José Luis Benlloch
Lunes, 8 de mayo 2023, 02:15
Tarde de toros en Bocairent. Una gozada. No es Madrid ni Sevilla ni Valencia, pero tiene su encanto. Mucho. Hay que entenderla, eso sí. No se pongan quisquillosos ni exigentes ni suban su seriedad a rango del siete ni quieran sentar cátedra. Entren, siéntense, acepten que las rodillas del vecino invadan su asiento y que al de más allá le chiflen las banderillas o aplauda con frenesí caigan los garapullos donde caigan, que al fin y al cabo todo es toro, o que el director de la banda ataque un pasodoble con escasa oportunidad, pero han de entender que si han ido a tocar quieran tocar y que se les escuche. Pues dicho lo dicho, a mí me gustan los toros en Bocairent y en plazas semejantes, aunque no crean que hay muchas con el sabor y la categoría del coso de la Serreta que ayer a más a más de todas las características mentadas vivió una tarde de toros muy torera y por ende muy interesante. Morante se guardó las ínfulas de estrella si es que las tiene, se adaptó al ambiente y bordó el toreo; Aguado le hizo un homenaje a su Sevilla del alma en el quinto; y el joven Bruno Gimeno se desató en modo tormenta juvenil e hizo de todo, bueno, menos bueno y de lo otro para delirio de sus partidarios.
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Todo transcurrió en un ambiente de gran acontecimiento. Llenazo en la plaza, llenazo en los restaurantes, en los aparcamientos, en los bares, ambientazo de fiesta mayor que ya vendrán los días de curro y preocupación. Había motivos para el disfrute y la celebración. Morante había elegido Bocairent para volver a vestir de luces tras el suceso de Sevilla y los ojos del planeta toro se volvieron hacia la singular plaza de la sierra Mariola, plaza de piedra y larga historia, sabidos son sus orígenes como solución social en tiempos de crisis –cuando hubo que dar trabajo a la gente de la tierra, decidieron construir una plaza que ahí sigue para orgullo de la comarca– y escenario de sueños futuros, nadie olvida que por su ruedo, chico, acogedor y duro a la vez –en el que toro y público están muy encima– han desfilado a lo largo de ciento cincuenta años de existencia todos los chicos de la tierra y de más allá que aspiraban a la gloria.
En estas ocasiones no puede faltar un buen prólogo musical, que como es lógico corrió a cargo de la banda de Bocairent. ¡Esa composición! gritó un vecino de localidad que había llegado de las tierras de María Santísima siguiendo la estela de Morante y sonó el Pan y toros. No faltó detalle. El despeje de plaza contó con un jinete en brioso castaño, un españolazo de justa doma que permitió que su jinete recogiese en su ala ancha la llave de toriles en que le lanzaron desde el palco que preside un alto relieve del gran Vicente Pallardó. Fue el presagio de lo que se avecinaba.
Se obligó a Morante a salir al tercio, agradecimiento por su presencia ¡por estar aquí, por haber venido! El maestro que vestía un verde manzana y azabache que había lucido en la misma Sevilla la tarde que bordó el toreo con un sobrero de Garcigrande, quedó definitivamente comprometido. Su primero, regordío y sosaina, de viaje corto, nobleza larga y ninguna clase, no se quiso sumar a la fiesta pese a la exquisita insistencia del sevillano, que fue ovacionado tras dejarlo a disposición de las mulillas. En su segundo llegó el desiderátum. Fue toro más cuajado al que le dieron fuerte para disgusto general.
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José Luis Benlloch
Luego lo toreó como se torea de salón los que saben torear de salón, que no todos están al loro. Morante le hizo faena creativa, templada, creciente, los naturales finales de frente fueron pura fantasía. Luego desempolvó una giraldilla de lo más garbosa ligada con un molinete, seguido de otro de la firma, un trincherazo monumental y el desplante… Y a partir de ahí un sombrero que vuela y la plaza en llamas. Morante desatado, el público desatado. Si me apuran sin toro, sin solemnidades, desnudo de protocolos y formulismos decidió matarlo recibiendo a sabiendas de que no estaba para ello, pero le salió del alma y lo hizo. Un metisaca de lo más feo le dejó compuesto y sin el rabo que estaban dispuestos a darle porque no iban a ser menos y además se lo había ganado. La vuelta al ruedo fue una apoteosis, Ramos de laurel, de romero, naranjas, rosas, puros, abanicos, sombreros, chaquetas y un ¡Morante, te quiero! General.
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Aguado, que vistió de marino y oro, se encontró de primeras con un toro desfondado al que le aplicó mimo y seda a ver si crecía, pero no lo consiguió. Luego vino una demora estoqueadora y del conjunto solo quedó el recuerdo de un bonito galleo por chicuelinas.
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Colorado, de abundante romana, recogida cuerna y gran clase fue su segundo que, como sus hermanos, lució el hierro de Núñez del Cuvillo. Hizo el toro excelente pelea en varas y llegó al último tercio bravo y humillador. Aguado tardó en centrarse con el toro y con las dimensiones del ruedo, pero valió la pena la espera. El toreo zurdo lo interpretó pausado y a la altura de la embestida excelsa de su oponente. Relajo y compás, Sevilla en Bocairent, una maravilla. Lo que se le pide a un artista. Mal con la espada. Diría que lo hizo como matan los artistas. No le importó en exceso a la parroquia que, embelesada con su toreo, pidió con fuerza los trofeos hasta conseguirlo, dos orejas y todos justamente felices.
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Bruno Gimeno, alumno de la escuela de Valencia, alternó con los maestros a los que brindó su primer novillo. Se enfrentó a dos excelentes novillos de Torrealta y se mostró en ambos muy dispuesto, es torero en agraz pero ilusionante. Hizo de todo, bueno, menos bueno y de lo otro entre el entusiasmo general. Tormenta sin bridas, un sunami de ilusiones en el que hay que confiar. Toreó de capa, banderilleó, cuajó pases y más, y pese a matar mal cortó oreja en los dos.
Un excelente encierro de Alcurrucén posibilitó una tarde de lo más ilusionante en Casas Ibáñez. Fue el novillero de Algemesí, Nek Romero, quien salió triunfador tras mostrarse como un torero con personalidad, practicando un toreo reposado y de clase. A su primero, un novillo noble y de embestida franca, le cuajó un trasteo por ambos pitones en el que sobresalió el temple. Con el sexto, un ejemplar más terciadito, con mucha bondad en la embestida, volvió a demostrar los quilates de su toreo, tanto en lo fundamental como en los adornos. Si en su primero pinchó antes de agarrar una estocada y hacer uso del descabello, en el que cerró plaza acertó dejando una estocada algo tendida que precisó igualmente del descabello al primer golpe.
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