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Pasan unos minutos de las siete y media de la mañana. Una mujer de unos 30 años, con zapatos de tacón alto, falda estrecha y una blusa ajustada cubierta por una chaqueta, aguarda de pie en medio de la escalera de acceso al andén del metro de Patraix. En la entrada al túnel que ejerce de estación hay más gente y más junta de lo recomendable. La distancia de metro y medio parece llevársela el viento que sale por los túneles. Eso sí, todos con mascarilla. Los pasajeros que están a la espera del tren que les lleve hacia el centro de Valencia, a la zona de facultades o hacia Llíria ocupan casi toda la longitud del largo andén. El de enfrente, sin embargo, está prácticamente vacío. Solamente un señor con gorra espera el convoy sentado a sus anchas en uno de los bancos. A esas horas nadie o muy poca gente se dirige a Torrent.
Las mochilas y carpetas desvela que la mayoría de chicos y chicas que esperan el tren son estudiantes. También hay personas de mediana edad, especialmente mujeres.
Llega un tren con destino a Marítim-Serrería. Prácticamente se ve lleno desde fuera. Los pasajeros miran hacia el interior de los vagones para ver cuál tiene más huecos y poder acceder. Más de medio centenar de personas entran en los coches.
No hay espacio en los asientos. Los que han subido en estaciones anteriores han tenido más suerte pero se encuentran hombro con hombro, la mayoría con los ojos fijos en el móvil. Se rellenan los huecos en los pasillos, codo con codo. Un chico alto se sujeta en lo alto de una de las barras y su axila diestra casi queda pegada al rostro de otro chaval que gira sobre sí mismo para darle la espalda.
«Por favor, mantengan la distancia de seguridad», se oye por la megafonía del convoy. Nadie le hace caso. Es imposible hacer caso de la recomendación porque no queda espacio suficiente. La vista del pasillo recuerda una lata de sardinas en conserva, sin huecos que ocupar.
El convoy llega a la estación de Colón, uno de los puntos donde confluyen varias líneas y se pueden hacer intercambios. Colón es la segunda de las estaciones más transitadas en hora punta, entre las 7 y las 9 de la mañana. La primera es la de Xàtiva, la tercera es la de Ángel Guimerá, le siguen Plaza de España y Turia. Fuera de Valencia, la más concurridas son la de Torrent Avinguda y Mislata, indicaron fuentes de MetroValencia. En el tranvía, por donde más pasajeros discurren es la de la Carrasca, situada en la zona universitaria de la avenida de Tarongers. En la estación de Benimaclet la afluencia de jóvenes para coger el tranvía camino de sus facultades está siendo masivo.
Pasadas las 8 de la mañana la estación de Ángel Guimerá es un hervidero. Chicos y chicas con prisa, adultos que cada vez tienen más difícil ir al trabajo en su vehículo particular, devoran los pasillos en busca del nivel de su andén. Es una locura matinal que se repite los días laborables desde que volvieron a abrir las facultades y la clases se hicieron presenciales. Lo mismo sucede en la estación de Plaza de España. En los andenes, por lo general, se guarda la distancia de seguridad. Metro y medio como mucho, excepto en los bancos, donde la gente se encuentra prácticamente pegada una con otra.
Para evitar esas aglomeraciones FGV tiene en periodo de pruebas un sistema de 24 pantallas en las estaciones de Colón, Xàtiva, Ángel Guimerá, Machado, Benimaclet, Facultades, Alameda, Avenida del Cid, Torrent Avinguda, Patraix, Jesús, Plaza España, Nou de Octubre, Mislata, Amistat-Casa de la Salud, Ayora y Beniferri para tratar de determinar el número máximo de pasajeros que podrán subir en cada estación en función de cómo de lleno vaya el convoy.
Los que no tienen control automatizado de medición de pasajeros son los conductores de la EMT. En un autobús solamente pueden subir 45 personas y en los articulados, 70. Cuando se llega a esa cantidad los conductores deben colocar el cartel de «completo», afirma Gabriel de las Muelas, presidente del comité de empresa de la EMT. «Y en cuatro o cinco paradas se llenan», apunta. «Es difícil de controlar. Hay gente que sube con el cartel puesto. Y si le dices algo, te puede contestar cuatro cosas, porque al fin y al cabo van a trabajar», dice.
La hora punta en la EMT la sitúa los conductores entre las 7.30 las 9.30 horas. «Si los autobuses están llenos se piden refuerzos, pero cuando llega el refuerzo ya ha pasado la necesidad», indica de las Muelas
«El conductor tiene que abrir las puertas en la parada. ¿Y si bajan dos personas pero suben cuatro y se supera el aforo, a quién le dices que baje?», reflexiona Montes, conductor y representante de CC OO.
Sólo se abren la puerta central y la trasera. El conductor sigue atrincherado tras un laminilla de plástico que recuerda los que se usan para tapar la ropa de los tendederos cuando llueve. Hasta final de año la EMT no recibirá las mamparas protectoras. «Vergonzoso», lamenta Montes.
Guillem de Castro, Ayuntamiento, Navarro Reverter y plaza de Tetuán son las paradas en las que más pasajeros «se acumulan y agolpan», apunta Montes, donde se concentran dos o más líneas. . «Nos guste o no, estamos contribuyendo a la propagación del Covid», opina Montes, que se queja de que la EMT se niegue a instalar dispensadores de gel «como en el metro».
Las líneas que más sufren el colapso en horas punta son, a juicio del Gabriel de las Muelas, la 89, 90, 99, 62, 64 y la 19. «Estamos a un 60 % del año pasado.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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