Rubén Arnal trabajaba en la banca cuando estalló la crisis del 2008. En los años siguientes, en su empleo comenzaron a despedir a personal de la plantilla. Mientras la gente se lamentaba por quedarse sin trabajo, Rubén habla de este momento como un punto de ... inflexión para darse cuenta de qué era lo que de verdad quería en su vida.
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Se acogió a un Expediente de Regulación de Empleo (ERE) y no volvió a reincorporarse. Empezó con una mochila y un billete «para dar la vuelta al mundo» y ahora se ha convertido en el único valenciano que ha estado en los 195 países de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
«No soy el mismo que era antes de empezar a viajar», confiesa Rubén. Vio en la adversidad la oportunidad de reinventarse. Son tantas las anécdotas que almacena que le cuesta quedarse con una. Su mente está repleta de momentos inolvidables, contenidos en 12 pasaportes distintos. A medida que avanzaba lejos de Valencia, comenzó a dejar de lado los prejuicios.
«Mi presupuesto es de unos 30 euros diarios. Me alojo muchas veces en casas de extraños con una aplicación que se llama 'CouchSurfing'», cuenta el viajero. Se ha hospedado con más de 80 familias en 65 países distintos y cerca de 300 noches.
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Recuerda con ternura a aquellas familias que le acogieron en África, en casas en las que ni siquiera tenían agua corriente ni internet. «La gente suele ser muy amable. Me presentaron a mucha gente y me llevaron de fiesta. También me guiaron a barrios marginales a los que no hubiera ido de no ir con gente local», desvela Rubén.
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No sólo se ha quedado en las viviendas de gente muy humilde. Ha llegado incluso a dormir en casas de diplomáticos que se ofrecen a hospedar turistas «ya sea porque se sienten solos o porque forman parte de alguna ONG».
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Antes de buscar alojamiento en otros países, Rubén había hospedado a completos extraños en su casa. Eso también le ayudó a ganarse la confianza de la gente que ofrecía alojamiento gratuito ya que vieron que tenía buenas reseñas anteriores.
En un principio, no tenía ni idea que acabaría viajando a los 195 países reconocidos por la ONU. Comenzó comprándose un billete denominado «vuelta al mundo» y se embarcó en un viaje de nueve meses. En este primer contacto con lo desconocido, fue a China, a la India, a Nepal, a Vietnam, a Japón, a Nueva Zelanda, a Estados Unidos y a República Dominicana. «Casi siempre viajo solo. Luego conoces a gente por el camino que te explica las costumbres y tradiciones de cada país», explica.
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Uno de los destinos que cambió su percepción del mundo fue Irán. A pesar de los prejuicios que hay sobre el país, Rubén no dudó en visitarlo. Y se topó de bruces con la bondad humana, que no entiende de territorios. Recuerda perfectamente estar sentado solo en un parque. «Se me acercó un hombre y se ofreció a llevarme al bazar. Luego visitamos juntos las mezquitas y me invitó a su casa a comer», relata el valenciano. Incluso acompañó a aquel hombre a recoger a sus hijos del colegio y, al terminar el día, le llevó a la estación de autobuses para que pudiera desplazarse a su próximo destino. Pero los choques culturales son bidireccionales. En países como China o la India «me pedían hacerse fotos conmigo. No están acostumbrados a ver una persona occidental y les llama mucho la atención», dice entre risas.
Ha conseguido tener amigos en todas las partes del mundo. Vayas donde vayas, siempre habrá alguien que conozca a Rubén Arnal. Aprendió las costumbres de los lugares a los que viajó. Rezó en templos budistas y ha incorporado a su forma de vivir la espiritualidad «lo mejor de cada religión». Mientras en Valencia los viajeros se sienten angustiados por tener que ir de pie durante dos paradas de metro, Rubén sabe lo que es estar 16 horas en un tren sin sentarse. «Vendieron más billetes de las plazas que había y un grupo de estudiantes se turnó conmigo para irnos sentando», rememora.
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Incluso ha comido grillos, tarántulas, cocodrilo, canguro o pirañas en el Amazonas. Si hay una frase que repita el valenciano a lo largo de toda la entrevista es: «Para viajar tienes que tener la mente muy abierta».
Ha vivido situaciones incómodas, como la odisea que pasó para poder entrar a Somalia. Hasta llegar a la frontera, tuvo que recorrerse todo el desierto. Un viaje que se alargó 20 horas. «Para poder cruzar la frontera me pidieron dinero y me amenazaron con matarme si no pagaba», dice ahora como una anécdota.
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Partir rumbo a lo desconocido nunca es un camino de rosas. En Indonesia, un grupo de jóvenes le rodeó y le intimidó para conseguir robarle la cartera con el poco dinero que tenía encima y el billete de tren. A pesar de estas experiencias, se siente afortunado por no haber vivido ningún episodio de violencia demasiado grave ya que ha compartido sus experiencias con algunos viajeros a los que sí les han robado todo lo que tenían.
O aquella vez en la que pasó dos semanas en un orfanato de Uganda, en África. Allí solía jugar con los niños al fútbol. Tal y como lo hacían ellos, jugaban descalzos. «Se me metieron gusanos en el pie y se van alimentando de tu carne. Ahí sí que lo pasé mal»;, desvela al recordar su experiencia. Pero son 'gajes del oficio' del viajero. A sus 43 años ya acumula más recuerdos que mucha gente en toda su vida.
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Según sus propias palabras, ha tenido momentos de completa epifanía. Aquellos instantes que te hacen sentir que la vida vale la pena. Que el mundo tiene cosas preciosas que ofrecerte.
Cuando llegó a Río de Janeiro, sintió que le invadía una profunda felicidad. «Recuerdo perfectamente lo bien que me sentí al darme cuenta de que estaba siguiendo mi sueño y que no me tenía que poner un despertador para ir a trabajar al día siguiente», confiesa entusiasmado.
Rubén Arnal ha conseguido el que es el sueño idílico de muchos: viajar por todo el mundo y poder decir adiós para siempre a la rutina. Acompañado de su mochila y de las personas con las que se ha encontrado a lo largo del camino, el viajero valenciano ha encontrado la felicidad a miles de kilómetros de su hogar.
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En sus retinas están grabadas las siete maravillas del mundo. También las vistas desde el Everest. Su vuelta por el mundo culminó en Turkmenistán en mayo de este año. Esta vez sí que le acompañaron amigos suyos para conmemorar que había logrado su objetivo de visitar todos los países reconocidos por la ONU.
Pero su andadura no termina allí. Rubén Arnal no tiene pensado volver a trabajar en una oficina. En 2017 publicó su libro: «5 años en la carretera. 1.000 anécdotas viajeras». Su siguiente paso es ir a aquellos territorios que todavía no están reconocidos por la ONU. Seguir su camino rumbo a lo desconocido.
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