![Manuel Vicent: «La vejez es el postre, lo más dulce, y yo estoy en el flan de la casa»](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/06/14/VICENT-RWuIVJfB2kB00fLt6hEf4iJ-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
![Manuel Vicent: «La vejez es el postre, lo más dulce, y yo estoy en el flan de la casa»](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/06/14/VICENT-RWuIVJfB2kB00fLt6hEf4iJ-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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Hablar con Manuel Vicent (Vilavella, Castellón, 1936) es como leer sus novelas: una gozada. Acaba de publicar 'Una historia particular', un ejercicio de memoria que habla de él, pero también de una sociedad. Páginas rebosantes de emociones, de las imágenes que la mirada de Vicent ... recoge como nadie –tanto que quien lee cree estar donde él estuvo–, conducen al lector a las esencias interiores, pero también le ponen en contacto con acontecimientos históricos, con las emociones colectivas. Del libro y de otros asuntos ha hablado con LAS PROVINCIAS. Cuenta cómo comenzó todo a partir de un regalo de Reyes, adelanta que sigue escribiendo y habla de sus 88 años para decir que la vejez «depende de cómo se mire», si se acepta o no y «el postre suele ser lo más dulce y siempre se toma al final. Yo estoy en el flan de la casa».
–¿Cómo se encuentra?
–Perfectamente., siempre se suele decir sin entrar en detalles. Pero, bien, sí.
–¿Qué ha querido contar con la novela 'Una historia particular' que acaba de publicar?
–Al principio no tenía ningún propósito determinado. Empecé un primer capítulo y vi que estaba recordando cosas que no sólo me habían pasado a mí, sino a gente como yo y no sólo de mi generación, también de varias generaciones posteriores. Eran sensaciones que estaban en el aire y que todo el mundo las respira de alguna forma. A partir de ahí seguí adelante. No es una autobiografía, es una memoria a través de los libros que uno ha leído, de las canciones que ha escuchado. De los coches, de los perros, de los viajes que uno ha hecho. Son unas memorias cubistas porque están enfocadas desde distintos ángulos y que a todo el mundo le ha pasado lo mismo: ha tenido perros, coches, libros...
–El título refiere una historia particular, pero también lo es de una sociedad.
–Es un libro escrito a medias. Todo el mundo que lo lea, sea un lector o una lectora, se encontrará con sensaciones que están en el aire. Son eternas y comunes. Es una memoria colectiva.
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–¿En solitario qué somos?
–Creo que somos un nudo de sensaciones que se ató en la infancia con los cinco sentidos: el gusto, lo que comíamos, las canciones. Los primeros viajes que hicimos con nuestros padres; el mar, los primeros paisajes; el mar, siempre el mar, siempre el mar.Todo eso nunca se olvida, eso forma un nudo. Creo que vivir consiste en ir desenredando lentamente ese nudo de sensaciones y convertirlas en pensamientos.
–¿Qué queda de ese niño que estrena las páginas de 'Una historia particular'?
–No tengo ni idea, pero creo que dentro de nuestro cuerpo está todo lo que hemos sido en distintas etapas. A veces ese niño está vivo todavía. Basta un gusto en el paladar, un paisaje, el sonido del mar y ese niño despierta. También te puede despertar el chaval que eras jugando al fútbol o el joven que se creía que se iba a comer la vida. Lo tenemos todo dentro. Hay que sacarlo a pasear a su debido tiempo.
–De la novela deduzco que fueron los Reyes Magos los que te desvelaron el deseo de dedicarte a imaginar historias. ¿Ha sido un buen regalo verse entregado a la literatura?
–Bueno, yo no tenía escapatoria. En mi caso, llegué a este oficio, a esta profesión –no es más que una profesión– porque no servía para otra cosa. Estudié Derecho en Valencia, pero llegó un momento en el que yo no sabía hacer absolutamente nada. Tenía el porvenir cerrado, no sabía ni cambiar la rueda de un coche. Por tanto, si no sabes hacer nada, pues ya te dedicas a salvar el mundo.
–¿Vista la trayectoria sí que fue un buen regalo de los Reyes Magos?
–Los Reyes Magos me trajeron en una ocasión una cámara de dibujos animados. A partir de ahí, en el papel traslúcido que pasaba entre una doble lámpara, empecé a escribir pequeños garabatos, pequeñas historias, pequeñas frases. Y, bueno, tal vez esa fue la primera semilla de lo que es la literatura. Además, como era un niño inquieto y mentiroso por naturaleza, pues las mentiras –que empiezan siendo una defensa, siempre lo son– empecé a convertirlas en un juego y después en un arte.
–¿Los dibujos animados están detrás de todo?
–Sí, incluso a veces veo en la televisión los bombardeos, los muertos, y me imagino que son algodoncillos azules y rosas de muñecos animados.
–Dice que no sabía hacer nada y por eso se dedicó a la literatura, pero mira como nadie.
–Bueno, sí, miro porque es un oficio. Esta profesión tiene la ventaja de que mientras vivir consiste en trabajar, trabajar consiste en vivir porque de todo te aprovechas. Yo creo que un artista, un escritor, muere cuando ya no tiene virginidad en los ojos. Cuando cree que ya lo ha visto todo y no se sorprende de nada. Cuando cree que el sol sale porque sale y no porque tú le llamas. Si no le llamas el que sale es el de todos, pero el tuyo, no.
–¿Entonces, Manuel Vicent sigue, no deja de escribir?
