![Montaje de uno de los collares de La Vidriola, compuesto por más de cien piezas.](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202102/13/media/cortadas/bisuteria-kYHH-RzaVLWEL5WEv4WK9ILLsXMO-1968x1216@Las%20Provincias-LasProvincias.jpg)
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El ser humano se adorna desde que pisó la Tierra. Por superstición, por jerarquía o simplemente por coquetería, la historia de las joyas está intrínsecamente ligada a la evolución de nuestra especie. Los primeros hombres del Paleolítico, en plena Edad de Piedra, ya se colgaban conchas, huesos o trozos de minerales como trofeos; los egipcios lucían ostentosas piezas de oro y piedras preciosas y, millones de años después, seguimos dándole al adorno con anillos, pendientes, collares o pulseras con materiales cada vez más diversos.
Y es que fabricar y llevar joyas siempre ha formado parte del deseo de capturar la esencia de la belleza. La definición académica habla de ellas como adornos de oro, plata o platino, con perlas o piedras preciosas o sin ellas. Sin embargo, ya en los años 30, una nueva disciplina logró democratizarla y extenderla a todos los bolsillos: la bisutería. Cambiar los patrones de la ortodoxa joyería, sus usos y materiales, para llevarla a los joyeros de la mayoría de mujeres sin tener que empeñar una fortuna en ello. O sí. La filósofa Ana María Cabral define la bisutería como un «placebo estetizado» en su tesis sobre 'La joyería contemporánea como arte'. Una precursora en la moda como Coco Chanel, escandalizó a la alta sociedad de la época con un collar de perlas falsas sobre uno de sus diseños. De icono de la clase alta a mera decoración.
La bisutería es la nueva joyería. O al menos, una parte más de ella. Adorna cuellos, muñecas, orejas o solapas de media humanidad, sin más pretensión que la de completar un estilismo, lanzar un mensaje o simplemente, favorecer a quien lleva una de las piezas. Oro, plata y diamantes, y sus precios, dejaron paso a materiales más asequibles como la porcelana, el metacrilato o el cuero, para crear esas nuevas joyas en las que el valor va más allá del producto en que están fabricadas para tenerlo, sobre todo, por cómo lo están hechas.
La Comunitat Valenciana, uno de los territorios más creativos del panorama europeo, tiene buena cantera de bisuteros, como la tiene de grandes joyeros. Numerosos premios nacionales de diseño, la capitalidad mundial de Valencia en 2022 y un resurgir de nuevas disciplinas en Bellas Artes, han colocado a nuestro territorio en una posición privilegiada en el diseño de bisutería. Pero, ¿qué se mueve en el mundo del adorno en Valencia?
Blanca Calabuig y Pablo Nieto abrieron su empresa de «arte para vestir» en 2015. Rompieron literalmente la hucha y pusieron en marcha un negocio con 800 euros que hoy, cinco años después, les ha permitido contar con tres personas empleadas más y con el que han logrado llevar sus collares, pendientes y broches a casi todos los países del mundo. La Vidriola (hucha en valenciano) surge de las inquietudes de un ingeniero industrial y una diseñadora de moda tras el fracaso en el acabado final de un bolso que Blanca diseñó años atrás. La pieza que lo remataba, un escarabajo como cierre, falló y tuvieron que arreglárselas con los conocimientos de ambos. Así surgió una de las firmas de bisutería más exclusivas del panorama nacional e internacional. Desde un bajo en la calle Cádiz, en el valenciano barrio de Ruzafa, hacen a mano cada uno de los más de 250 diseños diferentes que cada año saltan de su pizarra. Y es que en La Vidriola todo el minucioso proceso sale de las cuatro paredes del estudio: las ideas, la creación, el corte, la pintura, el ensamblaje y el empaquetado. Absolutamente todo es artesanal. Empezaron con dos colecciones al año y ahora hacen una al mes. No venden en tiendas ni trabajan para otras marcas, pero clientas de Australia, media Asia y Estados Unidos ya lucen sus llamativos collares. El material empleado, metacrilato, poco tiene que ver con los metales y piedras preciosas de la joyería, sin embargo, cada collar o broche lleva decenas de horas de trabajo. Pablo y Blanca han apostado por hacer de la exclusividad su leit motiv. No fabrican más de 10 o 20 piezas por diseño y, una vez que están hechas «no hay más de verdad», puntualizan. «Hacer una serie corta le da un valor añadido al producto. Te aseguras de que pocas personas lo tengan y de que cada uno es exclusivo». De hecho, sus joyas están numeradas, y la primera y la última pieza cotizan al alza. En el equipo, diseñadores industriales, de moda y licenciados en Bellas Artes con conocimientos de joyería, pero ningún joyero u orfebre. A cambio, tienen a Berta, una cortadora láser que apura las planchas de metacrilato al milímetro para que el equipo humano pueda pintarlas, pegarlas y ensamblarlas como si de un puzzle se tratara.
