Olía a pan recién horneado

Aquella hora temprana olía a pan recién horneado. Era habitual cruzarse con la misma gente casi cada día. Inventaba historias con alguna de esas personas que se repetían cada mañana. Una de ellas era una chica adolescente. Se cruzaba con ella cada martes.

Y cada martes vestía de modo similar, como si tuviese ordenada la ropa en su armario por días de la semana: un pantalón vaquero pitillo, raído intencionadamente en ambas rodillas, un suéter azul de amplio cuello y unos botines marrón café con la piel desgastada sin llegar a molestar. El pelo limpio, todavía húmedo, recogido por una pinza y con alguna greña dejada caer en un atractivo rostro. De esas personas a quien le ordenaría las estrellas por constelaciones.

Ideó que ese otoño debería haber empezado la universidad, pero antes de abordar semejante labor, le concedió un año sabático para deleitarse con buenas lecturas. Se serviría de la colección de libros de literatura universal que habría en la casa familiar.

También confió en que seguramente celebraría el Día del Libro, cada mes de abril, auto regalándose uno. Incluso se atrevió a intuir cuál fue su último volumen adquirido, alguna obra de teatro de William Shakespeare, tal vez «Mucho ruido y pocas nueces», donde el silencio es el heraldo de la alegría. Tras el peculiar curso puente, que le confirmaría el valioso placer de la lectura, iniciaría su etapa universitaria.

Su aspecto ideó en su magín que la joven se dedicaría a la sanidad. Pocos años después, una mañana en que la ciudad olía a pan recién horneado, se cruzó de nuevo con ella. Asía una bata blanca con una de sus manos, y vestía un suéter azul. El pelo limpio, todavía húmedo, recogido con simpatía. Era martes. No consiguió discernir su ficción de la realidad. Finalizaba 2019.

Si quiere participar, ha de enviar su microrrelato a cuentosminimos@lasprovincias.es. La extensión exacta del relato es de 330 palabras.