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Nada sucede ahora mismo en el panorama musical español en el que no tenga un protagonismo principal Arde Bogotá. Los cartageneros reventaron el FIB en la jornada de apertura del mejor festival de España, o al menos, el de más solera. Antonio García y el resto de la banda, puro rock a pesar de lo que pontifiquen los seguidores del indie –Arde Bogotá lo ha dejado muy claro–, llenaron el escenario principal, donde miles de personas jalearon a los nuevos ídolos. Se han llevado todos los premios este año, como un ciclón. Todos apuntan que se lo merecen, al menos, por ser otra cosa después de tantos grupos y canciones que sudan colonia.
No faltó ningún tema, con La Salvación como himno, tras un disco –Cowboys de la A-3– que les ha llevado quizá donde no pensaban llegar en los tiempos de pandemia con temas como Cariño o Exoplaneta, que hoy se corean como si fueran temazos de toda la vida.
Arde Bogotá salió al escenario pasadas las nueve de la noche, después de que The Libertines abriera la edición de este año con un concierto más calmado de lo esperado. La banda de Peter Doherty, de nuevo junta tras idas y venidas, ha aparcado celos, egos y drogas para comportarse como lo que ya empiezan a ser, señores mayores.
Menos público del esperado en The Libertines. Quizá por el calor, o por las horas, las siete de la tarde. Una cita tempranera en una tarde en la que la Nacional 340 era un tapón considerable de coches cargados de festivaleros. Hay cosas por mejorar o hay cosas que importante poco mientras se haya pagado la entrada, que no son nada baratas.
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Doherty, el nuevo Doherty, apareció de tal manera que daba calor solo verlo. La camisa, a chorros, mientras le daba a la guitarra en una composición algo anárquica. Bajo, en primera línea, británicos a la parrilla, muchos de ellos con camisetas de sus clubes de fútbol y bien pertrechados de cubalitros de cerveza a 12 euros la unidad.
Tras The Libertines, empezaron a sonar los acordes en los escenarios secundarios, donde también hay vida. Por ejemplo, con Carlos Sadness y su guitarra, que se han convertido en carne de festivales, de relleno o secundarios, pero tienen su público.
Sadness sonaba mientras Arde Bogotá llenaba y en el otro, actuaba Peace casi como si fuera una reunión de amigos del colegio. En el escenario principal, Antonio García y sus compañeros fueron gasolina, incendiaron el FIB y contagiaron su vigor entre el pública.
La canción de Los Perros, elegida la mejor del año, fue adrenalina pura, de la misma manera que Que vida tan dura o los propios Cowboys de la A-3. Ser los mejores, o por lo menos estas ahí, provoca que el público coree el repertorio entero. No son pasajeros de festival.
En un par de años también han cambiado la estética, otro rollo, más alejado del vídeo de la patinadora de Cariño. Allí empezaban y seguro que no había estilistas, porque ahora, la fama obliga a cuidar la imagen, a eso pantalones con vuelo, leopardo y fulares. Y camisetas de tirantes, con ese look abanderado que se han convertido en imagen de marca para bajos y guitarras.
El FIBapostó fuerte en esta edición, todo al primer día, donde la entrada individual era la más cara. Un antes y un después de Arde Bogotà que llenaba mientras la gente corría tras peregrinar y hacer colas por esos bancales de Dios que hay que atravesar hasta llegar al recinto del FIB de Benicàssim.
Nadie puede negar que esto no es lo mismo que antes. Las organizaciones cambian, las visiones y los modos, y ahora, ir a un festival cuesta mucha pasta. Entrar y consumir pero sirve, como se ha visto al presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, para promocionar la Comunitat Valenciana y para ganar seguidores en TikTok.
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