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Cristhopher y Loreydis, con la camiseta con la que debutó en Liga Cristhian Mosquera. Iván Arlandis

La segunda generación de inmigrantes llega a la élite del deporte

Los padres de Mosquera, Otorbi, Fiamma y Awa cuentan cómo echaron raíces en la Comunitat Valenciana

Jueves, 15 de febrero 2024, 01:48

Entre el año 2000 y 2002, procedentes de Colombia, Senegal, Argentina y Nigeria, llegaron a la Comunitat los padres de Cristhian Mosquera, Awa Fam, Fiamma ... Benítez y David Otorbi. Cuatro deportistas de élite que nacieron en territorio valenciano y que representan el impacto que están teniendo las segundas generaciones de inmigrantes tanto en el fútbol como en el baloncesto.

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Estos cuatro deportistas llegaron al mundo entre 2004 y 2007 y pronto comenzaron a dar pistas de su extraordinario talento con la pelota. Sus padres echaron raíces en la Comunitat. La tendencia está clara.

Según los datos del INE, en 2022 nacieron 11.054 personas de madre extranjera en la Comunitat. Esta cifra, la más elevada desde 2012, representa ni más ni menos que el 31 por ciento de los alumbramientos totales a nivel autonómico. La tabla está encabezada por progenitoras de origen marroquí (2.321), colombiana (1.301) y rumana (920).

Cristhoper y Loreydis nacieron en Buenaventura (Colombia) y, ya en Alicante, tuvieron a Cristhian Mosquera, una de las perlas del Valencia. Al otro lado del charco, abandonaron un destino que no les convencía. «El inmigrante no viene a quitarle nada a nadie. El inmigrante viene a buscar una oportunidad para él y para su familia, muchas veces escapando de la violencia», afirman.

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Cristhopher y Loreydis, padres de Cristhian Mosquera

«Todos vamos a la Iglesia. De lo malo hay que sacar lo bueno. Así es nuestra vida»

Las diferencias climatológicas entre Galicia y la Comunitat están detrás de la irrupción de Cristhian Mosquera en el primer equipo del Valencia. Loreydis Ibargüen, su madre, tomó una decisión trascendental poco tiempo después de abandonar Colombia para iniciar una nueva vida en España. «En octubre de 2001 llegué a Pontevedra, a Villagarcía de Arosa. Ahí ya estaba una de mis hermanas. Pero no soy buena para el frío. Pasaba mucho frío allí y había mucha lluvia y mucho viento. Y a los dos meses, me fui a Alicante, donde estaba mi otra hermana. Y ya me quedé», cuenta la progenitora. Entonces se sumó su pareja.

«Éramos novios», comenta Loreydis. Ella y Cristhopher Mosquera se conocieron en Buenaventura, a unos 100 kilómetros de Cali: «En Colombia estábamos estudiando y dejamos todo por venir aquí. Vinimos buscando una estabilidad mejor. Gracias a Dios llegamos aquí. Al principio fue muy difícil para mí, pero fuimos saliendo adelante poco a poco. Hemos trabajado duro».

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Comenzaron a construir su historia en Alicante. «Un señor argentino me dio la oportunidad de trabajar en un restaurante, lavando platos y tal. Estuve un par de meses. Luego fui ayudante de obra, limpiando en casas... Y luego, a través de una amiga, se dio la oportunidad de entrar en un instituto de San Vicente del Raspeig de conserje y mantenimiento. El señor que estaba allí se iba a jubilar. Estuve más de 18 años en el cole. Gracias a ellos se dieron muchas cosas», relata Cristhopher.

Loreydis también sudó de lo lindo para abrirse camino: «Nos costó muchísimo encontrar empleo. Empecé cuidando unos abuelos, salía de uno y me iba a otro. No paraba en todo el día. Trabajaba más de 15 horas al día. Luego, por medio del jefe de Cristhopher, pude entrar en un colegio y he trabajado en los comedores escolares. Y así hemos estado muchos años». Ya en 2004, nació Cristhian en Alicante: «Mi primer chiquillo. Una felicidad inmensa».

