Se cae el toro y se derrumba la fiesta. En ese caso no hacen falta ni los falsos animalistas ni los cazadores de fortuna política. Un toro por los suelos es peor que la pancarta más ramplona. Hay que reconocerlo, se cae el toro ... y surge la apocalipsis torera, a tomar viento los cánones, ya no importa si son grandes o chicos, altos o bajos que es concepto que tanto priva a muchos comentaristas como si los altos no embistiesen o fuesen garantía de algo. El último de ayer no era más alto de lo que manda su encaste, en realidad era un dije y ni así. Negro zaíno, armónico, liso de vientre, sin estridencias pero bien armado y acabó siendo una ruina. Había hecho bonita pelea en varas con una arrancada en la segunda entrada al caballo que mereció una fuerte ovación, y mediada la faena se derrumbó, sería un sincope, sería el calor, sería un vacío de bravura, sería lo que fuese, pero solo trajo desolación y pena, con el agravante de que sucedió en sexto lugar y nos tuvimos que ir para casa con la decepción en los labios y el alma de aficionado rota. Y eso en la tarde de mayor expectación de la feria pesa como un mal año.
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Hasta entonces sin pasar grandes cosas había pasado de todo, bueno, malo y regular, aunque siempre se espera más. Había cuajado una buena faena Castella al bonito castaño y humillador que rompió plaza, que tengo la impresión de que se valoró poco, sería el calor, el calor de estos días lo desbarata todo, lo aplatana todo y en el momento de los reconocimientos, por lo menos era de vuelta al ruedo, el personal se dio un respiro en sus entusiasmos; había habido toreo de mucho mérito de Talavante al tercero de la tarde sobre la mano izquierda, la que siempre se dijo que era la mano de la verdad, lo logró metido en terrenos de dentro, le aguantó los amagos al toro de Victoriano del Río, espero y probón y le arrancó varias series de lujo y emoción; había habido ya un toro lisiado, el primero de Manzanares y una faena del alicantino al quinto, faena de oficio y voluntad, tesonera decían los revisteros antiguos, que no encaja mucho en el perfil artístico del maestro pero después del fiasco de su primero tenía que apretar y se encomendó a la vergüenza torera y hasta recuperó su contundencia estoqueadora (en cualquier caso decir que los ha matado de mejores maneras) y salvó su tarde con la única oreja del festejo; habíamos visto un tumbo en el cuarto, caballo y picador por los aires envueltos en una dramática croqueta propia de otros tiempos (no pasó nada más allá del susto); habíamos visto banderillear con brillantez a Javier Ambel y correr a una mano a Antonio Chacón; nos habíamos cargado de moral con la buena entrada que registraba la plaza que venía a demostrar que cuando se ofrece interés se cosecha buenas respuestas, incluso en plena ola de calor. Así iba la tarde, por cierto de espadas romas, sin ser gloriosa estaba teniendo sus momentos a los que agarrarse, pero salió ese sexto, de El Pilar, y lo dicho, apenas comenzada la faena echó la persiana y hasta aquí hemos llegado, con la mala imagen que da y el coraje y hasta la mala leche de ver un toro por los suelos negándose a embestir, en realidad negando su esencia y hubo que retirarse maldiciendo el infortunio y buscando culpables porque cuesta creer que alguien de los implicados tuviese interés que aquello acabase como el rosario del aurora, que es como acabó.
Contarles también que la banda se midió en sus ansias musicales y tocó con más oportunidad que la víspera y que a la hora de comenzar el festejo se levantó una brisa, esta plaza tiene un microclima, que nos alivió tanto a los espectadores como joribió a los diestros. El calor de estos días ha estado convirtiendo en un acto de heroísmo el momento de acudir a la plaza, así que honores a los que han acudido. Recuerdo en esas circunstancias aquello tan manido y obligado en los viejos carteles de si el tiempo no lo impide, bla, bla, bla... que ya nadie lo pone y venía a advertir que si el diluvio, el vendaval, el pedrisco (los más picaros incluían el desastre en taquilla) lo hacía recomendable, se suspendería el festejo y entre los elementos boicoteadores nadie incluía el bochorno ni las temperaturas tórridas fundamentalmente porque los hombres de campo por entonces se ponían un sombrero de paja y ya solo les importaba que saliese el toro o lo que es lo mismo preferían un tendido de sol a una jornada de curro con la espalda doblada haciéndole las cazuelas a les soques de taronger pongo por caso. Ya no es así, afortunadamente, ya no basta el sombrero ni hay que doblar la espalda y hasta los tractores tienen aire acondicionado y gps, que se lo pregunten sino a Pepe Barea, así que a los elementos que pueden boicotear una tarde de toros, taquilla incluida, hay que añadir el calor tórrido que por ejemplo nos ha atacado estos días. Sea por lo que sea, cambio climático o cambio social, se incluya o no la reserva de si el tiempo no lo impide en la cartelería actual, el calor condiciona tela. Julio, Valencia, dixit. Esta feria se ha visto como ejerce una influencia en la taquilla más que drástica diría que dramática que iba más allá del peso del ausente sevillano y se extendió al conjunto de la feria que gustos al margen merecía más acompañamiento. Y todo ello pese a que el nuevo horario aliviaba una hora de bochorno, pero ni aun así. Jodida ola pero peor fue el absentismo del toro sexto.
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