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«Amigos, conocidos, futuros. Esas son las tres etiquetas que van a organizar mi biblioteca a partir del próximo mes, cuando reestructuremos la casa por motivos felices, familiares. La voy a desarticular para reinventarla». Reinventar una biblioteca, qué bonito concepto. Esta declaración de intenciones la hace el escritor Jorge Carrión en su último libro, 'Contra Amazon' (Galaxia Gutenberg), en el que rinde homenaje a las librerías del mundo por las que siente mayor fascinación y en el que desvela detalles de las suyas propias. «Voy a poner cerca de mí solo a los autores y los libros con quien mantengo una relación de amistad más o menos íntima. Se quedarán (o ingresarán) en el estudio. En el comedor tendré a los conocidos, esos con los que mantengo una relación de simpatía y de respeto. La mayoría de libros que no he leído y que no sé si leeré serán donados, regalados, sacrificados; los que queden, en el pasillo, esperarán su turno, pacientes, lejanos, como personas a quienes no conoces y quienes nada ni nadie puede saber si algún día frecuentarás», añade.
Carrión habla de su biblioteca, con más de 5.000 volúmenes, como «la segunda piel de mi casa» y a buen seguro no pocos lectores adoptarían esa definición como propia por el papel relevante que en muchos hogares ocupan los espacios donde almacenamos los libros. El confinamiento ha concedido protagonismo a muchos de ellos y los ha convertido en recurrentes telones de fondo de conversaciones y exposiciones en público. La obligación de estar recluidos en casa y el aumento de conversaciones virtuales a través de videollamadas ha permitido que nos inmiscuyamos en las casas de los demás y podamos observar los objetos que les rodean. En un acto de tremenda coquetería, hemos buscado -la mayoría- los rincones que mejor daban en cámara para causar una buena impresión ante nuestros interlocutores. Y en bastantes ocasiones se ha recurrido a las librerías caseras como escenarios más adecuados.
«La mayoría de librerías se localizan en cuartos de estar o habitaciones, donde la gente se encuentra tranquila (sobre todo los que son padres). Además, muchas casas apenas tienen rincones bonitos con un enfoque amplio y lo más sencillo es recurrir a este tema», explica David Blay, periodista experto en teletrabajo, que piensa que las bibliotecas particulares «proyectan una imagen mejor de nosotros que una pared lisa, un cuadro que puede no gustar a todo el mundo, o el cabecero de una cama, y que incluso pueden generar conversación sobre qué has leído durante la pandemia».
Hemos cambiado el selfie por el shelfie (shelf es estanteria en inglés) con este encierro. Quien más o quien menos ha lucido sus librerías mientras charlaba con amigos, se ponía al día con los familiares y despachaba con los jefes y, de este modo, se ha destapado un poco más ante sus contactos, ya que, como dijo Marguerite Yourcenar, «la mejor manera de conocer a una persona es ver sus libros». Conscientes de ello, hemos arreglado nuestras bibliotecas e incluso hemos retirado algún ejemplar del que no nos sentíamos especialmente orgullosos. Los placeres culpables también se ocultan entre las letras. En más de una casa, el estado de alarma habrá sido la excusa perfecta para poner orden en los volúmenes que acumulamos entre las paredes, una labor no especialmente sencilla y que requiere de una gran planificación y obliga a tomar varias decisiones. Por ejemplo el criterio para organizarlos.
«Ordeno los libros por género (ensayo, biografías, memorias, teatro, poesía) y dentro de los géneros por orden alfabético de autor. En un montón acumulo los pendientes de leer o releer. Y si estoy trabajando en algo específico los coloco en el mueble de libros de consulta. Entre el orden prusiano y el caos temporal». En la biblioteca de Bob Pop, lector compulsivo y prescriptor literario de muchos de sus seguidores, reinan las novelas, las biografías y los diarios. Durante las últimas semanas hemos visto sus libros asomarse en cada una de sus intervenciones en el 'Late Motiv' casero que Buenafuente y su tropa han comandado para Cero. Hubiese sido complicado no verlos, porque el escritor y guionista atesora una ingente colección. «Mis amigos dicen que no es mi casa sino que le he puesto un piso a mis libros», confiesa.
