Sacristán, Marzoa y Mayorga

Comienza con la llegada de Susana (estupenda y tierna Zaira Montes) a la casa de una pareja que busca un legatario de su colección artística como heredero. Debe someterse a unas pruebas para comprobar su idoneidad. A partir de ahí se despliega el misterio y lo metafísico donde lo oculto y lo oscuro se visibilizan. Ignacio Jiménez completa el reparto: buen criado fundamental para el desenlace.

Mayorga ha sabido realzar sus diálogos hondos e inteligentes con la calidad de la escenografía de Alessio Meloni, una sala, caverna platónica, con cajas oscuras apiladas, aparentemente desordenadas, con un fondo de templete gótico, el suspense del sonido de Jaume Manresa y la servicial iluminación de Juan Gómez Cornejo.

Una de las obras maestras de Juan Mayorga, que solo se debilita en algún momento reiterativo. El esfuerzo exigido al espectador recupera la grandeza del teatro. Sosiego y zozobra para unos tiempos donde la verdad no importa. Ni las partes: solo el todo.