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Tanto Cristhopher como Loreydis son muy aficionados al deporte en general. Y el pequeño Cristhian se estrenó lanzando a canasta. «Su primer balón fue de baloncesto. Tenía un aro. Se sentaba a ver la televisión y siempre eran partidos de baloncesto. Le gustaba», recuerdan. Su estatura acompañaba: «Destacaba en el colegio, siempre era el más alto».

Y un fin de semana, todo cambió. «Un tío de Alicante, el cuñado de Loreydis, llamó y me dijo: '¿Hay posibilidad de traer a Cristhian? Es que mi hijo va a jugar un partido de fútbol cerca de tu casa pero les falta un niño. Si no, no podrán jugar y perderán el partido'. Él estaba viendo la televisión y le pregunté. Me respondió: 'Bueno'. Y lo llevé. Era con el San Blas Cañavate, de fútbol sala. El entrenador me dijo: 'Me ha gustado. ¿Lo puedes seguir trayendo?'. Para no haber jugado nunca a fútbol, nos gustó. Y empezamos a llevarlo con su primo», cuentan. Tenía seis años.

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Tras esa primera temporada, Cristhian quiso probar el fútbol en césped, por lo que le inscribieron en el Carolinas, el equipo del barrio. Todo fue sobre ruedas. «Nos enfrentamos tres veces al Hércules y el entrenador me llamó y me dijo que el Hércules le veía condiciones y que les gustaría que estuviera allí. Le pregunté a Cristhian. Siempre le hemos preguntado a él. Él dijo que sí. Estuvo cinco temporadas allí. Lo ponían de defensa central y por la banda. Tenía bastante recorrido, le gustaba chutar a portería, hacía diagonales...», añaden.

Sus actuaciones despertaron el interés del Valencia. Era alevín de segundo año. Loreydis, de entrada, sintió vértigo. El fichaje implicaba la separación. «Yo dije que no. No me gustó nada. Yo pensaba que era muy pequeño y no se iba a ir a la residencia. Decidimos decírselo a Cristhian para ver qué pensaba. Yo creía que iba a decir que no, porque él ha sido un niño muy de casa, nunca quería irse a campamentos, siempre quería estar con sus padres. Yo como madre pensaba que no iba a aguantar eso, que no iba a ser capaz. No le gustaba ni quedarse durmiendo en casa de sus tías si nosotros no nos quedábamos. Era un niño muy pegado a nosotros. Pero cuando nos sentamos y se lo dijimos, respondió: 'Sí, mamá, yo quiero, yo me voy'. Yo lo pasé muy mal. Cristhopher me decía: 'Tranquila, que a la semana lo van a devolver porque no va a aguantar'. Al final ha estado seis años en la residencia», rememora la madre con una sonrisa.

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Cristhopher y Loreydis, con las botas con las que debutó Cristhian Mosquera. Iván Arlandis

Cada fin de semana, Cristhopher y Loreydis se desplazaban de Alicante a Valencia para estar al lado de su hijo: «Estamos muy agradecidos a la residencia. Me daba miedo todo, con quién iba a vivir mi hijo... Desde pequeño ha sido un niño muy obediente y muy tranquilo y me daba pavor todo esto. La residencia se ha portado muy bien con mi Cristhian, ha cuidado el estudio y la persona».

Durante su crecimiento, ha habido dos consejos por encima del resto. «Humildad y primeramente Dios. Dios es el que permite que tengas salud, permite que ese talento lo tengas, permite que ese talento pueda ser visto… Yo pienso que cada persona tiene sus talentos. Pero un talento sin trabajo se queda escondido, oculto. Y la humildad, los pies en la tierra. Por mucho que llegues a donde tengas que llegar, hoy lo tienes y el día de mañana no se sabe», apunta Cristhopher. Se trata de una familia evangélica.

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Unos valores que ha asimilado igualmente el hermano de Cristhian. Se llama Yulian, tiene 13 años y también viste la camiseta del Valencia. En 2022, se repitió la historia y el club de Mestalla lo fichó procedente del Hércules. Así, los padres entendieron que había llegado el momento de salir de Alicante y mudarse.

