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Arriba, el Palau de la Música y la Banda Municipal de Valencia. Abajo, el teatro Principal y la Nave Ribes, un escenario temporal del Escalante. LP
Los farolillos rojos de la cultura en Valencia

Los farolillos rojos de la cultura en Valencia

Instituciones artísticas a reflotar | Los nuevos gestores tras el cambio político deberán afrontar el ocaso del Palau de la Música, la falta de sede para el Escalante y la escasa relevancia del Principal

Carmen Velasco

Valencia

Domingo, 11 de junio 2023, 01:04

Valencia rezuma efervescencia cultural en todas las disciplinas artísticas. Artistas veteranos y creadores emergentes contribuyen a hacer de Valencia una ciudad mejor. El talento de sus profesionales es reconocido dentro y fuera de la Comunitat. La política cultural debe ser un aliada para el sector y, como en algunos profesionales apuntan 'sotto voce', si la Administración no da facilidades al menos que no genere problemas.

En los últimos años las administraciones públicas han estado al lado del sector, por ejemplo, con las ayudas durante la pandemia. Se arrimó el hombro para posibilitar la supervivencia de teatros, salas de conciertos, librerías, etcétera; pero no siempre han demostrado una gestión resolutiva. Es el caso del Palau de la Música de Valencia. La principal entidad cultural del Ayuntamiento ha perdido abonados, prestigio cultural y relevancia social en la última legislatura

Que el auditorio municipal necesitaba obras de mantenimiento fue evidente con la caída del primer techo, en la sala Iturbi en noviembre de 2018. Se reparó como se pudo y los conciertos continuaron en meses sucesivos. En junio de 2019 los desprendimientos se registraron en la sala Rodrigo. Estos desperfectos marcaron un punto de inflexión: se cerró el Palau de la Música. Y el edificio continúa con el cerrojazo: reabrirá en octubre de 2023, tras cuatro años sin uso.

Cuando la reforma concluya, el Palau estará adaptado al siglo XXI, como anunció Glòria Tello, la presidenta de la institución musical, en la rueda de prensa de julio de 2019 en la que dio cuenta de las obras. El Ayuntamiento, bajo cuya gestión la Banda Municipal de Valencia vivió su peor momento (protestas, huelga y malestar), priorizó el edificio a costa de sacrificar la programación (trasladándola a diversos escenarios, como Les Arts, la Rambleta, el Almudín y el teatro Principal, entre otros); algo que no sucedió con la caída de trencadís en Les Arts. En el caso del coliseo operístico las obras no afectaron a la programación en el edificio salvo un par de cancelaciones. Como consecuencia del cierre del Palau de la Música se ha registrado una fuga de abonados sin precedentes: en la temporada 2021-2022 se situaron en 622.

El alcance de la errática gestión de la institución municipal, que sitúa a su director, Vicent Ros en el punto de mira, supuso una merma de beneficios económicos: al no disponer de edificio, el Palau no puede alquilar las salas para congresos, reuniones y conciertos externos.

Otro farolillo rojo a nivel municipal fue la Mutant, que cumplió ocho años el pasado abril. Los inicios de los proyectos artísticos son esenciales para mostrar ambición, colonizar el territorio y echar raíces. Ocho años es tiempo suficiente para consolidar un teatro, dotarlo de identidad propia y generar un público fiel. No ha sucedido así con la Mutant, un espacio con infinitas posibilidades tanto por el edificio en sí como por la cercanía a la Marina y la Ciudad de las Artes, zonas en expansión que se prestan a la efervescencia cultural.

Desde su creación, la sala de las Naves, que nació con el nombre de Espai Mutant, ha dado cuenta de sus posibilidades (llegó a figurar al año de su inauguración entre las instituciones mejor valoradas en el Observatorio de la Cultura de la Fundación Contemporánea) y de sus notables tropiezos, como los 16 meses de cierre por la reparación de los daños en el escenario por una inundación y la sucesión de programadores. El presente de la Mutant, ahora con Tatiana Clavel al frente, está por despuntar.

Cuando el equipo del Rialto tomó la banda de mando, la banda municipal de Valencia no era una institución conflictiva. Durante la última legislatura se convirtió en un nido de problemas que empezaron con la salida de Fernando Bonete como director y se acrecentó con Rafael Sanz-Espert al frente. Una veintena de protestas en la plaza del Ayuntamiento, en los jardines del Palau y en la pasarela de Les Arts no evitaron la primera huelga de la formación, que rechaza ser absorbida por el Palau de la Música sino continuar dependiendo del Ayuntamiento.

El próximo gobierno municipal tendrá que aclarar qué va a pasar con los cinco nuevos centros culturales que aún no han entrado en funcionamiento, es decir, si continúa en marcha el expediente para de su externalización o se paraliza la adjudicación, como hizo Ribó con el Teatro El Musical cuando tomó la vara de mando. El nuevo equipo local deberá tomar una posición respecto a la importancia del diseño: en el aire está la continuidad del Consell del Disseny, que dependía de Alcaldía, y la re-instalación del Ágora del Diseño en la Marina.

Los futuros gobernantes deberán demostrar altura de miras para mantener las propuestas culturales que han resultado productivas para la ciudad en los últimos años, mejorar las que resultaron fallidas e impulsar (o tumbar) aquellas que aún no han tomado forma, como el Museo del Mediterráneo en la Casa dels Bous del Cabanyal. A nivel de Generalitat, el equipo de Carlos Mazón deberá despejar el futuro de la Nave de Sagunto, que se compró en 2018, aún no se ha acondicionado y carece de proyecto artístico, y de la Ciudad de la Luz de Alicante.

Este chequeo a lo bien hecho y a lo malogrado debería hacerse en la Diputación de Valencia, aunque esta administración no cambie de signo político. Las dos últimas legislaturas han resultado letales para el teatro Escalante, cuya programación deambula desde octubre de 2016. Fue hace casi siete años que se quedó sin sede, el edificio de la calle Landerer, 5, y sigue sin escenario habitual.

En julio de 2021, la Diputación anunció que el Escalante se emplazaría en un solar cercano a la Avenida de les Corts Valencianes. Se levantaría un edificio de nueva planta para el proyecto escénico. Si en 2023 no se licitan y adjudican las obras para la construcción del teatro, se incumplirá la enésima promesa sobre el Escalante. La programación, eso sí, deambula ahora por Parc Central y el Principal.

Capítulo aparte merece el teatro Principal. Su irrelevancia dentro de la oferta escénica de Valencia se ha agudizado en los últimos años. El escenario de la calle de las Barcas no es el principal teatro de ciudad. No lo es ni en programación ni en público ni en apreciación social. Es un contenedor más que adolece de una errática programación consecuencia de las servidumbres institucionales. Igual alberga conciertos de la Orquesta de Valencia o espectáculos del Escalante que programa actuaciones que manan de la dirección de Música Popular de la Institut Valencià de Cultura o ejerce de sede de festivales ya sea de cine. Este amplio abanico de contenido no sería cuestionado si hubiera una programación escénica regular y de calidad a cargo del IVC, que no es el caso.

El Principal, cuya propietaria es la Diputación, tiene casi todo a favor para ganarse el aval del público: ubicación céntrica, escenario reconocido por la ciudadanía y gran aforo. Pero falla en la esencia. Ser un espacio compartido entre Diputación, Conselleria y Ayuntamiento no ha sido beneficioso para generar un identidad al Principal. Ahora se abre una legislatura en la que, además, se deberá limar las diferencias de los partidos en el gobierno (Diputación, en manos del PSPV y Generalitat, en el PP).

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