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Paco Ureña toreando a su segundo toro, un sobrero de Montalvo, al que cortó una oreja. TXEMA RODRÍGUEZ
Paco Ureña hace el milagro en la plaza: de la insurrección a la gloria

Paco Ureña hace el milagro en la plaza: de la insurrección a la gloria

El murciano corta una oreja que debieron ser dos tras una faena cumbre en la Feria de Fallas. Lo mejor llegó sobre la izquierda, la mano que conecta con el corazón

Jueves, 16 de marzo 2023, 00:10

La incomparable imprevisibilidad del toreo. Que nadie eche cuentas, ni se atreva con los pronósticos y ya no digo con las profecías. Solo conducen al fracaso. A que te tapen la boca. No había quien diese un duro por la tarde, quinta de feria, fresca, ... de escaso ambiente y poco glamur, que visto lo visto tampoco hace falta a la hora de promover milagros. La primera parte se había desangrado por la esquina más vulnerable de la Fiesta, el voluntarismo, la vulgaridad, el cardiograma plano… y en el toreo si no hay emoción no hay vida y no la había. Tampoco mucha pasión en la torería, tres faenas corrientes incapaces de quitarnos el frío. O eras paisano o te arrebujabas en los asientos, ese era el ambiente cuando saltó el cuarto a la arena, de Juan Pedro Domecq, que sigue sin suerte en esta plaza, colorado, de correcta presentación, flojo de fuerzas y fofo de carácter, argumento que aunque tarde convenció al presidente para mandarlo de nuevo a corrales -¿para qué esperar tanto, para qué cabrear al respetable con esas demoras…?-. Cumplido el trámite, el presidente mandó que saliese el primer sobrero, otro colorado, este de Montalvo, al que la puya o el golpe contra la plaza montada o lo que fuese lo dejó descoordinado, en realidad inválido, así que el usía, esta vez con premura, hizo flamear de nuevo el pañuelo verde y el montalvo volvió a corrales tras una perfecta estrategia de la parada de cabestros que para entonces ya habían calentado motores y exhibían una coordinación perfecta a la hora de arroparle. La plaza echaba humo de puro disgusto, no los calmaban ni las piruetas de los cabestros que siempre provocan alborozo. Nada serenaba el ambiente, todos en postura de acritud total en lo que suponía un volver a empezar tras un ambiente hostil y de claro disgusto.

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