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Román, durante su faena a Escondido.

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Román, durante su faena a Escondido. Jesús Signes

Román y Escondido firman la gesta de la feria

La bravura de los dos protagonistas creó momentos de una emoción indescriptible | Los toros de Santiago Domecq vinieron a salvar el honor de una feria que languidecía peligrosamente

Domingo, 21 de julio 2024

Vida a cambio de bravura. Gloria en el ruedo. Derecho de pervivencia. Ejemplo de generosidad. Ese fue el resumen de la tarde, que efectivamente debe hablar de generosidad y animalismo. Eran las diez cuarenta y cinco de la tarde-noche y a Román se lo llevaban en volandas por la puerta grande a los gritos de ¡torero, torero, torero! Era la ceremonia final de su entronización en el olimpo del toreo valenciano. El primer torero de la tierra que había conseguido indultar un toro en la capital. Un centenar de metros más allá, en lo más hondo del corazón de la plaza, el veterinario Julio Fernández que había venido acompañado a los toros de Santiago Domecq, algo se barruntaba el ganadero que podía pasar, curaba las heridas de guerra de Escondido. Eran los dos protagonistas de la gesta de la feria y seguramente de la temporada, se habían encontrado verdad frente a verdad y los dos dieron lo mejor de sí, bravura frente a bravura, los dos fueron bravos a más no poder. Toro y torero en un pulso sin límites se batieron con franqueza, atacaba Escondido y le esperaba Román a pie firme; le retaba Román y respondía Escondido pronto y alegre. Dos titanes a pecho descubierto ante un tendido justamente enloquecido. No me pregunten por los cánones, ni por estéticas, ni por alturas ni distancias, era el toreo en carne viva, lo que surgía, lo que se improvisaba, la emoción desbocada como fruto de una entrega sin límites, en realidad esencia torera. Y lo dicho, que luego cada cual le imprima su personalidad. Generosidad de uno y otro y del público también, que rápidamente lo vio y vibraba a cada galopada del toro, a cada reunión de toro y torero.

La faena fue larga, lo necesario para comprobar la verdad del toro y convencer al presidente Luis Maicas que ayer mantuvo la serenidad y el criterio perfecto para indultar a Escondido y para aguantar en la plaza pese a las protestas de impacientes y predeterminados, al toro segundo que pese a alguna claudicación en los primeros tercios, acabó yéndose arriba y embistiendo por abajo con una clase excelsa, ritmo, templanza, largura… cualidades que no tuvo en misma medida Escondido que lo suplía, todo eso y más, con carácter y emoción. La bravura también tiene estilos.

Sucedió en el momento justo, a punto de que los crupieres de los entre bastidores dijeran no va más y declarasen la Feria de Julio zona catastrófica de imposible recuperación. La sequía era preocupante, así que era ayer o no era y llovió, no fue agua bendita como habrán adivinado a estas alturas de la crónica, fue bravura y emoción.

Román sale a hombros de la plaza. Jesús Signes

Estaba escrito desde el principio, el público acogió a los lidiadores en cuanto asomaron en la puerta de cuadrillas con una atronadora ovación que se reprodujo al romperse la formación. Emotivo y preocupante para los clásicos que no gustan de esas ceremonias, pero los malos mengues no tenían cabida en la tarde que acabaría siendo definitivamente gloriosa y oportuna. Apareció el primer toro de la tarde y la plaza se llenó de toro, de casta, que es elemento imprescindible para darle importancia al toreo, no era más grande ni más cornalón que otros, era serio, cuajado, musculado, armónico y como consecuencia de todo ello imponía, que es la obligación de los toros. O imponen o se los meriendan. A ese le dieron en varas para ir pasando a cambio de un tumbo y aun así imponía. Buen toro, ya lo creo, desde los charcos de sangre que dejaba a pie parado salía embistiendo con una seriedad que sabía a toro-toro. Tanto le dieron que acabó acusándolo, aunque no disimulando su categoría. Le siguió el toro segundo, Capitán de nombre, castaño, menos toro, protestado de salida, con muchos pidiendo su devolución ¡lo que nos hubiésemos perdido! si el usía no hubiese tenido el criterio y el carácter de darle un voto de confianza. Se lo dió, felizmente, y fue tocar a banderillas y el tal Capitán se creció con orgullo, era el milagro de la bravura, hay muchas clases de bravura, se afianzó y embistió con la categoría necesaria para que viésemos la mejor versión de Román en Valencia. Faena de muleta arrastrada y pulso firme. El valenciano vaciaba la embestida, giraba sobre los talones y dejaba colocada la muleta adelante y abajo para ligar el siguiente. Un nuevo Román que incluyó unas roblesinas finales que acabaron de enloquecer al respetable. Luego lo mató como siempre, digamos que regular y lo que hubiese supuesto abrir la puerta grande desde el principio tuvo que esperar al siguiente, al desde ya mismo legendario Escondido. El resto de los toros estuvieron en una línea de normalidad si entramos en comparaciones, sin ser imposibles tuvieron sus inconvenientes, con dos últimos más deslucidos, pero para entonces la corrida de Santiago Domecq ya era una gran corrida con sitio en la leyenda de la plaza.

La faena de Román a Escondido fue una tormenta que debe ir más allá del verano. Algo así como una ciclogénesis explosiva como dicen ahora los meteorólogos. Ataque, truenos, rayos y centellas, la muleta puesta, las gargantas extenuadas, la gente en pie, era la cumbre vital y artística del rubio de Benimaclet. El fruto de la constancia que borra definitivamente la imagen de chico ingenuo y rebelde. Este Román es definitivamente torero de cuerpo entero a punto para las grandes batallas.

Ureña no tuvo suerte en el reparto de los toros. No se escondió y atacó con fe. No fue su mejor tarde, sobre todo por la dichosa ciclogénesis explosiva que todo lo barrió. Y acabo, gloria a la bravura, al toreo, a la generosidad, desde ayer Desconocido se encarama a la galería de glorias bravas de Valencia, Gitanito de Torrestrella, Harinero de Fuente Ymbro, Pasmoso de Garcigrande fueron los antecedentes en la historia de la plaza y ahora Escondido de Santiago Domecq. Mientras Román celebraba su gesta, en realidad su mayoría de edad torera.

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