–Mientras me dure la mecha, no. Tengo que ir al supermercado, claro.
–¿Le queda mucho por mirar?
–Yo creo que sí. Mirar, todo lo que has visto, es tener la conciencia de verlo todo como si fuera la primera vez, con las luces cortas y no con las largas. Si pones las cortas, todo lo que te rodea tiene importancia
–Los libros son contenido y continente y en 'Una historia particular' evoca los de la colección Austral, aquellos rosa, verdes, azules y grises. ¿Qué le sugiere el libro objeto cuando lo tiene entre las manos?
–Es la primera sensación que tuve antes de pensar que un día podría dedicarme a escribir. Me veo ahora mismo de chaval, con quince años, sentado en un bordillo no sé dónde. Es una imagen real, no es soñada. Tenía un libro en las manos, lo estaba manoseando y pensé que algún día me gustaría escribir un libro, hacer un libro. No pensaba tanto en las páginas escritas como lo que era ese objeto maravilloso que tenía en las manos. Esa sensación la tengo muy fuerte, muy perenne en la memoria.
–¿Qué papel ha jugado Castellón, la Comunitat Valenciana, en su obra?
–Todo. Estoy diciendo que la vida no es más que el nudo de sensaciones de la infancia y los cinco sentidos, pues la mía es Castellón. Es La Plana, la playa de Moncofa por donde anduve a gatas. Mis primeras sensaciones son del mar, y de eso uno ya no se recupera.
–«La vida es el tiempo que se ha posado sobre todos los objetos que nos rodean y también sobre nuestros sueños», afirma en la novela, ¿la vida emociona o decepciona?
–Bueno, hay de todo. La vida es un baile, lo dijo alguien que no recuerdo, entre dos silencios.Es un caos, una fiesta surrealista entre dos largos silencios. Alguien te empuja a la pista y tienes que bailar. Después te mueres y llega otra vez el silencio de donde venías. Pues este baile, unas veces es maravilloso y otras muy desagradable. Ahora, tal como está la vida, tal como discurre la Historia en este tiempo, está todo hecho para que media humanidad esté sentada mirando cómo la otra media hace el idiota en la pista de baile.
–Ha dicho que aquella euforia por la libertad en los tiempos de la Transición, cuando usted era comentarista parlamentario, ya no existe. ¿La hemos sustituido por algo mejor o estamos cavando un agujero negro?
–Estamos peor. Antes íbamos hacia un horizonte azul, libertad, democracia. Todos empujábamos en la misma dirección para sacar la carreta de la dictadura. Ahora estamos cerrando un compás. Vemos que el horizonte se está cerrando. Ya no sabemos quién manda, dónde están los verdaderos poderes.Ante no saber nada, hay una especie de violencia en el aire que uno lo está respirando. Y después hay un demente y empuña una pistola y te pega un tiro.
–También recuerda en la última historia que ha publicado las revistas de humor como 'La Codorniz', 'Hermano Lobo', 'El Jueves', 'Por favor', y afirma que la gente suele «cambiar de humor cada cuatro años». ¿Ni siquiera para reírnos somos capaces de ser coherentes?
–No, creo que la gente cambia de humor, se ríe de cosas distintas cada cuatro años. Siempre ha habido revistas de este género que duraron un tiempo. 'La Codorniz' duró más, pero ya no era la de verdad. Luego vino 'Hermano Lobo' y las otras. Hoy hay revistas, pero creo que el humor es colectivo. No estoy muy metido en esto de la redes, no tengo Whatsapp, pero a veces me enseñan memes que son como chistes, dibujos, con una imaginación extraordinaria. Ahora mismo creo que hay una 'Codorniz' o un 'Hermano Lobo' universal en el que participa gente con un ingenio increíble que mete en la red pequeñas historias apabullantes de humor. También es verdad que está lleno de basura. De vez en cuando hay cosas maravillosas.
–Otro momento histórico que aparece en las páginas de la novela son las barricadas de 1968. ¿Estaban todos los que han dicho que estaban?
–No, no, no. Yo tengo la sensación de que me quedé solo en Madrid. ¿Dónde está toda la gente? Y estaban todos en París.Mentalmente es verdad que allí estaban todos. Yo también, pero sólo mentalmente. Otros decían que habían ido a París de verdad. Eso son sueños de una noche de verano.
–Si digo 88 años, ¿qué es, qué me responde?
–Pues, una cosa impúdica.
–¿Impúdica?
–(Ríe) La vejez es, bueno, depende de cómo se mire. Si lo aceptas, el postre siempre suele ser lo más dulce y siempre se toma al final. Yo estoy en el flan de la casa.
–¿Lo acepta bien, bueno, no se espera otra cosa no?
–No me queda otra solución. Aparte de que creo de verdad que a partir de los 75 la gente ya no cumple años, sino salud o enfermedad; proyectos o nada. Ahora, si tienes ochenta años, tienes una salud apropiada y proyectos, pues eres joven. Si tienes treinta años, no te comes un rosco y no tienes porvenir y encima estás enfermos, pues eres un desgraciado.
–¿Se puede superar la muerte de un hijo?
–No, a mi edad, no. Absolutamente, no.
–¿Cómo ve Valencia como espacio cultural?
–Valencia para mí es maravillosa. Estoy siempre a favor de la ciudad, lo haga bien o lo haga mal, es un amor a primera y última vista. Valencia es todo, es mi vida.
–Muchas gracias. Me ha encantado la novela.
–Gracias a ti.
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