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Sin bailar, igual que sin galletas de chocolate, o sin libros, se puede vivir. Pero, para qué comprobar los efectos de tal aventura si podemos danzar sin parar o ver cómo otros lo hacen para nosotros. La danza es, de entre lo imprescindible en las artes, lo que más llena el alma. Lo que la sacude.
El coronavirus ha sido un achaque más en una disciplina que vive en permanente estado de emergencia, con el virus de las lesiones, la enfermedad de la precariedad y el síndrome del impostor en constante incubación. La danza siempre está alerta, por eso la pandemia no la ha pillado con el pie cambiado. Ha sufrido el arrase de la crisis tanto como el resto del mundo de la cultura, pero los que la viven son de otra pasta.
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