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CESAR COCA
Sábado, 12 de noviembre 2016, 20:59
No tengo futuro,/ sé que mis días están contados./ El presente no es agradable,/ hay muchas cosas que hacer./ Pensé que me quedaría el pasado/ pero la oscuridad también se adueñó de él». En 'Oscuridad', una de las canciones de 'Old ideas', un Leonard Cohen de 77 años hacía esa amarga reflexión. Una más de las muchas que jalonaron su carrera poética y musical. Kelley Lynch, representante, amiga y amante ocasional, lo había dejado en la ruina. Durante años había ido sacando dinero de sus cuentas hasta acabar con un patrimonio de más de cinco millones de dólares con el que el músico pensaba aliviar su vejez.
«¡Oh no!... El mejor de los mejores, esto es espantoso»
Sin un dólar y dolorido por la traición de una de las mujeres que amó, el viejo Cohen volvió a los escenarios y a la sala de grabación. A comienzos de octubre, días antes de presentar el que ya es su último y definitivo álbum ('You want it darker', de nuevo una dosis de oscuridad), aseguró que estaba «preparado para morir». El artista que hizo del pesimismo un arte desapareció de escena el pasado lunes, pero hasta ayer sus allegados no comunicaron al mundo la noticia. La voz áspera y susurrante que nos habló del hombre de la vieja gabardina azul, de Marianne Ihlen y su amor en Grecia, de Janis Joplin y su triste y desesperado encuentro sexual, ha enmudecido.
«Gracias por las noches tranquilas, la reflexión y las sonrisas irónicas»
La biografía de Cohen es una sucesión de destellos en medio de la noche. Nacido en Montreal el 21 de septiembre de 1934, en el seno de una familia judía de clase media, quedó pronto huérfano de padre. Esa pérdida marcará su carácter: la tristeza se instalará en su vida y no la abandonará jamás. Pronto se interesó por la poesía. A los quince años era un enamorado de la obra de Lorca -después pondría a su primera hija ese nombre- y en esa misma época empezó a aprender a tocar la guitarra con un muchacho español que conoció en un parque. Al recibir el premio Príncipe de Asturias, recordaría que el día que iba a tomar la cuarte clase se enteró de que su joven maestro se había suicidado. Más tarde, estudió en la Universidad de Columbia (Nueva York), una experiencia frustrante. «Me sentenciaron a veinte años de aburrimiento/ por intentar cambiar el sistema desde dentro», cantaría en 'I'm your man' quizá pensando en aquello.
Amor inconstante
Con poco más de veinte años había publicado varios libros de poesía muy bien acogidos por la crítica, pero enseguida vio que había más futuro en la música. Su primer álbum contiene una de las canciones más bellas jamás escritas: 'Suzanne': «Tú has tocado su cuerpo perfecto con tu mente», repite. Parece que su relación con Suzanne Verdal no tuvo un componente sexual. No fue así lo que sucedió con Marianne Jensen («Nos encontrarmos cuando éramos casi jóvenes», cantaba en 'So long, Marianne), a la que conoció en la isla griega de Hydra. Hace un par de años, cuando ella agonizaba, Cohen le escribió una carta: «Hemos llegado a este tiempo en que somos tan viejos que nuestros cuerpos se caen a pedazos; pienso que te seguiré muy pronto».
«La música de ningún otro artista sonó como la de él»
Marianne fue una de las mujeres más importantes de una larga lista que revela la inconstancia del artista: «Todo el mundo sabe que has sido fiel/ más o menos una noche o dos», cantaba. En su biografía están, además de las ya citadas, Rebecca de Mornay, Kelley Lynch, Nico... y Janis Joplin. Lo suyo se limitó a una sola noche en el hotel Chelsea de Nueva York. Él había quedado con Brigitte Bardot y ella, con Kris Kristofferson, pero ambos acabaron en la habitación 415: «Te recuerdo claramente en el Chelsea Hotel,/ hablabas tan segura y dulcemente/ mamándomela sobre una cama deshecha, mientras en la calle te esperaba la limusina (...) Eso es todo, no pienso en ti muy a menudo».
Durante años, su vida acumuló éxitos y períodos de depresión, drogas y experiencias místicas, peleas con los productores (con el inefable Phil Spector tuvo una notable) y admiración rendida de muchos artistas que versionaban sus canciones y las hacían aún más famosas. Su voz cada vez más rota y su manera de decir más que de cantar son los atributos del icono. Hasta que rompe con todo, se despide de Rebecca de Mornay tras una relación de trece años y se retira a un monasterio de Los Ángeles, donde es rebautizado como Jikan. Más tarde se instalará en Bombay, recuperando una espiritualidad que había perdido entre el éxito y la adicción a los antidepresivos. La traición de Lynch lo hace volver. Durante los años en que ha estado alejado de los escenarios, la moda musical ha sufrido una gran transformación. Pero eso no iba con él. Lo había escrito mucho antes: «Me dieron algo de dinero/ por mi famosa y triste canción./ Me dijeron: 'La multitud está esperando,/ apresúrate o se habrán marchado'./ Pero no podía cambiar mi estilo/ y supongo que nunca podré».
«Sus canciones y poemas me acompañarán siempre»
Los conciertos de sus últimos años se convierten en un homenaje en vida al artista. Largas actuaciones, a veces de hasta tres horas, que minan su salud. En más de una ocasión, su figura -pelo muy corto, traje oscuro, sombrero, zapatos de charol- se quiebra. Pero no cede. «No me conoces./ Yo estoy feliz con el otoño,/ las hojas, las faldas rojas,/ todo en movimiento». Y ha ido a morir en el otoño cálido de Los Ángeles, tras haberse despedido de sus amores y haberse disculpado por el dolor causado: «Sé que no puedes perdonarme,/ pero perdóname de todos modos», imploraba en 'Old ideas'.
Cuando presentó su último disco ironizó diciendo que esperaba a los periodistas en próximas ocasiones porque pensaba vivir 120 años. Todos habían visto su debilidad, la extrema delgadez de su cuerpo y la mirada perdida y sin brillo. Como Bowie, tuvo el tiempo justo de despedirse con un disco que ahora es ya un testamento. Lo había presentido muchos años antes, en uno de sus poemas: «El sueño es una noche,/ pero eterno es el beso».
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