dos minutos después ya comenzaron a lanzar decenas de miles de litros de agua. En total, 218.000 litros que permitieron contener las llamas al otro lado del río y bajar la fuerza del fuego para que pudieran intervenir los efectivos terrestres, centrados en contener el avance del fuego, espalda con pared con las casas, mientras los medios aéreos atacaban las llamas desde los cielos.
Los cañones evitaron que las llamas prendieran en la lona plástica colocada en la ribera para evitar el crecimiento de cañas. Con todo, tanto residentes como Ayuntamiento de Riba-roja coinciden en pedir tanto a la Confederación Hidrográfica del Júcar como a la Conselleria de Medio Ambiente que adecente la ribera, al menos en la zona donde hay viviendas. «No nos gusta escurrir el bulto, pero no es cosa nuestra. Lo hemos pedido varias veces. Limpiamos un poco cuando pusimos los cañones, pero necesitamos ayuda», comenta Teresa Pozuelo, teniente de alcalde del Ayuntamiento de Riba-roja.
«Nosotros llevamos poco tiempo, pero es verdad que parece que no está demasiado cuidado», comenta una pareja que pasea por la ribera. Lucía hace fotos a la zona quemada mientras su perro, un pequeño labrador blanca, salta intentando cazar la ceniza que se arremolina sobre el hollín. Sus patas tronchan, sin piedad, las cañas resecas que se salvaron de la quema. «Qué pena...», musita Lucía. «Volverá a pasar», dice, mientras pega una patada a una piedra que rueda lona abajo, hacia el Turia: «Si no limpian esto pronto, volverá a pasar». En sus ojos crepita el fuego.
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