Se juntaron todos los factores. Loreydis y Cristhopher se quedaron sin trabajo en Alicante, mientras Cristhian debía salir de la residencia del Valencia al alcanzar la mayoría de edad. Se instalaron los cuatro en una vivienda de L'Eliana.

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«Mi idea era quedarme en Alicante y buscar trabajo allí. Pero Cristhian dijo: 'No, veníos todos'», destaca el padre. Una forma de recuperar el tiempo. «Si tenemos libre, nos vamos a Alicante con la familia y los amigos. No nos ha cambiado la vida para volvernos locos. Seguimos haciendo las mismas cosas y tratamos de que nuestros hijos hagan las mismas cosas. Ellos son felices así. Los dos son muy familiares. Somos una familia cristiana y creemos mucho en Dios. Siempre les decimos que todas las cosas nos sirven para bien. De lo malo hay que sacar lo bueno. Así es nuestra vida. Nuestra casa funciona así. Todos vamos a la Iglesia. Ellos han crecido en la Iglesia», señala la madre.

Cristhian Mosquera se encuentra en la universidad estudiando Ciencias de la Actividad Física y del Deporte. Siempre le hemos dicho que hay que estudiar. Son muy jóvenes y uno nunca sabe», apunta Loreydis, quien remarca su timidez y su sencillez: «No es de gastar. Ahora está con el carnet de conducir. No es un chiquillo caprichoso. Prefiere más salir a comer algo con la familia. No es de salir a comprar zapatillas caras, por ejemplo».

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El nombre de Cristhian Mosquera está en la agenda tanto de la selección española como de la colombiana. «En casa no hablamos mucho de eso. En casa no hablamos casi de fútbol. Él está muy mentalizado de que no te vale la pena imaginar si te llaman o no te llaman. Está enfocado en su club, en su trabajo, en entrenar duro. Nunca ha dicho que no quiera ir a esta o la otra. No te puedes cerrar las puertas a ninguna. La que realmente le quiera en algún momento, tendrá opción», explica Cristhopher.

Durante su crecimiento en las categorías inferiores del Valencia, numerosos representantes llamaron a la puerta. «Nunca nos interesó alguien que nos dijera que mi hijo va a vivir del fútbol y va a ser profesional. No nos interesaba esa película», indica el padre. Se decantaron por Sergio Barila, quien asesora al defensa desde la categoría de infantil: «Fui a verlo varios partidos y hablé con los padres. Que un chico llegue al fútbol profesional es muy complicado. Aparte del tema de representación, debe tener un entorno familiar muy equilibrado. Y eso es no tener prisas, esperar el momento. Son un ejemplo de padres. El éxito de Cristhian, aparte de sus capacidades futbolísticas, es el entorno favorable que tiene. Con las ofertas que ha recibido para salir del club y ganar muchísimo más dinero del que está ganando aquí, eso ha quedado en un plano secundario y se ha creído en un proyecto que ahora está dando sus frutos. La gente se sorprendería de las opciones que ha tenido para poder ir a otros sitios y en ningún momento la familia ni el jugador se han despistado de la idea que teníamos».

Cristhopher y Loreydis han jugado un papel crucial. «Otra familia habría dicho: 'Nos vamos y cogemos el dinero'. Nosotros estamos enfocados en que ellos disfruten y sean felices. Y siempre les preguntamos a ellos. Como padres nunca influimos», concluyen.

Arame Thiam, madre de Awa Fam

«En Senegal mi familia no me dejó jugar a baloncesto. No quería que le pasara a Awa»

Arame, con la camiseta que lució Awa Fam en el Polanens. LP

Arame Thiam mide 183 centímetros de altura. Nació en Dakar y la educó su tía. Sus condiciones físicas le dieron alas para cultivar una visible pasión por el baloncesto. Quiso jugar en un equipo, pero su familia no estuvo de acuerdo. La disciplina, muy presente en su vida, hizo que renunciara a la canasta sin rechistar. Después de casarse en Senegal, hizo las maletas para formar una familia en Santa Pola junto a su marido, Fam Madoumbe. En la localidad alicantina, tuvieron tres hijos. La pequeña, Awa, ya supera en estatura a sus progenitores, alcanzando los 193. Sin lugar a dudas, lleva en la sangre la afición por el basket. Lo ha demostrado desde que comenzó a estudiar Primaria. Actualmente, con 17 años, se alza como una de las principales promesas españolas y la mayor perla del Valencia Basket. Su progenitora tuvo claro que no iba a interrumpir su sueño.

