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Un atleta durante una de las pruebas en Feria Valencia. LP

El deporte de moda aterriza en Valencia y reúne a 7.000 atletas híbridos

Feria Valencia celebra la prueba de Hyrox, aplazada en su día por la dana

A. Rallo

Valencia

Domingo, 9 de marzo 2025, 18:05

Sirvan estas líneas como el relato de una primera vez en uno de los deportes de moda: el Hyrox. Breve resumen para los no iniciados, ... todavía mayoría. Se trata de correr ocho kilómetros y, de manera intercalada, cada 1.000 metros, hay que completar otros ocho ejercicios diferentes... Empujar y arrastrar un trineo con más de 100 kilos, una carrera de los temidos burpees, un centenar de wall balls, unas 'zancaditas' con 20 kilos a los hombros. Vamos, una pequeña tortura para arrancar cualquier ocioso fin de semana. Si a eso le sumamos que la inscripción ronda los 100 euros, resulta lógico, casi inevitable, hacerse en algún momento esta reflexión: ¿Para qué demonios me he apuntado a esto? También se admite la variante, más valenciana, de: ¿Esto es preciso?

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Las motivaciones son tantas como participantes. Quizá para tratar de dar la mejor versión de uno mismo, mantenerse activo, un reto, puede que una apuesta, quién sabe... En Valencia, por ejemplo, se dieron cita 7.000 personas en esta disciplina que avanza disparada. Todas las plazas agotadas. El evento se celebró en un pabellón de Feria Valencia, un recinto en horas bajas que ve este tipo de certámenes como una forma de generar ingresos extras. La organización de Hyrox quiso rendir un homenaje a las víctimas de la dana -la fecha inicial de la competición era noviembre- y la inauguración se hizo con el himno de Valencia y un respetuoso silencio.

Un consejo a la hora de preparar el Hyrox me lo dio Joan Molano, entrenador de esta disciplina. «Mira, justo antes de empezar, allí en el túnel, estarás con la adrenalina a tope... No te vengas arriba. Empieza con calma». Así que allí, cuando todavía quedaban unos tres minutos, le dije a Javier Tomás, mi pareja y amigo:

-«Javierchu, me meo».

-¿Ahora?

Mi primera carrera fue antes de la prueba, pero a los baños. Aún así me sobró algo de tiempo cuando regresé a ese punto de partida azul celeste. Nos dimos un abrazo -quizá de la emoción- y pegué un par de gritos -sin mucho sentido, la verdad-. Pensé que haría gracia. Pero allí cada uno iba a lo suyo. Muchos competidores comenzaron directamente sin camiseta en una acción a medio camino entre la comodidad y el lucimiento personal. Intimidante, en cualquier caso.

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La cuenta atrás terminó...y salimos. A nuestro ritmo. El primer kilómetro, de los más lentos de la prueba. Quería seguir el consejo del inicio de este reportaje, de menos a más. Entrar casi pletórico, algo que no sucedería. Llegó el SkiErg y lo pasamos sin problemas. Por allí ya vi merodeando al fotógrafo -había contratado el pack de fotografía- y pensé: 'Ahora que todavía no estoy descompuesto, no está mal una posadita para la galería'.

El segundo kilómetro fue como un tiro (para nuestro nivel) por debajo de cinco minutos. «Bueno, esto marcha», pensé. Llegaron los trineos y el del empuje se completó de manera solvente. Algunos problemas para el arrastre, pero se hizo. Y como quien no quiere la cosa, llegamos a los burpees con un nivel de esfuerzo aceptable y todavía con el depósito lleno. Creo que fue la primera parada para hidratación. Pero vamos, no más de 10 segundos. «Esto sigue marchando», me dije.

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Llegamos al remo y repartimos el kilómetro a partes iguales. Se nos hizo algo largo. En mi momento de descanso, el árbitro recuerdo que nos dice:

-«Venga, que os queda poco».

-«Buf, se me está haciendo muy pesado esto», apunté.

La verdad es que los ánimos se agradecen. En la siguiente vuelta al circuito, una voz me resultó familiar. Pero no, no era. No hubo un «vamos, Rallo» más allá de los propios. Es en ese kilómetro cuando la cabeza jugó una mala pasada. De pensar que quedaban dos kilómetros más... Y no. Había otros 1.000 metros. Me hunde un poco este error de cálculo motivado, sin duda, por las ganas de terminar. Pensar que queda menos siempre ayuda. Son pequeñas trampas.

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Al kilómetro siguiente, lo que me faltaba. Llega un sorprendente flato. Pido bajar un poco el ritmo. «Respira cuatro veces muy profundo, como si te ahogaras», me aconsejan. Obedezco y no sé ni cómo ni por qué, pero a las siguientes vueltas, el dolor ha desaparecido. Lo que persiste es el cansancio.

El final está más cerca. Las zancadas con 20 kilos de peso se hacen un mundo de dolor. Una etapa interminable. «Tira, Javierchu, que ahora estoy muerto». Fue la prueba de mayor sufrimiento. Las piernas empezaban a temblar... Pero se hizo. Un traguito de agua. Algo de oxígeno y a seguir. En esas distancias, ya estás convencido de que terminarás, casi ya es una cuestión de orgullo. No me sorprendió. Era otra de las advertencias, en este caso positivas, que me habían trasladado.

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El último kilómetro fue el más lento, aunque no tuvimos esa percepción. Los wall balls -lanzar una pelota de seis kilos a casi tres metros de altura- durante cien veces lo sacamos mejor de lo esperado pese a algunas penalizaciones. Cruzamos la línea de meta y nos felicitamos. Nos hicimos una foto con nuestro tiempo -tampoco se trata de presumir- y repetimos -por aquello de la imitación absurda de lo que presenciamos- sin camiseta. Nos dieron el parche de 'finisher' y creo que medio plátano. Me supo a poco, la verdad. El parche, digo. ¿Qué menos que un recuerdo de una camiseta? Creo que es una sensación compartida. Y más a uno que, como yo, no tiene mochila para pegar el trofeo. En fin, la recompensa, como la procesión, va por dentro. O eso o tendré que buscarme la mochila.

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