José luis Benlloch
Sábado, 25 de septiembre 2021, 23:39
Abril ha llegado por San Miguel y el toreo bulle en Sevilla donde los aficionados han entronizado un nuevo ídolo que añadir a sus devociones. El gran Chicuelo, Pepe Luis, su hermano Manolo, Curro, Morante, Manzanares… y ahora Ortega, Juan, sin olvidar a Pablo ... Aguado al que una lesión le ha apartado de este momento de exaltación sevillana. No es gratuito ni capricho de la tierra, este Ortega nacido en Triana torea con los pulsos dormidos y los pies aplomados; milita en la hondura del trazo curvilíneo y parece tener miel en los goznes de las muñecas. Lo hace todo con una finura inaudita, sin atropello. Los más reacios dicen que hay que esperar para la santificación definitiva y es verdad, en el toreo los ídolos no se establecen de un día para otro pero en el peor de los casos, sí es seguro ya que en la memoria de los aficionados quedarán dos tardes, de momento dos, en la sanmiguelada de la pandemia, en las que un tal Ortega, al que habían descubierto lejos de la Giralda, sublimó la verónica y no les digo nada de las medias enroscadas hasta el belmontismo más radical, elevó a toreo fundamental la chicuelina galleada y paró los pulsos con un toreo de mimo y oro, macizo naturalmente, de cánones en carne viva… Y ahora si hay que esperar se espera, con mucho gusto, será un tiempo gozoso y expectante, no en balde alumbramientos así se producen de uvas a peras. El caso es que a este Ortega le han bastado dos tardes para incendiar todas las pasiones y hasta los celos y recelos, de bandos partidistas que ya se adivinan, en una Sevilla que de tanto en tanto, y ya toca, alumbra toreros para la adoración.
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La tarde se había programado como un canto a Hispalis, tres sevillanos tres y la ganadería, Juan Pedro Domecq hacía cuatro. Al final, para que la fiesta fuese completa faltó Aguado, lesionado, y sobraron los juanpedros, menguados de casta y bravura. Para la ocasión Sevilla se vistió de Sevilla para celebrar su toreo. Fue un banquete de sevillanismo celebrado con gran alborozo por los sevillanos y por los no sevillanos que son quienes mayormente llenan la Maestranza. ¡No quiero pensar que sería de los toros en Sevilla sin el aluvión de aficionados que llegado abril y ahora San Miguel, procesionan como hizo aquel Antoñito el Camborio de Lorca, a Sevilla a ver los toros. Vienen de Francia, de Méjico, de Venezuela, de Colombia, del mundo entero, gente de moneda abundante, eso se nota en los llenos de los restaurantes caros carísimos, y naturalmente llegan/llegamos de todos los rincones de España, incluidos los territorios digamos apache donde lo tienen prohibido, de tal manera que no te puedes extrañar si en el paseo Colón te saludan con un bona tarda.
Se viene a paladear el toreo el estilo sevillano que también hay una forma de ver toros al estilo de Serva la Bari. Se viste uno/una con las mejores galas; ellos, los más, chaqueta y corbata, normalmente en tonos pastel, ellas ropajes vistosos y favorecedores, no iban a hacer lo contrario, y una vez en la plaza gustan de sentar cátedra, asienten o niegan con una firmeza que no admite réplica, recortan la fonética de los oles con tal precisión que logran que los de Sevilla no se parezcan a ningún otro y los más entendidos suelen emitir un bieeeen muy extendido para acompañar aquellos compases de faena que nacen prometiendo glorias inmediatas que naturalmente no garantiza que lleguen y si no gustas te aplican el desden más cruel. Todo sucede en el gran escenario de la Maestranza, el más mágico, el de las mayores leyendas.
Ni que decir que la plaza se llenó según los máximos que permiten las normas sanitarias para mayor gloria de la comodidad y dolor del empresario, y que más plaza que hubiese habido más se hubiese llenado. En el ruedo hubo el punto de competencia que no debe perderse en el toreo, en este caso entre el que está y el que llega y el que está, ese Morante barroco y gallista, defendió su trono como no suele ser habitual entre los de su género. No se puede olvidar que quien manda en Sevilla es él. No lo hace manu militari, pero su manu artística tiene agarrado por los sentimientos a sevillanos, sevillanistas y aficionados en general sin distinción de credos ni ideologías. No tuvo suerte, sufrió una juanpedrada en toda la frente y aún así hizo su toreo como su santo privilegio le da a entender y en los momentos álgidos del joven/nuevo competidor le dio réplica con unas verónicas arrebujadas, lentas y seguidamente con unas chicuelinas con los aromas de quien las inventó. Así que a pesar de la oposición flácida de los juanpedros se fue de la plaza con el trono intacto, a la espera de que pase el mal fario que existir existe, que se lo digan a él al que tanto le persigue en su Sevilla. ¡Ay, el día que le embista un toro por derecho en la Maestranza! Hay rey para rato, al fin y al cabo no se recuerda artista más largo ni con más agallas que él.
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Todo eso sucedió sin apenas toros y a la espera de que se sume a la fiesta un Pablo Aguado que está en condiciones de ofrecer otra versión del mejor sevillanismo para alcanzar lo nunca visto, un duelo entre artistas, tres nada menos. Lo mejor es que ese movimiento incendia el toreo cuando más se necesita. ¡Uf!
Posdata. La feria tiene otro gran triunfador en versión más aguerrida, más sólida, más armada, Emilio de Justo, cortó dos orejas a los victorinos, de las que me temo que no estén a la altura de los del arte y que pudieron y debieron ser tres. Para mi que le condicionó el origen, llega a ser sevillano y…
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