![La fotografía histórica que saca el color a los Santos Juanes](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2023/07/07/Fotogran-RqhHLboqgt7l4PI9KfWOlkO-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
![La fotografía histórica que saca el color a los Santos Juanes](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2023/07/07/Fotogran-RqhHLboqgt7l4PI9KfWOlkO-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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Hay en Valencia un equipo de expertos empeñados en sacar los colores a los frescos que Palomino pintó en la bóveda de la iglesia de los Santos Juanes. Y lo van a conseguir. ¿Saben por qué? Pues, además de porque están haciendo un importante esfuerzo, porque –paradojas de la vida y de la historia– existe una foto en blanco y negro de los años veinte del pasado siglo que recoge la gran obra de arte antes de que el devastador incendio de 1936 las dañara en profundidad.
La instantánea, reproducida en gran tamaño, preside una de las salas del Instituto de Restauración del Patrimonio (IRP) de la Universitat Politècnica de València (UPV), donde el equipo que lidera Pilar Roig, Profesora Emérita de la UPV, lleva a cabo el minucioso trabajo impulsado por la Fundación Hortensia Herrero para extirpar las dolencias de la pintura. Hasta esa especie de sanatorio del arte se acerca hoy LAS PROVINCIAS.
La visita no deja espacio para la duda: todo gira en torno a la instantánea que captó J. Alcón, firma que aparece al pie de la impresión fotográfica y regaló a Luis Roig, primer catedrático de Restauración que hubo en España, restaurador municipal de Valencia y padre de Pilar. Si no fuera suficiente contemplar el lugar de preferencia que ocupa abrazada por un marco, llega la directora del proyecto para decir que «menos mal que tenemos esta foto, si no, no habríamos podido hacer nada. Esto es fundamental, el origen de todo».
Y eso que la técnica que el fotógrafo utilizó dista mucho de ofrecer un resultado como el que las nuevas tecnologías permiten. Pero los caprichos del tiempo han facilitado que unas y otras se hayan fundido en favor de devolver el brillo a Palomino, el que le robó el fuego, pero también la desafortunada restauración que en los años sesenta llevaron a cabo los hermanos Gudiol. Los infrarrojos y los ultravioletas se aliaron con este hacer. Y así de aquella foto que hoy amarillea se han podido extraer otras que identifican los colores y materiales que Palomino imprimió en la bóveda del templo. Regresar a ese mapa de color es el destino.
La visita avanza al ritmo que marcan las fases de la intervención. Sobre un gran caballete en el que trabajan dos restauradoras se apoya uno de los tableros de madera contrachapada sobre los que los Gudiol colocaron la piel pictórica de Palomino y los atornillaron a la bóveda. Son las piezas que abandonaron la bóveda de la iglesia y se trasladaron embaladas a las instalaciones de la UPV.
Allí, vestidas con bata blanca, las esperan las especialistas que en primer lugar se entregan a delimitar la zona sobre la que es necesario actuar. El proyecto comporta retirar las pinturas que se añadieron en los años sesenta con la intención de volver a llenar de contenido la superficie a la que el fuego robó la decoración pictórica de Palomino.
Expertas manos cubiertas con guantes de látex azul para tomar los pinceles de limpieza recorren con la precisión de cirujano los bordes de las heridas. Retiran capas de piel sobrante, o cabría hablar de capas de maquillaje. Hay que descubrir la verdad, alcanzar la capa pictórica original.
Pilar Roig y José Luis Regidor, el responsable de la restauración, invitan a contemplar de cerca. Acercar la mirada a las piezas descubre los brochazos que trataron de corregir los daños del fuego, y que ahora se tienen que eliminar porque no fueron nada acertados. La curiosidad, además, lleva a observar el lomo de las piezas de contrachapado. Sorprende que hayan resistido tantos años, «pusieron una buena madera», apunta Regidor. Aun así, no fue lo adecuado, tiene que desaparecer. Pero de eso se hablará en otro momento de la visita.
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Desde el caballlete donde se lleva a cabo la intervención, una vez terminada ésta, las piezas pasan a extenderse sobre las grandes mesas que pueblan la sala. Ofrecen la apariencia de una pared desconchada que muestra vacíos de pintura. La imagen despierta la pregunta interesada en conocer a qué responden esos huecos. La respuesta llega de José Luis Regidor, quien explica que es el resultado de la retirada de los repintes que en su día realizaron los Gudiol.
Llegados a este punto el paisaje que se contempla es el de la piel pictórica ya desprendida de las tablas inflexibles sobre las que se colocó sin demasiada fortuna. Tan delicado material necesita el abrazo del entelado y el estuco para dar cuerpo a la capa de pintura desprendida de la tabla.
¿Y cómo solucionan los desconchados, se quedan libres de pintura? Explica Regidor que las áreas de las que ha desaparecido la pintura, ya reparadas con estuco, «se aplica un papel gel» al que previamente se ha transferido la reproducción de la pintura original a partir de una fotografía mediante sistema de inyección». Ese papel cuando se humedece desaparece y sólo queda la impresión de la pintura que desvela tramas que, como explica el especialista, lo que persiguen es que la bóveda transpire.
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Avanzado el recorrido, llama la atención descubrir que tal como quedan las grandes piezas extendidas ofrecen una visión curvada. ¿Efecto o defecto óptico de quien mira? Nada más lejos de la realidad. José Luis Regidor y Pilar Roig aclaran la situación. Las curvaturas son resultado de la transmisión de la piel pictórica a la nueva base que la soporta y que reproduce la curvatura de la bóveda. Son las piezas que sustituyen a las tablas inflexibles de los Gudiol. Tras minuciosos y expertos estudios de materiales, se decidió que el mejor soporte era la fibra de carbono, material mucho más flexible, además de inerte, que facilitará la mejor conservación. Sobre esta base volverá a asentarse el trabajo de Palomino, en nuevos paneles que regresarán a la bóveda.
Al paseo le queda un tramo, el laboratorio donde Pilar Bosch, profesora del departamento de conservación y restauración de bienes culturales e investigadora del IRP de la UPV, «entrena» a un ejército de bacterias que ella misma cultiva para que se encarguen de limpiar todos los materiales impropios adheridos a los frescos. La biolimpieza es una de las directrices que se ha marcado el proyecto. Los datos que ofrece esta experta llevan a comprender algunas de las pinceladas que daban las restauradoras sobre las tablas del caballete. Había finas brochas impregnadas de la solución que contiene las bacterias. Mientras, en la pantalla de un ordenador ya se ven los puntos sobre los que se ha actuado, la superficie de frescos que se va recuperando queda reproducida en ese nuevo mapa digital de colores que parte de una fotografía en blanco y negro de los años veinte del pasado siglo.
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
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