Escrito está que el modernísimo metro de Doha es una obra de ingeniería impresionante y que permite llegar gratis a cualquier lugar relacionado con el ... Mundial. Menuda suerte, pensamos en su día. Pero la realidad es otra. El metro es fantástico, sí, pero de proporciones gigantescas. Hay pasillos kilométricos e infinitos tramos de escaleras mecánicas que te van subiendo y bajando a voluntad por el subsuelo catarí. Cuando se sale a cielo abierto, lo suyo es que aún haya que darse una buena pateada para llegar al lugar deseado. Por eso Doha puede ser un sueño para los adeptos al reto de los 10.000 pasos diarios, pero no es la panacea para llegar rápido a los sitios.
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En demasiadas ocasiones el coche sigue siendo la mejor opción para llegar a los sitios. Ocurre también con la Qatar University, donde España ha instalado su cuartel general. Hay una parada de metro con ese nombre, sí, pero queda a 2,2 kilómetros de la entrada de acceso. Y el calor no ayuda, la verdad...
Uber es el gran aliado, pero también tiene sus problemas. El viaje hasta allí es cómodo, con vistas por la ventanilla de la postal que propone el 'skyline' de Doha, pero una vez se accede al complejo puede llegar a convertirse en una odisea. Aún toca pasar un par de controles (no ponen pegas sin llevas la acreditación) y darse la media vuelta otro par de veces al encontrar que la carretera por donde te lleva el navegador está cortada. Uno se plantea si de verdad hay forma humana de llegar al campo de entrenamiento.
Al acabar el trabajo diario con la selección aún hay que afrontar el reto de llegar de vuelta al hotel. Toca pedir otro Uber. Acepta el viaje Sajid, que está a solo seis minutos. Bien. En mitad de la noche, junto a una rotonda, uno se queda mirando la pantallita del móvil y cruza los dedos para que el cochecito que se mueve por el mapa no se detenga. No hay suerte. Sajid para en un cruce durante unos minutos y vuelve sobre sus pasos. La aplicación marca ahora nueve minutos hasta su llegada. El nuevo camino también da problemas y Sajid manda un mensaje: «Entry not allowed». Al poco, cancela el viaje. Probamos una segunda vez. Acepta el viaje Muhammad, que asume las mismas dificultades que su compañero. Ambos están intentando acceder al complejo desde el norte, y por ahí no hay manera.
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El cochecito da vueltas y más vueltas por un mapa que es ya un laberinto. Esta vez somos nosotros los que decidimos poner fin a su tortura. A la tercera va la vencida. Foster acepta el viaje y viene por el sur. Hay esperanza. Está solo a cinco minutos, pero ya no nos fiamos. El cochecito vuela esta vez, nada le detiene, y Foster llega en un santiamén. Le preguntamos en inglés si le ha costado llegar y niega con la cabeza con una firmeza que nos sorprende. Para mañana habremos aprendido la lección.
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