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moisés rodríguez
Lunes, 13 de abril 2020
Estefanía Descalzo se planteó la temporada 19-20 como un curso especial... pero no esperaba que lo fuera tanto. «Siempre había estado en mi club (el Canyamelar), que había estado en la máxima categoría. Esto me había permitido compaginar el balonmano con los estudios y el trabajo, así que nunca había tenido la necesidad de salir de casa», señala la valenciana. Pero cuando descendieron a finales de la campaña anterior, su círculo de confort se rompió. «Pensé en la retirada y me llegó una oferta para estar en un equipo que lucharía por todo. Decidí que era una buena forma de hacer un último año antes de dejarlo», indica.
Por eso hizo las maletas a final de verano pasado y puso rumbo al oeste, a La Guardia, un municipio de Pontevedra que prácticamente linda con Portugal. Esta localidad es el hábitat perfecto del balonmano actual, que vive con lo justo y que adquiere el estatus de deporte de masas sólo cuando las selecciones luchan por alguna medalla. Con unos 11.000 habitantes y alejado de una ciudad con equipo de fútbol en Primera, es lugar perfecto para que germine un proyecto humilde y logre codearse con la élite europea.
Eso es en esencia el Atlético Guardés, su actual club. «Ha sido una buena temporada. Habíamos llegado a cuartos en Europa, nos habíamos clasificado para la Copa de la Reina y estábamos terceras en la Liga Guerreras», explica Estefanía Descalzo: «Quizás no nos daba para luchar por el título, pero sí para pelear por la segunda posición y acabar bien». Con lo de finalizar se refiere al curso en equipo y a su trayectoria como deportista de élite. Lo tenía decidido. Tenía, porque ahora no está para nada claro: «Quería que fuera de otra manera, no así...».
Lo deja todo en el aire porque desde enero, su entrenador, ya estaba pico-pala trabajando... Cerca de cumplir 30 años, su técnico le ha ido metiendo en la cabeza que aún le queda balonmano. «Ya me venía diciendo desde hace algún tiempo que contaba conmigo para la próxima temporada», reitera: «Había decidido salir de casa para disfrutar un año de mi deporte. Tenía decidido que iba a ser así, pero ahora tenía que pensarlo. Aún quedaba mucho, pero para nada pensaba que la competición iba a pararse así. Esto es como quedarse a medias».
De repente se vio confinada, a casi mil kilómetros de casa. Como prácticamente todos los equipos de élite del mundo, el cuerpo técnico envió a las jugadoras una rutina para mantener la forma en el confinamiento a la espera de que puedan retomarse primero los entrenamientos y luego la competición. «Yo me sentía fatal en casa, sin hacer nada mientras veía sufrir a tantas personas», proclama Estefanía Descalzo. Porque esta lateral derecho tiene dos vocaciones: el balonmano y la enfermería, carrera que terminó mientras compaginaba el deporte con los estudios en Valencia.
El Atlético Guardés, como prácticamente todos los clubes de élite de balonmano en España, presentó un ERTE sin el cual el proyecto habría estado destinado al naufragio. «Me planteaba cada día qué hacía allí mientras mis compañeros me contaban que estaban en hospitales, residencias... atendiendo a gente con coronavirus», relata Estefanía: «Después de dos semanas, me activé en la bolsa de la Conselleria de Sanidad y al día siguiente me llamaron para La Fe. La verdad es que tengo que agradecer a mi club cómo se ha portado conmigo».
Se activó el viernes 27 y al día siguiente ya la habían llamado. Tenía que estar el 30 a las 8 de la mañana en Valencia para firmar su contrato y empezar a trabajar como enfermera. «Les dije que estaba en Galicia», precisa. Necesitaba un salvoconducto para desplazarse en pleno estado de alerta: «Me pararon dos veces, una en Ourense y otra por Madrid, pasé sin problema».
Porque vino en coche, conduciendo por autopistas prácticamente desiertas durante más de nueve horas. «Paré a repostar y me dijeron que el baño estaba cerrado. No pude ir en todo el camino desde La Guardia a Valencia. Y comer, menos mal que había tenido previsión y me había preparado unos bocadillos», recuerda. Todo para retirarse de su confinamiento como deportista de élite y colocarse en primera línea de guerra contra el Covid-19, con jornadas agotadoras como cualquier miembro del personal sanitario en estos días. «Estoy en neumología en La Fe, así que todos los que están ingresados aquí son de coronavirus», relata.
Lágrimas ante un alta
Estefanía subraya que en su planta no están los enfermos más graves. «Cuando empeoran se los bajan enseguida (a la UCI)», precisa. Pero sí está viviendo momentos de gran emoción, especialmente cuando alguna persona recibe el alta: «Mis compañeras los despiden entre lágrimas y aplausos, dan las gracias mientras se marchan a casa. Muchos llevan ahí muchos días y se hace duro. Yo porque llevo poco tiempo y no he convivido tanto con ellos pero no creas, también me emociono en esos momentos».
Ahora llega a casa cansada pero sin sentimiento de culpa... en parte. «Intento hacer los ejercicios que me mandan, sobre todo en los días libres. Tampoco estoy bien si mis compañeras se entrenan y yo no hago nada», comenta. Sanidad y balonmano, dos vocaciones ahora contrapuestas. Reside en casa de sus padres, que se han ido al chalé: «Estoy más tranquila. Yo no tenía miedo por mí, pero sí a poder contagiarles».
Tiene contrato con el Atlético Guardés hasta final de mayo, pero se habla de tratar de retomar la liga en junio. No lo ve. «Ahora mismo hay otras prioridades. Sería estúpido volver a la vida normal antes de tiempo y que rebrotase. Habríamos tirado tiempo de confinamiento a la basura. Hay gente que no es consciente de lo que ocurre en los hospitales», subraya Estefanía. Luego, cuando pase la pandemia, se despedirá como toca del balonmano.
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