JORGE ALACID
Sábado, 21 de agosto 2021
La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el apabullante caserón de la madrileña calle Alcalá, cuelga de sus muros hasta el próximo día ... 5 una muy recomendable exposición que revisa la vida y obra de Luis García-Berlanga, el proteico artista valenciano de cuyo nacimiento se cumple este año su centenario. Organizada por la Academia de Cine, con la colaboración de la Comunidad de Madrid, Visit València, Filmoteca Española y la propia Real Academia, 'Berlanguiano', que podrá exhibirse en Valencia el año próximo, plantea al visitante un curioso desafío, una suerte de juego: observar la trayectoria artística del autor de 'El verdugo' recortada contra el telón de fondo de la vida española de su tiempo, a través de los retratos firmados por míticos fotógrafos nacionales e internacionales, coetáneos de Berlanga, que tal vez se preguntaban como él mientras apuntaban con sus cámaras a la sociedad de su tiempo qué cosa era España. El resultado de sus pesquisas depara un sugerente itinerario por las salas de la Academia intenta responder a esa pregunta e indaga en la personalidad del cineasta nacido el 12 de junio de 1921 en el domicilio familiar del Ensanche.
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A la entrada de la exposición, comisariada por Esperanza G. Claver, se recibe al visitante con una delicada pieza: enmarcado aparece un dibujo donde se recrea el hogar de ficción que compartieron en la pantalla Pepe Isbert y Emma Penella, padre e hija en 'El verdugo'. Esa imagen, que condensa el modo de vida de aquella España de mediados del siglo XX, puede servir de pista para el conjunto del recorrido que aguarda a continuación: lo cotidiano, sublimado. Revisar cómo Berlanga reflejó la vida de sus contemporáneos sirve de hilo conductor en este paseo por la identidad personal y profesional del cineasta, que pone el foco sobre un aspecto más bien oculto de su biografía: su elevada sentimentalidad.
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De hecho, la propia historia de 'El verdugo' puede leerse desde ese punto de vista: como una historia de amor. El que se profesan el futuro verdugo (interpretado por Nino Manfredi) y su enamorada, la joven Penella: ahí, en ese chispazo sentimental que les vincula irremediablemente desde que se conocen, anida el detonante de su peripecia. Esa relectura de su trama, más allá de la meditación sobre el ser humano como sujeto azaroso de los acontecimientos (a menudo, como víctima de ellos) o sobre la reflexión central en torno a la pena de muerte, predispone a entender el resto de la exposición como un viaje alrededor del inclasificable yo berlanguiano: un viaje, en efecto, hacia el centro de su corazón. Su cámara siempre a la altura de nuestros ojos, como pedía el maestro Howard Hawks.
Esa sentimentalidad, de raíz muy poderosa, se observa en el planteamiento de la muestra, organizada según los hitos de su filmografía. ¿Conclusión central? Que Berlanga es diferente. Como el país donde nació, su mirada huye de la ortodoxia y espiga entre el envés de la vida de sus compatriotas, a través de la complicidad de sus actores fetiche, con quienes aparece fotografiado en una serie de evocadoras imágenes: le vemos, por ejemplo, con Fernando Fernán-Gómez, de quien se cumple también su centenario este año. Retratados tal como éramos los españoles y retratado el propio protagonista de la exposición en una luminosa sucesión de imágenes de sus días de vino y rosas, en blanco y negro: en compañía de su esposa, María Jesús, como dos atractivos galanes, esa pareja feliz que confraterniza con Federico Fellini y Giuletta Masina y otras luminarias del cine de su tiempo. O con el matrimonio Bardem, elegantísimos todos en sus respectivas indumentarias en la parte nuclear del recorrido, cuando ese océano de melancolía inunda ya todas las paredes y el visitante se sobrecoge escuchando por la megafonía el estremecedor aviso que esperaba al joven verdugo mientras hacía turismo por las cuevas mallorquinas: «Se ruega a José Luis Rodríguez». Etcétera. Un etcétera que es pura historia del cine español. Del arte universal.
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La exposición ofrece también alguna pista sobre la clase de sociedad que vio crecer a Berlanga y sus compañeros de quinta: el cine sirvió para el artista valenciano como una suerte de ascensor social, una idea muy presente a través del itinerario que trazan las fotografías donde se asoma al mundo el jovencito que fue en contraste con el glamur que exudan las que muestran al Berlanga adulto, siempre con los ojos bien abiertos. Esa mirada guasona, la sardónica sonrisa desprendiéndose de la cara... El estupor ante lo que veían sus ojos, la sorpresa que aspiraba a compartir en su cine cuando, ya consagrado, la cámara lo inmortalizaba por Madrid, Cannes, San Sebastián o Hollywood. El mismo Berlanga pero un Berlanga distinto.
La exposición también cuenta con bocetos originales de 'Novio a la vista', 'El verdugo' y '¡Bienvenido, Mister Marshall!'; los carteles originales de 'La escopeta nacional' y 'Patrimonio nacional' y la reproducción de 'Nacional III'; el plan de rodaje de 'Patrimonio nacional'; el 'pressbook' de 'Bienvenido Mister Marshall'... Incluye extractos de guiones con sus anotaciones, los libretos originales de las dos versiones anteriores a 'La vaquilla', escritos mano a mano con Rafael Azcona, otra presencia constante durante el recorrido por las salas de la Academia, cuya complicidad ayuda a desentrañar el misterio Berlanga; o el Goya que recibió a la mejor dirección por 'Todos a la cárcel'. También figura un documento emocionante, casi un texto fundacional del cine español: la carta manifiesto que escribió en 1952 sobre la importancia de formarse en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC), publicada en el primer número de la Revista Internacional del Cine, cuyo original se exhibe en la exposición.
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Son materiales inéditos en varios casos, que ayudan a forjarse una idea cabal de cuanto significó Berlanga y, sobre todo, de lo duradera que está resultando su huella. Su vida y su obra, concebidas como un larguísimo plano secuencia, desembocan allí donde acaba siempre este país que con tanto tino retrató: en el callejón del Gato. Esa cima que representó la trilogía inaugurada con 'La escopeta nacional', su propia contribución a la historia del esperpento. La óptica que eligió para enfocar a sus criaturas, a quienes trató siempre con un alto sentido de la humanidad y de la compasión: ese Michel Piccoli que, mientras la exposición ya funde a negro, se confiesa en voz alta, desde la secuencia que clausura 'París Tombuctú' y también la filmografía del director valenciano: «Tengo miedo». Apogeo de lo sentimental.
De fondo suena una traca. Luis García-Berlanga, pirotécnico hasta el final.
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