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José Luis Benlloch
Valencia
Domingo, 23 de marzo 2025, 08:11
Las Fallas 2025 ya tienen su relato taurino. Se contará y se cantará la esperanza de un alumbramiento, justificado júbilo en el que Valencia aparece de nuevo como rampa de lanzamiento, el de El Mene, sin olvidar a Aarón; hubo una lección de liderazgo incontestable, la dictó Roca Rey, así exige una figura y así responde una figura con el bueno y con el deslucido, en la taquilla y en el ruedo; se hablará de la contundente rebelión en el ruedo de Tomás Rufo, exigiendo paso con dos excelentes faenas; se ha podido elegir entre modelos de bravura muy diferentes, la del toro de Victoriano del Río, Frenoso se llamaba, que lució junto a Roca, y la del santacolomeño Famoso, que tanto exigió a Román, dicho de otra forma entre la dulzura licorosa de una buena mistela y el golpe fuerte de un vino añejo (rancio le llamamos por aquí) de mi querido Utiel, en realidad bravura que nunca se debe perder de vista frente a la degeneración.
Hubo emociones por la vía más académica, aquellas verónicas de Luque a su primer juampedro (a la postre el único juampedro que dio juego) son difícilmente mejorables y hubo emociones intravenosas por la vía de la angustia pura y dura, como el zarandeo eterno y cruel que llevó a Borja Jiménez al precipicio que separa la vida de la muerte, cuestión que, por muy dura que se antoje, habita en la propia esencia del toreo de tal manera que existe ese albur vital o el toreo no necesitaría de los esfuerzos de ningún ministro para chapar. Y hubo toreo de la mejor plata, a destacar los pares de Juan Carlos Rey, Fernando Sánchez, Antonio Chacón, Iván García… (bregas de relieve hubo menos) y sobre todo el toreo, sí, toreo, del valenciano Puchano a caballo, este fue oro puro, que revalorizó el papel de los picadores, claro que para eso debe haber motivos/toros para picar.
Esa sería, en el relato fallero, la parte positiva que a buen seguro quedará en la memoria de los aficionados, pero también hubo, cómo no, quien jugó en el bando contrario. Comenzando por la climatología, frío y agua, elementos que frenaron la asistencia general, condenaron dos buenos carteles, desnaturalizaron el ambiente propio de una tarde de toros y hasta pusieron en solfa la infraestructura y los medios que deben estar previstos para contingencias así en una plaza de primera que abre sus puertas en días climatológicamente tan arriesgados.
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Otro elemento de distorsión, ya crónico, fue la actuación de la autoridad empeñada en un intervencionismo disruptivo frente a la sapiencia e intereses de los propios ganaderos que en Valencia ven descabalados sistemáticamente su trabajo y sus planteamientos, cuando son los primeros en saber lo que debe salir al ruedo y los más interesados en el éxito. Al fin y al cabo, los que se juegan prestigio e intereses son ellos. Y no es que la autoridad no tenga que velar por la presentación de los toros a lidiar, que esa es su obligación y eso pedimos, lo que no tienen que hacer es convertir su control en una especie de lotería sin criterio. Y suceder, sucede. Basta con repasar los toros que han saltado al ruedo, algunos por debajo de los mínimos exigibles, los que se han quedado atrás con mejor condición o los muchos feos y desproporcionados, ajenos a la personalidad de la plaza, que se han lidiado. Pasa un año y otro y la dirección sigue tan ufana de su tarea. Aceptando que nadie está libre del error no estaría bien que ese despropósito fuese producto del engreimiento o de la soberbia autoritaria, que a veces lo parece, ni tampoco de una postura festiva de la autoridad. En el caso de los funcionarios públicos estaría especialmente mal. Sí hubo acierto general en las valoraciones desde el palco.
Hubo más nombres en el relato de la feria que sería injusto olvidar. En el campo novilleril, Aarón Palacio dejó constancia de la solidez de su proyecto, torero de pies firmes y buenas maneras, buen gallo capaz de hacerle frente a su colega y paisano El Mene. Tampoco se puede olvidar la serena torería que mostró Juan Alberto Torrijos ni el vitalismo de Simón Andreu a los que se debe sumar la buena puesta en escena de Marco Pérez, del que se ha dicho tanto que se han cargado el factor sorpresa y hace que le examinen con rigor y el sevillanismo de Zulueta, un cuadro novilleril que estuvo a la altura que se esperaba.
De entre los matadores no se puede pasar por alto el esfuerzo de Román, que estoqueó seis toros y acabó abriendo la puerta grande. El resto de espadas no pasaron de una buena y no muy brillante disposición.
Y en el campo ganadero hay que poner en valor el conjunto de la corrida de La Quinta, seria y encastada (alguno de los toros que fue aplaudido de salida había sido previamente rechazado por la autoridad como ejemplo de lo dicho párrafos atrás); Victoriano del Río soltó tres toros de categoría que ya supone mucha nota; la de Jandilla la descabalaron en corrales y aun así soltó dos buenos toros; en la tarde de Juan Pedro la calidad de un toro no disimuló la decepción general y fue excelente por presentación y juego la novillada de Fuente Ymbro.
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Josemi Benítez
Jon Garay y Gonzalo de las Heras (gráficos)
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