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El relato de Elena Meléndez: 'Volver a verse'

El relato de Elena Meléndez: 'Volver a verse'

OTOÑO LITERARIO ·

Observa su reflejo y se fija en las dos líneas finas que parten sus mejillas. Se ve la piel mate y gruesa, parece otra persona

ELENA MELÉNDEZ

Viernes, 26 de noviembre 2021

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Ana espera sentada en uno de los rincones más próximos a la ventana. Duda entre quedarse allí o cambiarse a una de las mesas del centro, alejada de ese escaparate. Estira del bajo del vestido. Se había puesto un pantalón ancho, pero le vino a la cabeza que a él le gustan, o le gustaban, sus piernas.

En diez minutos tendría que llegar Diego, pero lo hará dentro de veinte o de treinta. «Discúlpame Anita». Él es así. Ha pensado que cuando aparezca por la puerta hará como que no lo ha visto para que él se acerque. Prefiere no tener que saludar con la mano de lejos o, peor aún, ponerse de pie mientras él camina. Ha aumentado algunas tallas desde la última vez que se vieron hace tres años.

Mira el móvil de manera mecánica por si Diego ha escrito para cancelar. Abre por enésima vez el mail, el WhatsApp y el correo de Instagram, siempre por ese orden. Aún no sabe como se atrevió a escribirle. Usó su cumpleaños como excusa para saber de él, aunque inspecciona al detalle todo lo que él publica en redes sociales.

¿Cómo va todo?, le dirá. o ¿qué tal, Diego?, o ¿cómo estás?. Le gustaría sonar despreocupada, como si no hubiera estado recreando mentalmente esa cita de manera obsesiva desde hace semanas. Quizá no tenga que empezar ella la conversación. Lo más seguro es que Diego se ponga a hablar y le de detalles de su trabajo en la multinacional suiza, su casa en esa urbanización con vigilancia 24 horas, sus hijos guapos, sus logros en el golf. Con suerte no le pregunte a ella donde trabaja ahora, aunque ya tiene pensada la respuesta. Lo más probable es que tampoco se interese en si tiene pareja o está contenta con su vida. Mejor. Tiene poco que contar y pocas ganas de inventar.

Libera con disimulo la tira del tanga negro de encaje que se le ha incrustado en la cintura. Al moverse le llega del interior de su escote una ráfaga de J'Adore, la fragancia que a él le quitaba la cabeza y que solo se ponía cuando quedaban. Siente remordimientos por haberse gastado casi doscientos euros en el perfume, la ropa interior, la peluquería y la manicura.

Observa su reflejo en la cucharilla y se fija en las dos líneas finas que parten sus mejillas y que ha intentado disimular con maquillaje. Se ve la piel mate y gruesa, parece otra persona. Hola Diego, dice en voz baja, Diego, repite y teme que no le salga la voz cuando él llegue. Se humedece los labios. Piensa en como sonaba su nombre en los labios de él. «Ana» ahora le parece una palabra minúscula, igual que se sintió la última vez que se vieron, insignificante e incorrecta.

«Ana la enana», se burlaban sus hermanas cuando era una niña. Al crecer dejaron de hacer el chiste, pero el eco de sus risas todavía resonaba en sus oídos.

Se levanta para cambiarse de mesa pero, al pasar por la barra, paga el café, sale a la calle y camina de vuelta a casa.

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