Connemara es una inhóspita zona desfavorecida y despoblada del noroeste de Irlanda. En uno de sus pequeños pueblos, ideales para mostrar conflictos, se desarrolla 'La reina de la belleza de Leenane' (1996), opera prima del autor británico-irlandés Martin Mcdonagh, de quien hace un año ... Teatre Micalet produjo el montaje 'El Malfet d'Inishmaan'.

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La obra cuenta la historia de Maureen, mujer de cuarenta años solitaria dedicada al cuidado de su madre castradora y amargada mermada de movimientos, Madge, que le hace vivir en un infierno en su casa del extrarradio de la población. Entre silencios, mentiras y rutinas domésticas se van descubriendo heridas del pasado. La situación se altera con el regreso de Pato Dooley, emigrante obrero en Londres, que despierta las pasiones sexuales de Maureen y la ilusión por hallar la felicidad. La madre la frustra pero destapa un mar de fondo de daños recíprocos.

Mcdonagh alcanzó el éxito con este gran texto lleno de giros y golpes ocultos. Se aproxima al teatro de la crueldad por las tensas relaciones entre ambas mujeres y por el ambiente, con referencias a la realidad irlandesa y la visión de la emigración como escape de un infierno de maledicencias populares y sin salidas laborales. Solo el momento de felicidad de Pato y Maureen después de una fiesta escapa a este contexto.

LA REINA DE LA BELLEZA DE LEELANE

  • TEATRO. Autor: Martin Mcdonagh. Dirección: Juan Echanove. Reparto: María Galiana, Lucía Quintana, Javier Mora, Alberto Fraga. Adaptación: Bernardo Sánchez Salas. Teatro Talía (Hasta el 26 de mayo).

El argumento exige dos grandes actrices. Lo son María Galiana y Lucía Quintana, muy compenetradas. Destaca su limpia dicción. Galiana muestra a Madge con su menosprecio humillante a la hija, dura a más no poder, postrada en la mecedora queriendo escuchar las canciones y dedicatorias de un programa de radio, exigiendo el té y alimentándose de Nutella. Quintana, bien elegida como típica pelirroja irlandesa, sabe mostrar con eficacia su desesperación, la angustia y los nervios.

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Pero en exceso. La dirección de Juan Echanove desaprovecha su alto nivel interpretativo y sus cambios de registro proporcionando su sobreactuación. Debería haber atemperado la energía y el tempo para equilibrar el duelo cruel hasta el sadismo entre madre e hija, tanto psicológico como físico, y evitar el cinismo y algunos tics más televisivos que teatrales, sobre todos los humorísticos, que necesitaban mayor sutilidad y menos negrura, sobre todo los de costumbres y opiniones. Aun así, es eficaz en las escenas duras, como la tortura de agua caliente en las manos, y en los giros argumentales. Da relieve al erotismo entre Maureen y Pato y al momento posterior con la madre. Pero el ritmo se va difuminando hasta lo abrupto en el último acto. El original hace más relevante la conversación del hermano de Pato y la hija. Aquí parece un añadido que aporta poco a la decisión final de ella.

Es muy destacable la escenografía de Ana Garay: el mobiliario de la cocina alargado en el centro, un fondo de cristales que dan ambientación y temporalidad a las escenas y juegan su papel en la entrada y salida de los personajes, y la puerta de la casa escondida de la visión del público. Garay también es autora del vestuario, muy apropiado a los personajes. La iluminación de David Picazo es un alarde de creación de ambientes, con un buen vaivén entre día y la noche y el dramatismo y lo rutina.

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Vale la pena esta excelente obra. Y el duelo de dos grandes actrices a pesar de haberles podido sacar mejor partido.

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