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Santiago Grisolía. Manuel Bruque

Santiago Grisolía: Un pionero eterno de la ciencia

Presidente del Consell Valencià de Cultura desde 1996 es el impulsor de los Premios Rey Jaume I y una figura clave en el fomento institucional de la investigación científica en la Comunitat

BURGUERA

Jueves, 4 de agosto 2022, 10:21

Santiago Grisolía nació el 6 de enero de 1923 en Valencia. A pesar de eso, cuando esta mañana ha llegado la noticia de su fallecimiento ... , un alto cargo del Consell ha reconocido: «Me ha sorprendido porque, a pesar de su edad, daba la sensación de que siempre estaría». Hay personas que se instalan en el imaginario colectivo, y en el caso de Grisolía, se había convertido ya él mismo en la institución que presidía, el Consell Valencià de Cultura, desde 1996. Un cuarto de siglo completo al frente del CVC.

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Grisolía es el impulsor, por empeño y convicción, de los Premios Rey Jaume I. Y por contactos. Fue un pionero constante y un constante pionero. Los valencianos ya nos habíamos acostumbrado a su presencia, pero en realidad, este prestigioso bioquímico salió de Valencia para doctorarse en Madrid en los años 40 y no volvió hasta varias décadas después, tras un fructífero paso por EEUU para ser discípulo de Severo Ochoa en Nueva York y continuar su carrera de investigación y docencia en las universidades de Kansas, Chicago y Wisconsin.

En 1990 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica por su labor científica en el área de la bioquímica en campos muy diversos, principalmente en la enzimología del metabolismo del nitrógeno relacionado con el ciclo de la urea y la degradación de las pirimidina. Antes de aquel 1990, mucho antes, Grisolía ya había plantado la semilla de su contribución al impulso de la investigación científica en la Comunitat. En 1978 puso en marcha la Fundación Valenciana de Estudios Avanzados, el germen de lo que luego serían los Premios Jaume I. Grisolía, que por su larga estancia estadounidense tenía muy clara la necesidad de colaboración entre lo público y lo privado para impulsar la ciencia, trasladaba su paciencia y constancia como científico a su actividad como impulsor de todo un entramado institucional en torno a su intención de fomentar la investigación desde la Comunitat. No había negativa que le desanimara. Seguía y seguía, persistía. Ese modo pausado de hablar que le caracterizaba durante las últimas décadas no ocultaba una determinación firme.

El CVC es lo que él quiso que fuera y como él lo consideró más conveniente. Cuando las reuniones de otras instituciones estatutarias eran a puerta cerrada (y lo siguen siendo), las del Consell Valencià de Cultura se celebraban con total transparencia. Una apertura que en ocasiones parecía rozar lo temerario, por nuestra falta de costumbre. Los periodistas nos sentábamos alrededor de los consejeros y les oíamos discutir abierta y nítidamente, e incluso al propio Grisolía reconvenir a unos y otros sobre esto o aquello. Era sorprendente por lo inusual. Los consejeros que llegaban de otras instituciones solían precisar de varios meses para acostumbrarse al peculiar modo en que se gestionaba el CVC. En años que los eventos eran mayúsculos, la institución se manejaba con cierta austeridad y con sus propios ritmos, los del doctor honoris causa por las Universidades de Salamanca, Barcelona, València, Madrid, León, País Vasco, Siena, Florencia, Kansas, Las Palmas de Gran Canaria, Universidad Politécnica de Valencia, Universidad de Lisboa, UNED y de la Universidad de Castilla-La Mancha.

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Grisolía supo entenderse con dirigentes populares, socialistas y de Compromís. Aunque tenía un genio vivo, disponía de una mirada larga, una traza diplomática y muy política (en un sentido no partidista) y mucho sentido del humor. Las anécdotas que políticos y políticas valencianas cuentan sobre él son innumerables. Es complicado tropezar con algún alto cargo que haya pasado por la Conselleria de Educación y Cultura que no recuerde haberse encontrado con él. Sus reflexiones, comentarios y gestos nunca pasaban desapercibidos. Fue gracias a esa actitud constante que puso en marcha unos premios, los Jaume I, que lograron reunir en Valencia anualmente a una veintena de premios Nobel.

Fue gracias a su prestigio (además del Príncipe de Asturias, obtuvo la Medalla de Oro al Mérito de Investigación y Educación Universitaria por el Ministerio de Ciencia e Innovación, Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica, fue miembro de la Academia Europea de Ciencias y Artes, académico de honor de la Real Academia de Doctores de España, miembro fundador del Colegio Libre de Eméritos, presidente del Comité Científico de Coordinación del Proyecto Genoma Humano para la Unesco, vicepresidente del Patronato del Centro de Investigación Príncipe Felipe, y asesor del presidente de la Generalitat) que logró convencer a unos y a otros para apoyar los galardones y contar con la presencia de la Casa Real para la entrega de los premios. Y así, año a año y una década tras otra. Se iba haciendo mayor, pero nunca perdía el norte, su norte: el fomento de la investigación científica. En 1996 llegó al CVC (entonces, la institución no contaba con una sede fija, y al año de llegar a la presidencia logró la cesión del Palacio de Forcalló, su actual sede) y ha sido el presidente más longevo de una institución estatutaria valenciana, tantos años al frente del organismo y con una actividad tan notable que parecía que siempre había estado allí y que nunca se iba a ir.

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