Princess Nokia durante su actuación en el FIB de 2018. TXEMA RODRÍGUEZ

Abuso, opacidad, inseguridad, excesos... la cara oculta de los festivales de música

El libro 'Macrofestivales, el agujero negro de la música' reflexiona sobre la cara B de la festivalización del litoral valenciano, aborda el modelo de negocio del FIB, alerta del riesgo de que accidentes como el que sucedió en el Medusa puedan repetirse y ofrece datos inéditos, como el caché de un millón para Karol G del cancelado Diversity

Carmen Velasco

Valencia

Martes, 16 de mayo 2023, 01:37

El tiempo que usted dedique a leer este reportaje es quizá el mismo que destina cualquier persona a comprar un abono para uno de los festivales de música del verano. Con el pase se ilusionará por ver en directo a uno de sus grupos favoritos ... y no se detendrá en pensar en la masificación del recinto de conciertos, en las colas para el baño, en el elevado precio de la cerveza, en la prohibición de entrar bebida o comida propia, en la pulsera monedero -que ofrece al detalle los datos de consumo del usuario-, en el cambio de última hora del cabeza de cartel, en la modificación de la ubicación de los conciertos... Todo esto sucede y «se nos olvida cuando encienden los focos del escenario y quedamos cegados por las bandas que tanto nos gusta», afirma Nando Cruz, autor de 'Macrofestivales, el agujero negro de los festivales'. El libro, de Ediciones Península, desgrana la opacidad entre las promotoras y las administraciones, los abusos que soportan los usuarios, los excesos económicos de la organización, la inseguridad, la precariedad laboral... El volumen detalla, en definitiva, la cara oculta de los festivales de música.

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«A veces parece que el mundo está fatal y la música es ajena a las malas prácticas, pero los festivales no son un oasis», sostiene Cruz en una entrevista con LAS PROVINCIAS. «El fenómeno ha crecido a tal velocidad que quizá la Administración no ha tenido tiempo de regular y marcar unas pautas», asegura el autor y periodista musical, quien señala en su obra «la festivalización del litoral» valenciano.

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¿Qué cuenta 'Macrofestivales, el agujero negro de la música' de los festivales de la Comunitat? El autor se detiene en ellos con precisión. «Karol G cobraba un millón en el festival Diversity Valencia«, desvela Cruz en el libro. Esta cita musical se canceló a los 10 días de su celebración. «El Diversity fue el caso extremo de indefensión del público», afirma en la conversación con este periódico. «La impunidad de los festivales en un país donde ni la ley ni la Adminsitración parecen querer tomar cartas en el asunto está llegando a límites esperténticos», según el libro.

«El chantaje y la amenaza son parte esencial del diálogo entre festivales y Adminsitraciones», escribe Cruz, quien desliza en su ensayo que «también hay quien establece vínculos estrechos entre el auge de los festivales de música y los pelotazos urbanísticos. Y en esa hipótesis, la costa levantina, tan dada a lo uno como a lo otro, es un buen caso de estudio». Cruz se detiene en el SanSan que nació en Gandia con el popular Arturo Torró en la alcadía, cuya relación generó «irregularidades administrativas encubiertas o propiciadas desde el mismo consistorio»; y en el Medusa Sunbeach Festival de Cullera, donde recuerda en la página 108 que el alcalde socialista Jordi Mayor es primo de Andreu Piqueras, responsable del Medusa y exconcejal del PP.

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Nando Cruz no obvia en el libro el accidente del pasado verano en el Medusa cuando la caída de parte del escenario acabó con la vida de un asistente. «La crisis climática acentuará la presencia de fenómenos climáticos adversos en el litoral», explica. Alerta del riesgo: «Si cada verano hay fenómenos y cada verano hay festivales, hay números para que sucedan accidentes como el del Medusa». «Como mínimo», continúa, «hay que tener en cuenta más medidas de seguridad», afirma.

Un capítulo para el FIB

¿Y el FIB? «Desde su primera edición de 1995 ha pasado tiempo suficiente para dilucidar si el FIB ha transforamdo el paisaje cultural de la ciudad en algún sentido. Y tres décadas después, la semilla del FIB es imperceptible. Difícilemnte podemo hablar de una escena activa y relevante en esta ciudad de casi veinte mil habitantes. No hay grupos benicenses que hayan trascendido más allá de la provincia», escribe Cruz en 'Macrofestivales', donde recoge que el Ayuntamiento de Benicàssim, continúa, «aportaba 200.000 euros al festival, un importe que iría creciendo a partir de 2003». «Las administraciones están dando alegremente subvenciones a estos macroeventos cuando lo están negando a proyectos musicales de menor tamaño pero que pueden ser más útiles a la ciudadanía durante el resto de temporadas», afirma a LAS PROVINCIAS.

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En el capítulo del FIB, el periodista catalán recoge el «último anuncio» sobre el futuro del recinto de la localidad castellonse que acoge los macroconciertos estivales. Se trata de «un presupuesto de 1,5 millones de euros aportados por el área de turismo de la Generalitat Valenciana para convertirlo en una sede de festivales inteligentes donde la tecnología permita mejorar la movilidad del público, reducir residuos y minimizar el impacto acústico de los conciertos. El grueso del parné deberá llegar en 2024».

El FIB no ha escapado a la concertración empresarial. Superstruct, un fondo de inversión internacional, «compró por 120 millones de euros The Music Republic», la empresa de los hermanos David y Antonio Sánchez. Esta firma explota una decena de festivales en España y participará en la gestión del Roig Arena.

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Al final de 'Macrofestivales, el agujero negro de la música', el autor aborda la necesidad de festivales sostenibles, inteligentes y fértiles porque «hay síntomas de agotamiento y ganas de cambio». «El público es cada vez más crítico, el vecindario está cada vez más organizado y los artistas reclaman respeto de forma cada vez más visible. También algunas instituciones empiezan a mostrar su preocupación ante el desbocado crecimiento de los festivales».

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