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En abril del año 2000, Arame llegó a España. «Vine directa a Santa Pola. Mi marido ya estaba aquí», relata. Con la crisis de 2008, cerraron una tienda de artesanía africana, por lo que se centraron en la venta ambulante. Tienen un puesto de bolsos, complementos y bisutería en los mercadillos. «Me puse a trabajar cuando los nenes empezaron a ir al cole. Empecé a ir al mercadillo con mi marido. Me gusta este trabajo. En invierno, como está un poco flojo, a veces busco trabajo cuidando a mayores o limpiando, pero poco tiempo, dos meses», cuenta la madre de Awa Fam.

En vacaciones, cuando se dispara la venta ambulante en la costa alicantina, Arame acudía con su niña: «Cuando Awa era pequeñita, a veces la llevaba al mercadillo de la playa. Estábamos juntos en los puestos de verano». La pívot del Valencia Basket es la benjamina de la familia: «Tengo tres hijos. Los tres han nacido en Santa Pola. Karim es el segundo. Y el mayor es Tala, del 2001. Tala también es jugador de baloncesto y está en Irlanda, en el UCC Demons de la Superliga».

Tala, de niño, no pensaba en la canasta. «Mi hijo mayor quería jugar a fútbol porque era muy fan de Cristiano Ronaldo. Pero le dije: 'Tienes que apuntarte a baloncesto, me parece que es mejor para ti porque eres alto'. Y le ha salido bien», comenta. En el caso de Awa, fue muy diferente. Ella descubrió el basket en el colegio, con las clases de multideporte en Primaria. «Tenía siete u ocho años. Le encantó. Y veía a sus dos hermanos, que jugaban en el Polanens. Por eso empezó. Y con su talla y su figura, al final también la apunté al Polanens», recuerda. No tardó en sobresalir.

«Cuando Awa tenía 9 años, su entrenadora del Polanens, Mari Carmen, me dijo que tenía futuro y que el Valencia Basket la quería. Yo le dije que no, que era muy pequeñita. Yo no quería que se fuera», explica. Con 13 años, fue reclutada por las categorías inferiores de la selección española. Algo que supuso un punto de inflexión. Finalmente, con esa misma edad, la prometedora jugadora se marchó al club de la Fonteta: «Esteban Albert -director deportivo del conjunto taronja femenino- me llamó y nos enseñó L'Alqueria y la dejamos. Las condiciones me parecían bien». No resultó sencillo para Arame: «Dejar a una niña con 13 años irse sola es duro. Pero es así la vida. Si quieres algo, hay que sufrir un poco. Se fue a un piso puesto por el club con una tutora y con una compañera de su edad -Lucía Rivas-».

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Awa y Arame, en 2022. LP

Para dar luz verde, Arame se acordó del deseo frustrado que tuvo durante su infancia: «Cuando yo estaba en Senegal, como soy alta, me gustaba jugar a baloncesto. Pero mi tía no me dejaba, no le gustaba que hiciera deporte. Yo le interesaba a gente para competir, pero la familia no me dejaba y, con la educación que tenemos, debemos respetar lo que nos dice nuestra familia. Entonces al final no pude jugar. Pero siempre me ha gustado el baloncesto y el fútbol y he visto los partidos. Es mi pasión». Esta experiencia se removió en su cabeza cuando tuvo que analizar la oportunidad que se le presentó a Awa. «Si un hijo o una hija quiere algo, hay que ayudarle porque es su futuro. Esa es mi mentalidad. Si no le ayudas, no le va a salir. Yo pensaba: 'Lo que me ha pasado a mí no quiero que les pase a mis hijos, entonces hay que ayudarles'. Con mi hijo mayor también fue así. Un día me llamó su entrenador y me explicó que le había visto un equipo de Irlanda. Tenía 17 años. Como mi hijo quería ir, le dejamos. Le ha salido bien. Es su futuro y hace su vida», subraya.

