LAURA LAZCANO
Sábado, 11 de febrero 2017, 20:53
David Fincher decía en 'Hitchcock/ Truffaut' -el documental de Kent Jones sobre las entrevistas que el primero concedió al segundo en los años sesenta- que editar una película consiste en dilatar los momentos que uno desea destacar y contraer los que uno prefiere que pasen rápido para evitar que el público se aburra. En definitiva, el cine consiste en controlar el tiempo. Según eso, el beso sería uno de esos momentos clave que a la tradición cinematográfica le ha interesado prolongar en el metraje.
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Así, la pretensión de imponer el concepto de amor romántico a toda costa por parte de la maquinaria hollywoodiense ha dado lugar a toda una iconografía gestual que glamouriza una experiencia que en la vida real en la mayoría de los casos está más cerca de lo torpe y lo vergonzoso que de lo elegante. Ya sea jugando con la espera; recurriendo a clichés: en trenes o barcos ('Con la muerte en los talones', 'Titanic'), bajo la lluvia ('Spiderman', 'Match Point', 'Desayuno en Tiffany's', 'El diario de Noa'); o dejando para la posteridad escenas inolvidables (el icónico beso en la orilla entre Burt Lancaster y Deborah Kerr en 'De aquí a la eternidad' o el contacto paranormal entre Patrick Swayze y Demi Moore en 'Ghost').
Precisamente porque más de un siglo de cinematógrafo nos ha llevado a no concebir el final de muchas películas sin un beso, este puede convertirse en una convención desprovista de emoción. Pero un beso puede tener muchos significados: desde traición o engaño (Sharon Stone echándose en brazos de Joe Pesci en 'Casino'), venganza (Michael Corleone sentenciando de muerte a su hermano en 'El Padrino II'), dominación masculina (el beso que le da Clark Gable a Vivien Leigh en 'Lo que el viento se llevó' antes de violarla), o el preámbulo a mucho más (el beso de Cary Grant y Eva Marie Saint en 'Con la muerte en los talones' poco antes de que su tren atraviese un túnel y el filme cierre con un fundido a negro dejando el resto a la imaginación).
En 'Aelita' (1924), la cinta soviética de ciencia ficción de Yakov Protazanov, la propia protagonista, reina de Marte, espiaba desde su planeta con su telescopio al héroe de la historia besando a su pareja. Un beso casto que consistía en apretar los labios brevemente contra los del otro sin intercambiar fluidos. Igual que para Aelita, el cine ha servido de educador durante muchos años a generaciones enteras que han aprendido la 'técnica' observando con detalle a los protagonistas de la película de turno.
Es necesario remontarse a finales del siglo XIX para rescatar el primer beso registrado con una cámara. Se trata de 'The Kiss' y es un cortometraje de 1896 de un minuto de duración que forma parte de la escena final del musical 'The Widow Jones'. Lo dirigió William Heise y fue un encargo de Thomas Edison. La acción es simple: en un plano fijo en el que el espectador ve los bustos y las caras de los protagonistas, él se atusa el bigote, ella ríe, hablan brevemente con la cara próxima a la del otro mientras se besan en repetidas ocasiones. Lo que hoy a nuestros ojos parece un gesto inocente, sin atisbo de atrevimiento o picardía -el beso en sí dura unos veinte segundos y está más cerca del afecto que de una actitud deliberadamente sensual- provocó poco menos que un shock en 1896 en Ottawa.
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No hay que olvidar que 'The Kiss' fue una de las primeras películas que se proyectaron para el público. Por tanto y teniendo en cuenta que estaba prohibido besarse en público, para la moral de la época victoriana ver un beso en pantalla supuso una experiencia rayana en lo pornográfico. La controversia que generó el corto de William Heise se tradujo en acusaciones de indecencia y peticiones de censura por parte de la Iglesia católica. No cabe duda de que Thomas Edison pretendía pasar a la historia no solo por la patente del cinematógrafo.
