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La vida dobla otra bisagra para que empecemos a devorar un nuevo año. Este es par, bisiesto y muy redondo: 2020. Para los que amamos el deporte, 2020 no es el centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós ni el 250 de la llegada al mundo de Ludwig van Beethoven. 2020 no es otra cosa que un año olímpico. Así que este año solo será una larga espera hasta que arda el pebetero del estadio olímpico de Tokio.
Se espera mucho de Tokio. Y no solo en el plano deportivo. Se sospecha que serán unos Juegos donde la tecnología marcará un hito, donde todo será perfecto y minucioso, unos Juegos con honor.
Quiero creer que la sociedad avanza. Que si un país se cuestiona si está bien llamar nazi a un nazi a grito pelado en un campo de fútbol, eso significa que ese país es más respetuoso, más cabal. O que si un país vibra con su equipo de balonmano femenino es un país más inclusivo. Sin necesidad de que nos fuercen a serlo. Porque para ser más justos en los asuntos de género, la solución, para mí, no es crear una carrera en la que los hombres tengan prohibido correr. Para mí, la clave es que el hombre vaya a ver a la mujer hacer deporte. Y que el periodista cuente sus proezas por eso, por ser proezas. O éxitos. No que una mujer salga en la prensa por ser mujer. Para mí eso es un retroceso.
Atrás dejamos 2019, que, en realidad, no era sino el vecino pobre del año olímpico. Pero que me dejó grandes momentos deportivos. Como un Maratón de Valencia convertido en un monumento. O el documental que me permitió conocer, y sufrir, al detalle la ascensión de Alex Honnold al Gran Capitán en menos de cuatro horas sin más ayuda que sus manos de hierro y unos pies de gato. O mi visita al Ultra Trail Mont-Blanc, la gran carrera de montaña en el mundo, donde vi al español Pau Capell dar la vuelta al coloso alpino en menos de un día y a otro puñado de españoles hacerlo pasando dos noches a la intemperie.
Otro año en el que, para mí, seguir corriendo es la constatación de que sigo vivo, de que sigo siendo joven a pesar de las canas y los dolores por todas partes. Correr es huir hacia adelante y muchísimos días pienso a qué edad dejaré de hacerlo. Llevo 35 años calzándome las zapatillas sin otra pretensión que buscar un camino y pasar de caminar al trote. Y aunque el espejo diga que soy un señor mayor, mis piernas me siguen impulsando alegres con el brío de un joven. Así que no hay mejor manera de elevar mi autoestima que seguir corriendo. Siempre. Mientras pueda y mis piernas aguanten, correré. Porque soy, antes que muchas otras cosas, corredor.
Correr me define. Como me define ver en el deporte un campo amplísimo e inabarcable donde otros solo ven fútbol.
Kilian Jornet, que no tiene nada que envidiarle en el deporte a los más grandes, ya se llamen Rafa Nadal o Pau Gasol, escribía hace un par de días que las redes sociales permiten ampliar el conocimiento de las grandes gestas deportivas. Y él, el hombre que corre por las cumbres, recuerda algunas de la última década (aunque esta no concluya hasta que pase el año olímpico). Y empieza recordando la angustiosa ascensión de Honnold al Gran Capitán. O la carrera de Eliud Kipchoge, el corredor casi imbatible, en el Prater vienés con todo a favor para que un hombre, él, pudiera correr la distancia de un maratón en menos de dos horas, popularizando, de paso, su disciplina. O la subida de Ueli Steck por la cara sur del Annapurna. O Adam Ondra llevando la escalada a una nueva dimensión con su gesta en Silence, el primer 9c de la historia. O Camille Herron, quien no necesita la 'cortesía' de la prensa ni de la sociedad para tener un papel relevante en el deporte. Se lo gana ella con su grandeza, como lo es batir el récord mundial de distancia recorrida en 24 horas (270,116 kilómetros) y, de paso, reducir la diferencia, al menos en estas pruebas de larga duración, con los mejores hombres. Camille no solo valora su fortaleza, su capacidad de superación, su aproximación a los récords masculinos, también resalta otros aspectos más mundanos. «Soy una persona feliz. Todas las fotos de la carrera me muestran sonriendo. Adoro correr», explicó después de lograr esa plusmarca. Porque qué sentido tiene, y es relativamente común, dejarse la vida en algo que te hace sufrir, que te hace infeliz.
Sed felices. Y corred.
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