Arame destaca la «responsabilidad» de Awa, quien cumple con sus estudios en el instituto de la Fuente de San Luis. Siempre que el trabajo se lo ha permitido, ha acompañado a su hija tanto en los entrenamientos como en los partidos: «Todo lo que le ha pasado me ha venido muy de sorpresa. No me esperaba que con esa edad llegara ahí. Estoy muy orgullosa». En cualquier caso, insiste en que hay algo muy por encima de los resultados deportivos: «Yo lo que quiero es que sea educada, que se porte bien con la gente. Lo primero es respetar a la gente. Siempre les he enseñado esto. Y ella es así. Es la primera norma que hay que tener». Y otro de sus pilares pasa por la religión: «Somos musulmanes. Yo soy practicante, como su padre. Le digo que hay normas que tiene que respetar, como no comer cerdo y no beber alcohol. Eso lo tiene que tener en su memoria. Rezar no es obligatorio».

Cada vez que puede, se desplaza a Valencia para arropar a Awa en los encuentros. Siempre están en contacto: «Hablamos cada día. Después de los partidos me escribe un mensaje. Y ya por la noche me llama cuando está en casa y hablamos un poco. Me he dado cuenta de que le gusta ganar siempre. Lo de perder lo lleva mal (ríe)».

Awa sigue compartiendo piso con Lucía Rivas: «Siempre están juntas, son muy amigas». En el desarrollo personal y deportivo de la joven ha resultado clave el papel desempeñado por Manolo Real y Pepa Peralta dentro del Valencia Basket.

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Arame celebra la decisión que tomó en su día de poner rumbo a Santa Pola: «Es un buen pueblo, la gente es muy buena y muy amable. Somos amigos de todos. Me gusta. Es muy estable para nosotros. Mis hijos han tenido la suerte de nacer aquí». Pero Awa no olvida sus raíces. La perla del Valencia Basket regresó durante las pasadas Navidades a Senegal. «Ella quería y le acompañé. Es la tercera vez que va. Primero fue en 2007 cuando era bebé y luego cuando tenía 9 años. Le encanta. La familia de allí siempre está preguntando por sus partidos. Cuando la vieron, con su talla, dijeron: '¡Qué grande!'», cuenta la madre. Los orígenes de un diamante.

Daniel y Cristina, padres de Fiamma Benítez

«Buscábamos un futuro para nuestros hijos; Argentina estaba fatal»

Daniel y Cristina, en su casa de Beniarbeig. Tino Calvo

Cada vez que Fiamma Benítez marca un gol, apunta al cielo. Se lo dedica a su abuela. «La abuela futbolera», como le llaman. Eva, ya fallecida, llevaba a su nieta a cada partido cuando militaba en el Dénia. Cristina Iannuzzi, hija de Eva y madre de Fiamma, dejó Argentina huyendo de la crisis desatada por el corralito. Ella y su pareja, quien se encontraba trabajando en Estados Unidos, aterrizaron en la provincia de Alicante, donde reunieron a la familia con el propósito de reinventarse. Y tanto que lo lograron.

«Buscábamos calidad de vida y un futuro para nuestros hijos porque Argentina estaba fatal. A pesar de tener en Argentina casa y negocio porque mis padres tenían restaurantes, la cosa estaba fatal. Igual o peor que ahora. Veíamos que Argentina se estaba desmoronando», explica Cristina. Tanto ella como su pareja, Daniel, tenían hijos de relaciones anteriores.

En julio de 2002, Cristina llegó a Ondara: «Allí tenía unos amigos que me abrieron las puertas de su casa». En noviembre cruzó el charco Daniel. «De ahí nos fuimos a vivir a Dénia. Y ya en 2004, nació Fiamma. Después vino mi madre y ya empezamos a sumarnos toda la familia. Somos una familia numerosa», añade.

