LAS PROVINCIAS busca en esta nueva sección la microficción más ingeniosa y atractiva. A través de la sección 'Cuentos mínimos', el periódico ofrece un espacio al alcance de los escritores amateurs, experimentados y firmas invitadas. Si quiere participar, ha de enviar su microrrelato a cuentosminimos@lasprovincias.es. La extensión exacta del relato es de 330 palabras. Ha de ir acompañado de un titular breve y una pequeña biografía del autor. A partir del 14 de noviembre se publicarán en el suplemento 'Palabras' y en la web los mejores microrrelatos recibidos.
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La fecha es 31 de octubre. Su firma, aquí, por favor. Tiene usted un ojo increíble para comprar pisos, señor Ronda. Más de treinta registrados a su nombre, todos en zonas inmejorables, y este es prácticamente un regalo. ¿Puedo -dijo el secretario del registro bajando la voz- preguntarle cómo lo hace?
El hombre lo miró fijamente a los ojos, sin sonreír, sin pestañear. Tenía una mirada oscura que parecía capaz de atravesar paredes.
-Soy brujo -contestó.
El joven fue a soltar una carcajada, pero se le quedó enganchada en la garganta al ver la expresión del hombre, que siguió explicando:
-Verá... Si tanto le interesa... Visito los pisos cuando aún están en obras, tejo unos conjuros en su estructura...
-¿Conjuros?
-Nada dañino, créame. Pero hay quien no aguanta bien que las paredes empiecen a gotear sangre, por ejemplo, o que de noche se oiga la voz de un niño muerto pidiendo ayuda... cosas así. Nada grave. Al cabo de un par de meses no pueden soportarlo y lo venden barato. Yo lo compro, destejo el conjuro y lo alquilo ¿comprende? Vivo de eso. Y de otras cosillas... Cuando vuelvo a ahorrar bastante, compro otro piso.
Hubo un silencio tenso. Un par de segundos más tarde, el hombre sonrió. Toda su aura maligna desapareció de un instante a otro.
-No se lo habrá creído, ¿verdad? Soy novelista. Escribo novelas de terror, auténticos best sellers. Pero no con mi nombre auténtico. Firmo con mi seudónimo, Marco Vidal.
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El joven sonrió aliviado, sintiéndose totalmente estúpido por haber creído en algo tan absurdo, aunque solo hubiese sido por un momento. En cuanto se marchó el cliente, tecleó su nombre en Google con auténtica curiosidad por saber qué novelas había escrito.
Buscó durante diez minutos. No había fotos. No había libros.
Marco Vidal, escritor de terror, no existía.
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