Secciones
Servicios
Destacamos
El 23 de marzo de 1972, Cristóbal Balenciaga se sintió indispuesto mientras desayunaba en el parador de Jávea, donde se alojaba. Le atendió un ... par de médicos, se movilizó una ambulancia y partió en ella, tumbado en la camilla, hacia Valencia. A la altura de Ondara, pareció restablecerse. Se sentó en la parte de atrás del vehículo y prosiguió la marcha hacia el Hospital Arnau de Villanova, que entonces se llamaba Sagrada Familia, donde ingresó. La esperanza de una recuperación se marchitó en apenas unas horas. En la madrugada del día siguiente, fallecía a los 77 años de edad. La noticia de la muerte del gran emperador de la moda conmocionó a la sociedad de su tiempo, pero sin el alboroto que hoy generaría un acontecimiento semejante. Dejó esta vida a su estilo, como vivió. Famoso pero discreto. Con su desaparición se despedía una manera de estar en el mundo, un espíritu creativo ajeno a los flashes; también se frustraba el naciente idilio que había cultivado con Jávea en los últimos años de su vida.
Hoy, la localidad alicantina recupera la memoria de aquel Balenciaga último con una exposición que se despliega a través de tres escenarios, siguiendo un orden cronológico. El primer Balenciaga aguarda en las estancias del Museo Arqueológico, casi al final de las empinadas cuestas que trepan hacia la iglesia de San Bartolomé. Al lado, en otro rincón de recogida belleza de la hermosa ciudad antigua, el edificio Ca Lambert recopila la obra de madurez del diseñador vasco. Tiene sentido que estos dos edificios alberguen la parte central de la exposición porque se trata de una geografía sentimental muy ligada a los días postreros de Balenciaga en Jávea. Pedro Usabiaga, comisario de la exposición, relata cómo le gustaba refugiarse entre los muros de la iglesia, que tanto le recordaban a la de su Guetaria natal, de fisonomía análoga. Dos templos-fortaleza aupados sobre un altozano. A la iglesia de Jávea acudía para rezar en sus bancos salvando su aversión a las corrientes de aire que tanto incordiaban a sus maltrechos huesos. Se cuenta que llegó a entregar al párroco una jugosa donación para que la parroquia aliviara los rigores del frío y pudiera seguir guareciéndose en el acogedor templo, perla del gótico valenciano.
No era la única similitud que Balenciaga encontraba entre Jávea y Guetaria, dos lugares hermanados por una serie de atributos muy queridos para el modisto. La sencillez de sus gentes, la conexión emocional con el mar, eran factores coincidentes (un hilo invisible) que le hicieron grata la estancia en Jávea desde que empezó a frecuentarla. Además, a orillas del Mediterráneo escapaba de los rigores del Cantábrico guipuzcoano, nada indicados para su quejumbrosa salud. A Balenciaga le atrajo Jávea haciendo caso de la encendida recomendación que le hizo llegar una de sus clientas y musas, la marquesa de Llanzol. Eran los primeros años 70 y Jávea embrujó a Balenciaga. Fue un flechazo. Se alojaba en el Parador, caminaba por la playa del Arenal y se entregaba a los placeres sencillos de la vida. La gastronomía, por ejemplo, con predilección por los arroces marineros que servían en restaurantes como el Pósito, frente al Mediterráneo, o el Tangó, ubicado en el puerto. O los paseos por las deliciosas callejuelas de la ciudad histórica, donde está registrado que curioseó entre las telas que expedían en un par de comercios, Tejidos Jaumet y Tejidos Bertomeu. Un paisaje muy reconocible para el modisto, que veía entre los naturales de Jávea esa dignidad de clase que conoció de niño entre los pescadores de su Guetaria, incluyendo el distinguido porte con que unos y otros exhibían su tradicional indumentaria.
El hechizo entre Jávea y Balenciaga fue mutuo, malogrado por la inesperada muerte del diseñador, que llegó cuando hacía planes para instalarse frente al Mediterráneo, seducido por la extraordinaria luz que baña la costa y todos los matices del azul batiendo el mar. Se interesó en alguna inmobiliaria para hacerse con una propiedad en este paraje a la sombra del Montgó: en particular, por una promoción de viviendas, el Tosalet, descritas por la publicidad de la época como «casas rodeadas de naranjos cerca del mar». Fue en Jávea precisamente donde ideó su última creación, el vestido de novia para Carmen Martínez Bordiú, nieta del dictador Franco. Y fue en Jávea donde parecía haber encontrado el sosiego que buscaba en el otoño de su vida, mientras arreciaba la dictadura del 'prêt-à-porter' y se resignaba a que declinara su mundo, la alta costura. Mientras decía adiós a la moda tal y como la había conocido.
Hoy, la marca Balenciaga cotiza al alza entre el Gotha de nuestro tiempo (influencers y futbolistas); entonces, su nombre se asociaba con el epítome del lujo, pero un lujo elegante y sutil, sin estridencias: el que anida en las piezas que se exhiben en las tres sedes de este homenaje que marca su póstumo retorno a Jávea. Tiene sentido que el tercer hito de la exposición acabe en La Casa del Cable, frente al Mediterráneo: una elegante edificación que agrupa a los herederos de Balenciaga, seguidores de su inimitable estilo. Tras los ventanales se divisa el mar, la luz infinita, cada tono del azul del agua. Lo último que vieron sus ojos antes de emprender aquel viaje en ambulancia a Valencia. Su adiós a la vida. Y su adiós a Jávea.
Un coqueto sombrero creado por encargo de la naviera Ybarra convive en la exposición sobre el genio de Guetaria que se inauguró el pasado fin de semana con documentos de alto valor histórico sobre la vida y la obra del modisto español, el más internacional de toda nuestra historia. Joyas como las delicadas criaturas con que vistió a la jet de su tiempo, que han sobrevivido al paso del tiempo para hacer buena la máxima de otra grande, Coco Chanel: «Moda es lo que pasa de moda. El estilo permanece». Fiel a este mandato, que Balenciaga reinterpretó según su particular código estético, sus creaciones le sobreviven: en las salas del Museo Arqueológico y Ca Lambert pueden contemplarse algunas de estas deslumbrantes piezas, para admiración de los visitantes, que el sábado se maravillaban ante su perfeccionada técnica y su alabado buen gusto. Intimidados tal vez por un intangible: la leyenda.
«Balenciaga fue y sigue siendo un mito», corrobora en el catálogo de la exposición Lydia García, adjunta al comisariado. A ella se deben algunos de los modelos que se exhiben, propiedad de la colección López-Trabado, de pasmosa vigencia. García subraya otra de las fortalezas de cuanto aquí se exhibe: la documentación que permite dotar de contexto a Balenciaga, de elevada relevancia para los estudiosos de su carrera. Y menciona un ejemplar de la revista La Esfera, datado en 1917: la primera referencia conocida sobre el estilo del diseñador guipuzcoano. Unas líneas que atinaban con su sello distintivo, revelado precozmente, a los 22 años: «Es un nada pero resulta un todo».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.