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En los 22 años que lleva en la Comunitat, Cristina no ha regresado a Argentina: «Nunca nos faltó el trabajo, ya sea con papeles o sin papeles. Siempre tuvimos trabajo. Yo en la hostelería y él en la parte de construcción. Yo vine con pasaporte argentino y luego tramité mi ciudadanía italiana porque mi padre era italiano. Así que Fiamma tiene tres nacionalidades». Actualmente, Daniel posee una empresa de construcción.

Fiamma lo lleva en los genes. En Argentina, Cristina jugó a fútbol en el Temperley, mientras que Daniel trató de abrirse camino en la cantera del River Plate. Ahora, a ambos les cuesta asimilar la proyección de su hija, quien a sus 19 años se alza como uno de puntales en el centro del campo del Valencia.

«Nos ha sorprendido. Sabíamos que era su meta, pero fue todo muy rápido. A veces te cuesta un poco asimilar lo que ella ha conseguido. Estamos muy contentos de que ella siga cumpliendo su sueño», comenta Daniel, quien resalta la evolución del fútbol femenino: «Ella actualmente vive de su sueldo. Han cambiado mucho las condiciones. Ha habido unos cambios muy importantes, aunque todavía falta. Van avanzando». Ya ha debutado con la selección española absoluta, compartiendo vestuario con algunas jugadoras que fueron sus referentes. «Cuando vino de su primera convocatoria con la selección, nos decía: '¡Qué fuerte! He entrenado con Alexia Putellas, Jennifer Hermoso, Aitana Bonmatí…'», añade.

La selección argentina trató sin éxito de reclutar a Fiamma. «Me llamó Germán Portanova -entrenador del combinado argentino- para decirme que les encantaría que fuera con la absoluta. Lo hablamos con Fiamma. Y ella dijo: 'Yo he nacido aquí, yo soy española. Para mí, Argentina es Messi, mis padres y mis hermanos. Nada más. España la siento en la sangre y lucharé por ir a la selección«, relata Daniel. Y obtuvo la recompensa. Precisamente, ese debut con la Roja se produjo contra Argentina.

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En casa, Daniel y Cristina están enfrentados deportivamente. «Yo soy de River y ella de Boca. Siempre hemos vivido el fútbol muy apasionadamente. Nos gusta mucho», admite el progenitor. Fiamma sabía su destino. «Es una niña muy centrada. Siempre tuvo las ideas claras. Desde los seis años en que empezó a dar patadas a un balón de trapo, siempre decía que quería ser futbolista», agrega.

Fiamma luce esa raza que tanto caracteriza al fútbol argentino. «Ella tiene mucho carácter. Cuando juega quiere ganar todo. Pero para eso estamos nosotros. Cuando empezó a jugar le dijimos: 'Lo primero que tienes que aprender es a perder'. Es muy ambiciosa. Por eso ha llegado a donde está, por ese carácter. Es muy compañera, pero siempre quiere más. Somos de sangre caliente», explica Daniel.

Empezó a jugar en el colegio, donde «hacía grupos en el recreo con cuatro años», y luego recaló en el Dénia: «Allí jugó con chicos hasta infantil de segundo año. Cuando no podía seguir jugando con niños, la fichó el Levante. Tenía 13 años. Íbamos cuatro veces por semana a Valencia. Eso lo hicimos durante dos años y era muy complicado. Salíamos a las cinco de la tarde y hasta las doce de la noche no regresábamos». Una etapa llena de sacrificios. Entrenaba en Nazaret. «Hacía la tarea en el coche, comía en el coche, cenaba en el coche... Cuando empezaba Bachillerato, se nos hacía cuesta arriba estudiar e ir a entrenar. Entonces el Levante le proporcionó un piso. La condición nuestra para que ella se fuera a vivir a Valencia con 16 años era que yo me fuera con ella. Sola, no. Le ofrecían vivir con otras compañeras. Pero nosotros dijimos que no. Al final se quedó dos años más en el Levante viviendo conmigo y con una compañera de equipo. Vivíamos las tres. Dejé mi trabajo por dedicarme a atenderla a ella y que ella cumpliera su sueño». Terminó el instituto en el Luis Vives y ahora afronta el segundo curso de Derecho: «Nosotros apostamos por ella porque sabíamos que no nos iba a defraudar».