Dentro del cine mudo, hay que avanzar hasta 1927 para encontrar el filme bélico 'Alas' de William A. Wellman. La primera película de la historia en ganar un Oscar se recordará no solo por el despliegue de talento a la hora de rodar las escenas bélicas sino por su conocido 'travelling' en el café de París en el que la cámara pasa a través de varias mesas hasta llegar a la del protagonista. Aunque el filme oscila entre la propaganda -el sentimiento patriótico americano está ahí- y el mensaje antibélico -también se muestran los horrores de la guerra- concede más importancia al valor de la amistad. Al fin y al cabo, trata de dos hombres que, enemistados por amar a la misma mujer, terminan aliándose una vez se alistan en el ejército.
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Así, el beso más célebre de esta historia es el que se dan estos dos amigos. Lo que comienza y se interpreta por muchos como un beso de amistad entre dos compañeros, cobra un significado especial por el contexto: uno de ellos se está despidiendo del otro en su lecho de muerte. Fundidos en un abrazo, uno sujeta la cabeza al otro, el otro le acaricia el pelo y se besan en la mejilla pero cerca de la boca. Sorprende el homoerotismo implícito en esta escena pues ambos expresan sin pudor sentimientos de ternura que no son tan comunes entre hombres sin un vínculo de sangre.
Dista bastante el beso que le planta Marlene Dietrich a una mujer en el espectáculo de cabaret de 'Marruecos' (1930, Josef Von Sternberg). Mientras se pasea entre el público cantando, le pide una flor a una mujer, ésta se la da y Dietrich agradecida, le coge suavemente la barbilla para darle un beso en los labios sin pedir permiso. No solo es el primer beso del cine entre mujeres sino que la norma general en aquellos tiempos era que ellos tomasen la iniciativa y ellas fuesen el recipiente pasivo del beso. Las pocas ocasiones que esa norma se subvertió dio lugar a la mujer fatal, uno de los estereotipos más dañinos de la historia del séptimo arte. Y ahí es donde entra en escena Josef Von Sternberg. 'Marruecos' fue el segundo filme que Dietrich rodó a las órdenes de un Sternberg menos preocupado por explorar el terreno del lesbianismo que por epatar. El director por aquella época ya estaba forjando el mito de 'femme fatale' personificado en Dietrich. Un ejemplo más saludable de mujer fuerte y lejos de estereotipos machistas es Lauren Bacall en 'Tener y no tener' (Howard Hawks, 1944). En una historia ambientada en la Segunda Guerra Mundial, Bacall encarna a una mujer que toma la iniciativa sin que se le condene moralmente por ello. No hay que olvidar que quizá estamos ante uno de los besos más realistas del séptimo arte pues Bacall y Bogart se enamoraron durante el rodaje de este filme.
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Otro beso probablemente grabado en la retina de la platea es el de 'El planeta de los simios' (Franklin J. Schaffner, 1978) por ser el primero entre diferentes especies.
De la distopía pasamos a la fábula gótica de Tim Burton: 'Eduardo Manostijeras' (1990). Tras ejercer de mascota de amas de casa aburridas, el Frankestein creado por Vincent Price poco tarda en desadormecer la semilla de intolerancia, la inquina y el miedo a lo desconocido que todo ciudadano medio lleva dentro, convirtiendo el idílico vecindario suburbial de casas en tonos pastel en una horda enfurecida. Por último, la Nueva Ola Griega nos trae uno de los besos más bizarros e incómodos en la película 'Attenberg' (2010) de Athina Rachel Tsangari. Dos amigas, una frente a la otra, con las bocas abiertas por completo introducen la lengua en la boca de la otra y mueven las cabezas a destiempo, sin coordinación. No hay atisbo de sensualidad en la escena; de hecho, es desconcertante. Cuando termina el beso, se paran a analizarlo interrogándose sobre si les ha gustado o cómo deberían proceder en otras ocasiones. Hay ciertas características de este movimiento cinematográfico que pueden ayudar a entender la experiencia deshumanizada a la que someten las protagonistas de este filme al espectador.
La voluntad de jugar con el absurdo y la alienación de los personajes de estas películas a menudo suele dar lugar a la animalización. Es el caso de la protagonista, quien además rechaza cualquier contacto con otras personas.
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