La disposición alfabética también es la opción elegida por la escritora Elvira Lindo, cuya última obra, 'A corazón abierto'-en la que convierte a sus padres en protagonistas y les rinde homenaje junto a toda una generación que tuvo que sobrevivir a la posguerra- habrá hallado su hueco en unas cuantas estanterías durante este confinamiento. «En mi biblioteca procuro que no reine el desorden porque yo no tengo memoria para recordar dónde he dejado los libros. La literatura la tengo ordenada por el orden alfabético de los apellidos de los autores. Luego, hay estantes para el ensayo, para la historia, la ciencia y la música. Debo estar siempre ordenando para que no se desmadre porque recibimos muchos libros». En ese plural incluye, por supuesto, a su pareja, el también escritor Antonio Muñoz Molina. «Tenemos la mayoría en una habitación-biblioteca, pero están por toda la casa, hay pequeñas librerías hasta en el dormitorio, y por supuesto en los estudios», revela Lindo, que confiesa que sus propios textos no comparten estante con los de otros autores. «Los tenemos en armarios, porque nos da apuro». La literatura y la historia son las estrellas de las librerías de la pareja. «Dentro de la ficción hay autores con mucha presencia, claro. Primero, porque fueron muy prolíficos y también porque nos gustan mucho: Galdós, Baroja, Simenon, Chéjov, Cervantes, Lorca, Patricia Highsmith, Alice Munro…», aclara.
Escoger la forma en la que agrupar nuestros tesoros bibliográficos no es un asunto baladí y puede generar quebraderos de cabeza o discusiones en caso de que la elección sea cosa de dos. «Ahora mismo estamos en proceso de remodelación del orden de los libros y nos debatimos entre ponerlos por editoriales o por temáticas. Yo siempre he pensado que era más útil por temáticas, porque cuando buscas un libro lo localizas antes, pero mi pareja piensa que es más fácil por editoriales. Seguramente acabemos haciendo una mezcla». Blanca Cambronero, una de las editoras de Capitán Swing, admite que es recurrente en ellos pensar en cómo colocar los libros para que les quepan. «Tanto mi pareja como yo somos muy lectores y, por lo tanto, acumulamos muchos libros que cada vez nos cuesta más guardar en un espacio que, desgraciadamente, no es infinito. Además heredé la biblioteca de mi padre cuando murió, que ya era enorme», argumenta. Por el momento se han decantado por la clasificación temática. «Mi pareja es historiador, así que todo los libros de historia (política, social, económica...) están en un cuartito que usamos de despacho. El resto se reparten entre el salón y otras habitaciones, colocados en ficción hispanoamericana, extranjera, no ficción/ensayo, poesía, teatro, fotografía, feminismo, deportes, tbo/cómic/novela gráfica, arquitectura y pintura».
La periodista cultural de ABC Inés Martín Rodrigo -que el 11 de junio publica 'Una habitación compartida', una sucesión de conversaciones con grandes escritoras- también se fija en las editoriales a la hora de acomodar su colección. «Tengo tres librerías, dos grandes, que ocupan sendas paredes, y una más pequeña. En las tres, los libros están ordenados por editoriales, aunque cada vez que voy añadiendo nuevos libros se produce un cierto caos que trato de corregir en mis libranzas. Hay huecos, eso sí, destinados a mis autores favoritos (Joan Didion o Susan Sontag, por poner solo dos ejemplos) y otro para la poesía y los libros de arte», sostiene la redactora, que no esconde su admiración por la literatura anglosajona contemporánea.
Aunque la clasificación alfabética o por temática pudiera parecer la que goza de más adeptos existen otras formas de conservar nuestras lecturas en casa. «Durante mucho tiempo los ordené por editorial pero cuando la librería se hizo muy grande empecé a ordenarlo por colores, aunque tengo algunas excepciones: la sección de diarios o la de antropología», afirma María Jesús Espinosa de los Monteros, directora de Podium Podcast, que ha convertido en fetiche la acumulación de diarios. «Tengo las obras cumbre: Kafka, Pavese, Piglia, Letaud, Gil de Biedma, Renard... cada vez crece más». El escritor Benjamín Prado se inclina por los idiomas a la hora de buscar posición a sus obras de poesía, aunque echa mano de otros criterios para el resto de volúmenes. «La narrativa, por idiomas, salvo la española, que sí va por generaciones. Luego tengo una estantería de obras completas, otra de filosofía, otra de novela negra, otra sección de teatro... A mí me funciona, soy de los que llaman a casa desde el otro lado del mundo y puede decir exactamente dónde está un libro que necesito», se enorgullece.
En el estupendo recopilatorio 'Los reinos de papel' (Siruela), firmado por Jesús Marchamalo a propósito de varios reportajes escritos en ABC y El Norte de Castilla, se da voz a un grupo de escritores para que expliquen el origen y orden de sus bibliotecas y las confesiones de algunos son realmente curiosas. Martínez Pisón abogaba por la anarquía hasta que su mujer hizo un curso de biblioteconomía y se dispuso a remediar que los ejemplares en su hogar campasen a sus anchas. Félix de Azúa y Javier Marías, que durante una temporada fueron vecinos en Barcelona, compartían la manía de disponer los libros por orden cronológico de autores. «Shakespare antes de Faulkner, por ejemplo, y Zola antes de Perec», cita el autor. En la biblioteca de David Trueba impera una norma: cada ejemplar que entra obliga a otro a salir. «Libros que no voy a volver a leer, que a mis hijos no van a interesarles y que, en todo caso, puedo volver a comprar», argumentaba.
