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Un joven aficionado del Leicester posa delante de un mural del artista Richard Wilson con el rostro de Ranieri.
FÚTBOL

El milagro de Claudio

Ranieri logra la mayor gesta de la historia de la Premier con 64 años

FERNANDO MIÑANA

Jueves, 5 de mayo 2016, 21:25

Un vídeo ha cambiado, como nadie podía imaginarse, la historia del fútbol inglés. La mayor gesta de la Premier empezó con una absurda grabación en Tailandia, donde tres jóvenes e irrespetuosos futbolistas inmortalizaron con sus teléfonos móviles el momento en el que insultaban y vejaban a tres chicas tailandesas. Aquello trascendió y cuando se supo que uno de aquellos tres jugadores era James Pearson, el hijo del entrenador del Leicester, el propietario del club, el también tailandés Vichai Srivaddhanaprabha, un empresario que se hizo millonario con los duty free de los aeropuertos de media Asia, se vio obligado a despedir a un apreciado Nigel Pearson.

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Mientras aquello sucedía, Claudio Ranieri (Roma, 1951) vio interrumpidas sus vacaciones en Italia cuando le llamó su representante, Steve Kutner, y le dijo que el Leicester, un equipo que acababa de salvar la categoría con apuros, podría estar interesado en ficharle. Pero no estaban convencidos y les citaron en Londres. En aquella reunión, Ranieri desplegó todo su encanto, ese que embelesaba a los periodistas de España (entrenó al Valencia y al Atlético de Madrid) e Inglaterra, y se ganó un contrato. Antes de estampar su firma, añadieron un par de cláusulas que sonaban a chiste: el técnico cobraría 100.000 libras (unos 126.000 euros) por cada puesto por encima del 17 en que lograra dejar al equipo y, además, otros cinco millones de libras (6,3 millones de euros) si ganaba la liga. Aquello era tan improbable que las casas de apuestas pagaban 5.000 a 1 un triunfo del Leicester. Vamos, que era más difícil que deletrear el apellido del dueño del club.

Lo que sigue ya es de todos conocido. El Leicester logró su primer título de campeón en 132 años de historia con un presupuesto de risa. Su once titular no cuesta ni 30 millones de euros, menos que muchas de las estrellas de la Premier. Y el paradigma de su humildad es el goleador Jamie Vardy, un delantero que llegó a pasar por el calabozo, que llevaba una tobillera para tenerlo localizado constantemente y que hace cinco años trabajaba de 7 de la mañana a 16.30 horas en una fábrica antes de irse a entrenar con un equipo de regional.

Todo el mundo asocia tamaño milagro a Claudio Ranieri, un dicharachero entrenador sexagenario (el 20 de octubre cumplirá 65 años, en edad de jubilarse), que llegó a esta pequeña ciudad de 300.000 habitantes de las East Midlands con fama de fracasar en los grandes clubes y triunfar en los pequeños o medianos, como se apresuró a recordarle el deslenguado Mourinho cuando le sustituyó en el Chelsea. «Es viejo y no ha ganado nada», le despreció.

Una Copa con el Valencia

Claudio, casado con la doctora Rosanna Ranieri, es el hijo de un carnicero del Testaccio, un antiguo barrio industrial que ahora está de moda entre los romanos a orillas del río Tíber. Sus hermanos se decantaron por los cuchillos y él, por el fútbol. El mítico Helenio Herrera le hizo debutar, con el Roma, en la serie A. Empezó como delantero y acabó como defensa.

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Luego inició una carrera como entrenador que ya alcanza los 30 años. Debutó con el Cagliari, al que encumbró desde la C1 hasta la máxima categoría. Más tarde vinieron el Nápoles post Maradona y el Fiorentina, al que también devolvió a la élite. Su primera salida de Italia fue a Valencia, donde dejó una huella profunda desde el día que el presidente, Paco Roig, le presentó como Claudio Rinaldi. En cada rueda de prensa se aseguraba un hueco en los telediarios. Un día apodaba a Cañizares como «el dragón»; otro le ponía al rumano Adrian Ilie el mote de 'la cobra' -«si te pica, te mata»-, y otro abría lo ojos y arqueaba las cejas cuando un periodista le informaba de que Romario se había acostado a las cuatro de la mañana -«Quattro de la mattina? È vero?»-. Tenía salidas para todo y frases sorprendentes: «Si mi abuela tuviera cojones, sería mi abuelo».

El entrenador se despidió de Mestalla dejando una Copa del Rey y una Supercopa. En Madrid no fue tan divertido. Eran los tiempos de Jesús Gil y el Atleti estaba intervenido judicialmente. Aún recuerda que se marchó antes de convertirse en el primer técnico destituido por un juez.

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Llegaron más clubes (Chelsea, Parma, Juventus, Inter y Mónaco) y hasta un traumático paso por el banquillo de la selección de Grecia, donde duró cuatro partidos: un empate y tres derrotas, la última, sonrojante, ante Islas Feroe.

Aquello escoció y le costó el puesto, pero le dejó libre para fichar por el Leicester y hacer historia entre los inventores del balompié. Aunque el lunes, el día que podían ganar el título (el Leicester había jugado el domingo y tenía que esperar el resultado de su perseguidor, el Tottenham, que 'pinchó' anteayer) él estaba en un avión mientras se decidía su suerte. Regresaba de Italia: había preferido ir a visitar a su madre, de 96 años, y comer con ella que quedarse en Inglaterra festejando un hito del fútbol. Con 64 años todo se ve distinto.

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