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Marcos Campos se ha convertido en el cocinero de la Comunitat más joven en ganar una estrella Michelin en EE UU. La prestigiosa guía ha señalado su trabajo al frente de Porto, un restaurante de comida gallega en la ciudad de Chicago en el que todo se cocina a leña y que abrió sus puertas en 2019. «Aún seguimos un poco en 'shock' por la noticia. Después de un año tan complicado para el mundo de la gastronomía, este es un empujón para seguir adelante», cuenta Campos desde la ciudad norteamericana, donde desarrolla una cocina «atlántica», como la califica él, pero en la que no puede dejar de lado sus toques mediterráneos. No en vano, el joven de 28 años ha apostado por instaurar cada domingo una iniciativa que se llama 'Casa de Campos' (un juego de palabras con su apellido) en el que cada semana cocina una fideuà para llevar al salón de su restaurante la tradicional comida familiar de domingo tan popular en España. «Las hacemos de carabineros, de mar y montaña... Dependiendo de lo que podamos encontrar en el mercado. Ahora, con todo lo de la pandemia, es más difícil hallar determinados productos», narra el chef nacido en la localidad de Torrent.
Michelin ha destacado el trabajo de un cocinero que llegó a Chicago en 2013 y que forma parte de un grupo empresarial con distintos locales, entre ellos, Mama Delia, donde sí se cocinan paellas «con su pollo y conejo y su 'batxoqueta' y arroces negros». Pero en Porto, el pescado y el marisco son las estrellas principales de la carta. «No ha sido fácil. Chicago es la tierra del filete con patatas fritas. Era un riesgo pero también una oportunidad. Parece que hemos acertado», asegura entre risas mientras afirma que apostar por la gastronomía gallega se debe a su socio y a su pareja, naturales de esta autonomía.
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El chef valenciano no ha sido ajeno a la pandemia. Pero la crisis no pudo con sus ganas de alimentar. Junto a un equipo reducido, se dedicó a cocinar para los más necesitados durante los meses que Porto estuvo cerrado. Se dieron cuenta, además, de que los sanitarios también se habían ganado un plato de comida caliente. «Estaban al límite, trabajaban casi 90 horas a la semana. Se merecían una sopa o unas lentejas al terminar su larga jornada», cuenta el chef.
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