Sus piezas, en un rango entre 30 y 300 euros, no son baratas, pero ellos las consideran inversiones. No fabrican ni venden para otras marcas, ni venden en tiendas, por lo que conseguir una de sus joyas es casi cuestión de suerte y de estar atento a sus redes. Porque la mayor parte de su volumen de negocio se mueve en redes sociales. Sobre todo, en Instagram, donde van mostrando sus ideas, preguntan a los seguidores sobre temas para próximas colecciones y van desvelando con cuentagotas algunos de los próximos lanzamientos. Una vez se ponen en venta, salen las unidades que salen. Si te quedas sin la pieza, ya no hay segunda oportunidad. Entre los temas estrella de las piezas, Halloween, la Navidad, la fantasía y los viajes por numerosos países del mundo para no dejar a nadie indiferente. Pero también la actualidad salta a las solapas, como sucedió con la foto viral de Bernie Sanders y sus manoplas en la toma de posesión de Joe Biden como presidente de Estados Unidos. El demócrata es ya un broche de esta marca en una edición limitada. Ahora, además, han dado una vuelta de tuerca más a sus broches y collares, convirtiéndoles en joyas interactivas y articuladas que han convertido a sus clientas en adeptas a la marca.
Patricia Vinuesa estaba destinada a aprobar una oposición de funcionaria de prisiones por tradición familiar, sin embargo la crisis se llevó un buen número de plazas por delante y trajo a su vida un nuevo oficio: el de joyera. Así nació Vinuesa, la marca de bisutería con la que hoy da empleo a otras cinco personas y ha llenado de color las orejas de muchas valencianas. La bisutería le llegó casi por casualidad, a través de la tienda de complementos que regentaba su madre. Comenzó con la arcilla polimérica y creyó haber firmado la mejor colección de joyitas de la historia. Sin embargo, cuando le colocó una muestra a un representante de bisutería que trabajaba con su madre se dio de bruces con el mundo real. Pero Patricia quiso seguir insistiendo. Quería vender sus propias piezas, hacerlas exclusivas, que llevaran su sello, su mano, su personalidad. «Me gusta comprar a personas de las que sé su historia, que me venden las cosas con cara». Los primeros seis años pasaron a velocidad lenta, sin mucho avance, hasta que decidió formar parte de sus joyas. «Empecé a mostrarme, a enseñar los procesos creativos, enseñar las ideas… y eso me hizo vender más». Lo hacía en redes sociales y en alguna tienda de confianza. Antes de quedarse con el metacrilato, el material con el que trabaja ahora, pasó por la arcilla, las piedras y el cuero. Las piezas de Patricia salen de cero de su lápiz, pasan por digitalización, se cortan con láser y se ensamblan a mano. Después, ella misma hace los envíos y es imagen de su propia firma. Una todoterreno que, sin embargo, reconoce que comenzó a crecer cuando supo delegar. «Mi mayor salto fue al pasar de ser una marca a una marca personal, tras delegar y dedicarme sólo a hacer crecer la firma y a comenzar a tejer sinergias con otras marcas».
Su proceso creativo se basa mucho en la prueba error y ha aprendido a ser empresaria a base de podcast, libros y charlas, porque ser joyera es muy distinto de llevar una compañía. De hecho, su profesionalización ha pegado un salto y desde hace un año ha pasado de ensamblar las colecciones en el salón de casa a una oficina propia. En la actualidad lanza una colección nueva cada dos meses con veinte piezas. De cada pieza hay ochenta pares, y una vez que se venden, no vuelven al escaparate de la firma. Eso sí, un par de veces al año y por votación popular, rescata algunas de las que tiene mayor demanda, pero suelen volar en horas. Además de hacer promociones como sus cajitas sorpresa, en las que incluye de manera secreta para los clientes piezas que ya no están en venta. Sus joyas, coloridas, alegres y con la dulzura que les transmite Patricia, se venden al 98% en España, pero también han llegado a países como Estados Unidos. Accesorios para levantar el ánimo y cualquier look.
Las hermanas Carmen y Marina Puche son las dos caras visibles de Manitas de plata, otra de las firmas de bisutería más reconocidas del panorama valenciano, desde que empezaran en el negocio hace ahora nueve años. De los lápices y pinceles de Marina, conocida ilustradora y artista fallera, salen los dibujos que luego cobran vida en el taller en forma de pendientes, collares o broches. Pero desde hace unos meses, también en lámparas o piezas de menaje. Marina dibuja, Carmen se encarga de la logística y montaje de piezas y el padre de ambas, escultor, les ayuda con los moldes. Su estudio, en pleno barrio de Campanar, acoge a todos los personajes que salen de las libretas de estas artistas. Cuentos, películas o la naturaleza son inspiración para todas las joyas que diseñan, fabrican y venden. Su clientela se reparte casi en mitades iguales entre España e Italia, pero también venden en destinos tan lejanos como Australia. Con dos colecciones al año que venden en su tienda, en su tienda online y en otros establecimientos que les reclaman las piezas, han conseguido levantar una firma que surgió de la anterior crisis económica. En Manitas de plata creen que el concepto de joya ha cambiado y que, aunque hay obras de arte en la orfebrería tradicional, ahora también se hacen piezas únicas en bisutería, con otros materiales. «Antes la joyería era lo único y por cuestiones económicas no podía acceder todo el mundo ni a piezas más vistosas«, aseguran. Pero con los nuevos materiales eso ha cambiado. «La bisutería ha democratizado las joyas». Carmen y Marina trabajan la porcelana fría para todas las piezas y los metales para los ensamblajes y cierres. Todo es valenciano en su taller, desde la primera a la última cosa que utilizan. El rango de precios de sus joyas va de los 20 a los 150 euros, para pendientes, collares y broches hechos y pintados a mano. No personalizan encargos en bisutería porque supondrían precios desorbitados, pero sí lo hacen con las ilustraciones, el origen de todo. Aunque cuentan con una encantadora tienda física, las redes sociales se han convertido en su mejor escaparate y ellas mismas en sus mejores influencers. «Nuestro valor añadido es el diseño y la originalidad», aseguran.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
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