En 2022, el Valencia pescó en el club vecino y fichó a Fiamma. Desde entonces, vive independizada. Eso sí, su madre se desplaza cada jueves a su casa para «ordenar sus cosas y darle un poco de mimo». Pasan juntas el fin de semana. Cristina y Daniel la acompañan en casi todos los partidos, ya sean como local o como visitante. ¿El mejor consejo que le han dado? «Que siempre tenga los pies en la tierra. Que no sea crea ni más ni menos. Que sea buena persona, siempre con trabajo y humildad», contestan.

Los padres de Fiamma se han mudado recientemente a Beniarbeig. Entre los diferentes recuerdos que guardan, están sus primeras botas de fútbol sala, que están firmadas por el jugador alicantino Kiko Femenía: «Nos sentimos muy orgullosos de ella». Los cuatro hijos de Daniel y Cristina se han abierto camino en la Comunitat en diferentes sectores: «Somos valencianos totales».

Monday y Patience, padres de David Otorbi

«En casa jugaba con cebollas. Con cuatro años entró en el Malvarrosa»

Monday y Patience, con fotos de David Otorbi durante su etapa en el Malvarrosa y el Atlético Cabañal. LP

Con apenas 16 años, ha debutado con el primer equipo del Valencia. Un club al que llegó teniendo 11 y firmando un contrato con remuneración. Jovencísimo, con un extraordinario talento sobre el césped y con un salario. A pesar de todas estas condiciones, por la cabeza de David Otorbi no pasan ni videoconsolas ni móviles de última generación. «Sus tres pilares son Dios, la familia y el fútbol», afirma su padrino y representante, Nacho Gallart. A la hora de analizar la personalidad humilde de la última joya blanquinegra, se le saltan la lágrimas tanto al agente como a la madre, Patience Ejededawe. Ella llegó a la capital del Turia en el año 2000 procedente de Nigeria. Buscaba una vida mejor. Y la encontró.

En 2001 comenzó la aventura de Monday Otorbi en Valencia. Él también había partido de Nigeria. En ese momento no conocía a Patience. Sus caminos se cruzaron un año después en una Iglesia próxima a la avenida del Puerto y surgió el flechazo. Acabaron casándose y formando una familia en el Cabañal. Primero nació David. Luego, Precious, una chica que ya despunta en el balonmano.

«La vida en África es muy complicada. Por eso buscamos cosas aquí. Busqué trabajo. En agosto de 2001 empecé a trabajar en el puerto de Valencia, en la aduana, en un almacén revisando contenedores. Estuve 15 años ahí. Luego lo dejé y busqué trabajo en la obra», afirma Monday. Al no tener carnet de conducir, se despertaba a las tres de la madrugada para llegar a tiempo. Actualmente, se encuentra convaleciente debido a una infección ocular que le ha llevado a ser intervenido quirúrgicamente de los dos ojos.

Monday está convencido de que David va a triunfar en el fútbol de élite: «Cuando era infantil, yo sabía que iba a ser profesional». Recuerda sus primeras patadas… En ocasiones, no le hacía falta ni una pelota. «En casa jugaba con cebollas. Yo le decía: 'Con eso no juegues a fútbol'. A los cuatro años le apunté al Malvarrosa», comenta. A los seis, pasó al recién creado Atlético Cabañal, donde conoció a un persona que iba a resultar clave en su vida: Nacho Gallart.

«Era un jugador muy individualista, muchísimo. Yo llego con una filosofía que es de tratar bien el balón, de un juego muy combinativo. Y le digo: 'Si sigues así, conmigo no vas a jugar'. Yo entrenaba al prebenjamín B del Atlético Cabañal. Y como sigue así, le digo que se vaya al A. Quedamos campeones con el B. Al año siguiente vino Monday y me dijo: 'Quiero que juegue contigo, por favor'. Empezó a soltar el balón y era una joya. Y le dije: 'Ahora sí que te quedas conmigo'», recuerda Nacho.

