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Pablo César Aimar jugó la pasada noche su último partido. Lo hizo con Estudiantes de Río Cuarto, junto a su hermano Andrés y con las lágrimas de su padre en la grada por ver un sueño cumplido. Testigo de excepción fue Marcelo Bielsa, ese entrenador distinto a lo que es un entrenador.
Aimar terminó donde todo empezó. Así lo quiso, por lealtad a unos colores y a sí mismo. Estudiantes no pasó del empate a cero ante Belgrano y cayó eliminado. Una anécdota en el adiós de uno de los jugadores más importantes que ha dado Argentina en los últimos años. La aparente fragilidad del medio argentino era una señuelo para caer en su trampa. Pocos jugadores han sudado tanto fútbol y sólo uno era el ídolo de Leo Messi, uno de los jugadores más grandes de la historia del fútbol. En su día Maradona declaró su veneración de por Kempes y después fue Messi el que se reconoció devoto de Aimar. Ambos, Kempes y Aimar, fueron pibes inmortales del Valencia.
Aimar aterrizó en Mestalla para debutar en Champions ante el Manchester United. Su primer regate fue una declaración de intenciones para anunciar que sería uno de los líderes del mejor Valencia de la historia. Quién sabe si el Valencia no tendría una Champions si Cúper no lo hubiera sentado en el descanso ante el Bayern. Lo cierto es que el argentino fue la magia del doblete de 2004 y de la Liga de 2002.
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