¿Qué pintan los valencianos?
Futuros artistas ·
La Plaza de la Virgen, los Jardines de Monforte, la Catedral... los estudiantes de Bellas Artes aprenden al aire libre como hicieron antes Sorolla y Peris BrellSecciones
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La Plaza de la Virgen, los Jardines de Monforte, la Catedral... los estudiantes de Bellas Artes aprenden al aire libre como hicieron antes Sorolla y Peris BrellLa calle del Conde Trénor rebosa normalidad un martes por la tarde. Los viandantes andan de acá para allá atareados, los coches transitan veloces y el sol refulge casi como en los días de verano. Todo transcurre como es habitual un martes normal y corriente. ... Todo menos algo que llama bastante la atención de quien pasa por delante. Apeados a la barandilla de piedra de los Jardines del Turia, un grupillo de jóvenes bosqueja los primeros rasgos de un Museo de Bellas Artes pintado al óleo. Son los estudiantes de Paisaje del Grado de Bellas Artes de la UPV.
Todos se concentran en su trabajo. No es nada fácil para ellos, porque el Museo de Bellas Artes no se puede pintar sin obviar su imponente arquitectura de porte barroco, y no tienen por costumbre respetar demasiado la arquitectura de lo que pintan.
Pedro Esteban, el profesor, ronda a los alumnos aconsejándoles usar este u otro color para aquella sombra, este u otro trazo para aquella forma. «Primero debes identificar las líneas básicas del edificio», le dice a una alumna. Pedro lleva muchos años impartiendo esta asignatura, y siempre saca a sus alumnos a pintar la vida, que no los monumentos, porque su objetivo no es que pinten un retrato lo más realista posible de la cúpula del museo. La idea es que capten el efecto del movimiento, tal y como hacía Sorolla en sus 'Marinas' al óleo.
Es precisamente Sorolla (y también Ignacio Pinazo y Cecilio Pla) alrededor de quienes Pedro vertebra sus clases. «Manchas y trazos ligeros. Busca el color de aquí, la energía del momento», explica a otro alumno mientras observa de cerca su obra recién empezada.
Parece más fácil de lo que realmente es. Deben tener mil cosas en cuenta y plasmarlas con un solo trazo. La mayor dificultad está en sintetizarlo todo a través de líneas y manchas. Todo es plasmable con líneas y manchas, aunque parezca imposible.
Y bueno, un detalle adicional: tienen que acabar su obra en tres horas, ni más ni menos. Algunos alumnos comentan que es la asignatura más difícil de toda la carrera. Pero lo cierto es que las notas suelen ser bastante buenas. Ha de ser así porque es un trabajo muy agradecido.Nada de sesiones magistrales o monólogos recalcitrantes. Aquí le dan al pincel al sol, entre compañeros y con las mejores vistas de Valencia como telón de fondo.
Es curioso, porque la mayoría estamos habituados a que, en los estudios, el quid de la cuestión sea el mismo para todos: desde despejar la X en matemáticas hasta identificar la figura retórica en literatura. Sin embargo, para ellos no. La práctica en cuestión tiene tantas dificultades como alumnos hay presentes. Para Xantal es el cielo, que de tan radiante y azul que está, no hace más que estorbar, porque si lo pinta lucirá como un pegote monocromático. Para Elena es el encaje. Claro, en una tabla pequeña no cabe todo lo que alcanza a ver nuestra vista panorámica. Hay que acotar. Para Victoria es la falta de sombras. Hay demasiada luz, así que falta contraste. Y para Yimeng, como si fuera una metáfora de la vida misma, lo más difícil es prescindir, escoger qué elementos son los más importantes y descartar los que no le hacen falta.
Dos días después, los alumnos (o mejor dicho, las alumnas, porque son mujeres en su inmensa mayoría) despliegan sus bártulos en la Plaza de la Virgen. Los artistas son lo que Pedro Esteban denomina como «aprovechacionistas». De tal forma es así que una aclara sus pinceles en un bote de lentejas, otra mezcla pigmentos en un pedazo de papel de plata y de entre las bolsas y mochilas asoman trapos manchados con pintura reseca de todos los colores posibles. Son aprovechacionistas por naturaleza, hasta el punto en que una chica, Elena se llama, está pintando diferentes obras en un mismo cuadro reciclado. A veces la gente deja obras abandonadas por la facultad. En la que ella ha rescatado, antes había un gato de esos que no tienen pelo, y ahora están los Jardines de Monforte, el Museo de Bellas Artes y los primeros esbozos de la Plaza de la Virgen, con el felino debajo, perdiendo espacio por momentos.
Es viernes por la tarde, y esta es una de las plazas más transitadas de la ciudad. La normalidad del martes anterior se ve remplazada por el bullicio constante y la alegría invisible que a cualquier lugar le otorga el hecho de que sea viernes. Un torero desaliñado canta un que viva España mientras extiende la mano requiriendo la voluntad de los viandantes. Dos tipos vestidos de época imprimen fotos al momento para la gente con una cámara moderna que intenta emular a las de antes. Un grupo de extranjeros (la plaza está abarrotada de ellos) disfruta de una jarra de agua de Valencia en uno de esos bares carísimos que tienen los menús impresos en cuatro idiomas.
Todos estos detalles de la gente que viene y va cobran ahora importancia para el alumnado, porque el objetivo de hoy es plasmar ese bullicio lo mejor posible. No de una forma, digamos, fotográfica o realista; sino más bien como lo hacía el pintor valenciano Julio Peris Brell: con pinceladas fluidas y sueltas, sin ir al detalle. Igual que en esos cuadros en los que si te acercas demasiado no ves nada, pero si te alejas descubres un formidable paisaje.
La Basílica de los Desamparados, la Catedral y la Fuente del Turia solo serán un esbozo casi secundario, de forma que la obra no se descompense. Pedro Esteban no quiere que se centren en la arquitectura. Tampoco quiere que plasmen a las personas de forma anatómica, sino más bien como manchas ligeras en el lienzo. Personas despersonalizadas, otra metáfora, fíjate tú.
Las dificultades hoy son distintas. Para Rania lo más difícil es definir a las personas así, mediante manchas. Yimeng dice que como el fondo debe estar difuminado, le cuesta hacer las líneas de los edificios de forma que se vean ligeras. Valentina hace fotos con el móvil y luego se basa en ellas para pintar. Dice que prefiere disponer de cuerpos reales como referencia.
Un chico pinta mientras fuma un pitillo de liar. A ratos lo sostiene entre los labios, a ratos entre los dedos de su mano izquierda. Parece que el cigarro sea un incordio porque a veces necesita las dos manos para trabajar, pero explica que dar una calada le sirve para parar un momento y planear mentalmente la siguiente pincelada. Pedro, el profesor, sonríe al escucharle y hace referencia a una frase del escritor Josep Pla que le viene al pelo: «Fumo tanto porque cuando escribo, mientras lío el pitillo, pienso el adjetivo adecuado para la frase que tengo entre manos».
El sol vespertino va apoderándose de la plaza, transformando su luz y sus sombras y, por ende, dificultando la labor de los alumnos de Paisaje del Grado de Bellas Artes. Una semana más tarde plantarán su lienzo en la Plaza de la Almoina, y después lo harán en los Tinglados del Puerto. Así hasta que culmine su asignatura y, por fin, hayan interiorizado cómo se pinta la ciudad de Valencia.
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