Así se forjó una relación muy especial. «Son muchos años con Nacho. Es como su hijo», afirma Monday. Se trata de una figura clave en su día a día. «Patience me dice: 'Dile que coja el móvil a partir de tal hora', 'ríñele por esto'... Yo me encargo un poco de eso. Son súper fieles y agradecidos. Son gente que ha confiado en mí siempre, desde el minuto uno. Son gente humilde, honesta, de buen corazón... Somos casi familia. No soy su padrino pero me llama padrino», explica con los ojos vidriosos el también agente de David Otorbi.

«Nos llaman muchos representantes, pero David no quiere otro representante. Sólo Nacho», apunta Monday. Tienen sintonía. «Ha pasado mucho tiempo conmigo y con mi hijo. David es casi como un hijo. Conozco mucho su psicología», recalca el agente, quien estuvo durante cuatro años en el área de captación del Valencia. De ahí que avalara la llegada del joven extremo a la ciudad deportiva de Paterna. El informe definitivo se produjo tras una actuación estelar en el Cotif.

Pero hubo algo a lo que se negaron sus padres. «En el Valencia nos han propuesto muchas veces que se vaya a la residencia, pero David tiene un carácter peculiar, es un chico muy de los suyos. Hemos creído conveniente que esté en el entorno familiar aunque tenga que ir y venir. Come en la residencia pero luego duerme en su casa. A veces paso yo a verlo para hablar o darle cualquier consejo. Está más arropado», indica Nacho. Patience lo tiene claro: «Si se va a la residencia, yo no voy a ser feliz. En casa, mejor». Su plato preferido era el fufu, una receta africana: «Le gusta mucho. Está muy rico. Antes lo comía mucho, pero ahora ya no quiere».

Patience, ama de casa, disfruta confeccionando ropa tradicional africana. La familia reside en el barrio de Nazaret actualmente. Un chófer de la escuela del Valencia recoge a David cada día a las 8:45 horas. Tras entrenar, el jugador acude al instituto de Mas Camarena. Le dejan en casa sobre las 18:30. «Lo que hace es fútbol y estudiar. Y ya está. A veces sale un sábado o un domingo con los amigos, dos o tres horas», afirma Monday. Y la religión cristiana también juega un papel relevante en su vida: «Le gusta rezar todos los días. Lee la Biblia».

David es responsable y parco en palabras. «No habla. Piensa. Cuando habla, es para decir algo muy importante», asegura Monday. Patience se muestra orgullosa de la educación de su hijo. «Muchas amigas me preguntan: '¿Cómo has enseñado a David a ser así de respetuoso y calmado?' Es muy bueno», afirma. El prometedor extremo aporta en casa el dinero que gana en el Valencia. «A veces le digo: 'Toma 20 euros'. Y él responde: '¿Para qué? Mamá, tú cocinas en casa, yo como bien, yo estoy bien. Ahora eso es para ti», explica la madre llorando. Ella, de joven, practicó atletismo. El padre jugó a fútbol como aficionado en Nigeria.

David, quien admiraba al Barça de Messi e Iniesta cuando era pequeño, ya cuenta con una marca de ropa que le patrocina y experimenta los efectos de la fama. «Si le reconocen por la calle le piden fotos. El otro día fuimos a la comisaría por un tema de documentación y los policías le pidieron fotos», cuenta Monday. Y es que el pasado 7 de enero se convirtió en el debutante más joven de la historia del Valencia.

David, cuyos mejores amigos son del Cabañal, agradece la confianza que le está mostrando el entrenador del primer equipo. «Es muy feliz con Rubén Baraja», asegura Monday. Nacho, quien llegó a militar en el juvenil de División de Honor del Valencia, se queda boquiabierto con la mentalidad del joven. «A veces le hablo de contratos y me dice: 'Bien. Padrino, haz lo que quieras'. Le da igual. Lo único que le inquieta es lo deportivo. Lo económico le da igual. Él lo que quiere es jugar minutos, fútbol», concluye.

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