En este texto Rosa Montero hace una confesión que llama la atención por inusual: no tiene libros en el salón y aligera regularmente aquellos que, sobre las mesas, las baldas, los estantes, se amontonan. Lo habitual precisamente es que el salón sea precisamente el centro neurálgico de las bibliotecas y que luego vaya siendo necesario invadir otras estancias. «En mi caso ocupan gran parte de la casa. Es difícil que no encuentres libros en alguna parte», asegura Benjamín Prado. «Las paredes de mi salón son dos estanterías enormes y todos los cuartos menos el baño tienen al menos una estantería con libros, sino más», añade Cambronero. Trueba se salta lo del baño como excepción, puesto que, cuenta Marchamalo, junto al cesto de la ropa del también director aguarda «una pequeña selección de lecturas de cortesía, breves y necesariamente fragmentarias, para las visitas: 'Bar Sport', de Stefano Benni; 'This is water', de David Foster Wallace; o 'Relaciones y soledades', de Arthur Schnitzler, a elegir».
Espinosa de los Monteros arroja otra cuestión relevante al debate, cuáles son los perfectos compañeros de esos libros en los estantes. «Mi biblioteca está acompañada de plantas y creo que no hay una combinación mejor», expone rotunda. Marta Sanz, que acaba de publicar 'pequeñas mujeres rojas' los acompaña con imágenes de estrellas de Hollywood, como Doris Day, Katherine Hepburn o Marlene Dietrich. En 'Los reinos de papel' Martínez Pisón apunta que algunas estanterías regulables -como las famosas Billy- tienen más fondo del que precisa el lomo de los libros y se acaban llenando de fotos, piedras y souvenirs de viajes.
«Convivir con una biblioteca personal significa saber que no te rindes, que siempre tendrás ante ti menos lecturas realizadas que lecturas por venir», defiende Carrión en 'Contra Amazon' y reivindica las bibliotecas heterodoxas. En este ensayo da cuenta de que en sus librerías hay rastros de todas las bibliotecas públicas que frecuentó desde niño y que, como tantos otros, ha recurrido a las Billy de Ikea. Y que, como también es frecuente, estas acaban vencidas por el peso. «Están condenadas a la deformación en el mismo momento en que las atornillé mal, porque soy un lector más o menos competente pero un negado para el bricolaje», escribe. Preguntado por la distribución actual de su colección, resuelve la duda: «Mi biblioteca, en estos momentos, está dividida entre ficción y poesía (el estudio), cómic (el pasillo) y no ficción (el comedor). En el estudio trabaja mi pareja, yo lo hago en la mesa del salón, por eso es en esa zona donde tengo los libros que tienen que ver con mis artículos, ensayos, áreas de interés (cultura contemporánea, viaje, historia del libro)».
Carrión tiene 'El libro de las aguas' de Limónov al lado de 'Limónov' de Carrére, o la biografía que D. T. Max escribió sobre Foster Wallace, y algún libro suyo, junto con los de Foster Wallace. «Más que guiños son formas de ayudar a la memoria», subraya. «Son vecinos de estanterías la obra completa de Ricardo Piglia y Roberto Bolaño. Creo que en la vida real sólo se conocieron una vez, así que tenerlos juntos en la biblioteca es estupendo», cuenta Espinosa de los Monteros. «Tengo rincones monográficos, como el rincón Gopegui, con todos sus libros, que he puesto junto a los que he escrito yo a ver si se me pega algo», confiesa Bob Pop. «Me divierten las compañías que provocan el orden alfabético», admite Lindo. «Sería muy curioso entrar en una biblioteca que fuese una especie de mapa de las relaciones, encuentros y desencuentros de la historia de la literatura. Me encantaría verlo», propone Blanca Cambronero. Una idea estupenda que podría dar pie a una obra de su propia editorial. Y que luego esa obra llegase a formar parte de algunas bibliotecas particulares organizadas con tal criterio. La cuadratura del círculo.
Aunque los formatos digitales han liberado de espacio muchos hogares los libros físicos siguen soportando una presencia notable en ellos y el confinamiento ha servido para cerciorarnos, por lo que la decisión de establecer una pauta con el fin de organizarlos debe de ser más que frecuente. La única manera de evitarla es echar mano del trabajo que popularizó hace una semanas el ilustrador Eduardo Berazaluce, un supuesto fondo para videollamadas que simulaba una librería. «Perfecto para actores, periodistas y cómicos», señalaba. En cuestión de días el meme se hizo realidad y una tienda online comenzó a ofrecerlo en formato real. El resultado, sin duda, será bastante menos placentero que el de las bibliotecas reales a las que nos han dejado pasar durante un ratito para elaborar este reportaje.
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